Post Tenebras Lux
Horrores subterráneos Por Manu Argüelles
Para nosotros solo hay una estación, la del dolor
La luz. El cine es luz, solo luz. ¿Reygadas quiere ser un director de la luz? ¿Todos lo serían, no? Unos más que otros. Sokurov, definitivamente lo sería. Y Apichatpong Weerasethakul. Rayos que se filtran por los cristales de Post tenebras lux: la silenciosa, la calvinista (¿la naturaleza por encima de todo lo demás?), como en su anterior film. Y las tinieblas. Y el mal. El diablo rojo en rotoscopio, la visión exterior en un chaflán. Pas de deux, porque el film se compone de ellos. Dos secuencias de chicos jugando al rugby, dos secuencias de fiestas (la de clase alta y la rural), dos, dos…Pero sobre todo, desde Luz silenciosa (2007) Reygadas quiere lo mismo que los impresionistas en la pintura. Y en ello abriga su poderío visual. Pero el cine aglutina, no se comprime, se expande. Porque aquí hay mucho de romanticismo alemán: El Caminante Sobre el Mar de Niebla de Caspar David Fiedrich en la secuencia del mar, como Vermeer parece inspirar en los interiores de la casa familiar. El silencio, la luz y el mar, justo antes de la muerte. ¿Y después? El seppuku, la naturaleza que agoniza lentamente, el árbol que cae, el demonio que vuelve a entrar, el ciclo no tiene fin. El tiempo esculpido como diría Tarkovsky, como manchas de pinturas que dibujan formas, presencias de la vida cotidiana. Pero sobre todo, ausencias. Y el dolor.
Porque como dice su propio director, Post tenebras lux es la crónica de una insatisfacción permanente, la carcoma del vínculo familiar.
En Reygadas parece existir una nostalgia del orden antiguo conjurando un presente en descomposición, el de Post Tenebras Lux. Todo parece atesorar su coherencia interna y autosuficiente a través de secuencias que comprimen una acción, pero bajo el dosel de lo inane e insignificante se bucea en un mecanismo de destrucción, alegorizado a través de la invocación onírica del mal ante su representante arquetípico: el príncipe de las tinieblas. Una miríada de instantes de la cotidianeidad para llegar a lo insondable, aquello que se esconde bajo la superficie, como si radiografiásemos las entrañas de la tierra poblada de insectos repulsivos. La relación con el entorno ha dejado de ser orgánica para erigirse en algo tumefacto y fermentado. La visión biselada del entorno natural evidencia la desconexión del hombre con éste. Además, cuando registra interacciones humanas niega el raccord del plano-contraplano para evidenciar la situación de aislamiento del hombre sucumbido por sus impulsos de odio. Es una representación dislocada donde se desliga de anaqueles narrativos que secuencien ordinalmente la acción, optando por una ordenación anamórfica de la memoria que no acaba por destruir el relato clásico sino que lo hace opaco. La crónica de una crisis familiar encuentra sus formas disolutas mediante la inserción de fragmentos abruptos y ausentes que interrumpen el hilo convencional, pero que conforman un (etéreo) clima contaminado por una energía maléfica que va actuando como arma cancerígena frente a la permanencia de una espiritualidad positiva anidada en la naturaleza y en la infancia.
Cabe decir que Reygadas, en su irradiación y en la confrontación de las fuerzas espirituales, con la perdición telúrica del hombre de a pie, tanto de aquel de la comunidad rural como el de la clase privilegiada, pierde capacidad de fascinación. Su film basado en la disociación y en la sugerencia, entre aquello que se ve y lo que no, no consigue alcanzar a otros directores que exploran como él lo trascendental en el cine contemporáneo: ni el pictoricismo arrebatado y embargador de Sokurov, ni tampoco el estado zen de Weerasethakul cuando éste a través de Uncle boonme recuerda sus vidas pasadas (Lung Boonmee raluek chat, 2010) convergía en un mismo plano mortuorio lo fantástico y lo ordinario. Porque Reygadas acaba siendo prisionero de su desajuste de momentos, algunos majestuosos, otros prescindibles, y con el desnivel acaba descompuesto en los saltos. No busca la armonía de Luz silenciosa pero este reverso desigual no alcanza la solidez de aquella. La melodía de Post tenebras lux danza entre lo sublime (cuando se detiene en la captación de los fenómenos lumínicos que gradúan el paisaje, como si fuese un pintor impresionista frente a su lienzo) y lo grotesco (la voluptuosidad de la carne en la sauna, transfigurada en un acto sacrificial, aludiendo a la mística del erotismo teorizada por Bataille, incluida una Piedad en un acto orgiástico). Por desgracia este punto de encuentro de violencias enfrentadas no acaba por alcanzar la magnitud de una sinfonía del horror que el film parece solicitar a partir de su brillante y definitorio inicio. A Reygadas se le resiste la pasión como entrada en el sufrimiento y el éxtasis basado en la mirada panteísta no consigue su esplendor dentro de la crisálida de la angustia, porque se queda prisionero de aciertos aislados que no consiguen compensar secuencias superfluas y desprovistas de interés.