Praia do Futuro y Los tontos y los estúpidos
De pérdidas y restricciones Por Manu Argüelles
Praia do Futuro. Director: Karim Aïnouz. Brasil-Alemania, 2014. Horizontes Latinos
En la edición del año pasado del Festival de San Sebastián, en gran parte de las películas proyectadas, se agolpaban de forma recurrente construcciones en torno a lo femenino, espacios de conquista donde la mujer adquiría una nueva autonomía; procesos de emancipación vinculados al rescate de su propia identidad. Películas como Gloria (Sebastián Lelio, 2013) o Cutie and the boxer (Zachary Heinzerling, 2012) eran grandes exponentes. En esta ocasión, con tan sólo dos días y siete películas vistas, es un momento prematuro para adelantar motivos comunes, pero me ha llamado poderosamente la atención como en cinco de los siete filmes que hemos visto los personajes encuentran en la expresividad de la música y del baile una salida liberadora a su situación opresiva, una forma vehemente y directa en la que purgan el malestar interno. Son, además, momentos culminantes de la trama y, asimismo, grandes secuencias para el recuerdo. Los amantes a la fuga de Catch Me Daddy, el adolescente con transtorno afectivo de Mommy (Xavier Dolan), el fetichista por el travestismo de Una nueva amiga (Une nouvelle amie, François Ozon), el ex-policía derrotado de Black Coal (Bai ri yan huo, Diao Yinan, 2014), las chicas del extrarradio de La banda de las chicas (Bande de filles, Céline Sciamma) pero, sobre todo, el bombero brasileño de Praia do Futuro. No es algo inédito en Karim Aïnouz. En su anterior film, O abismo prateado (El abismo plateado, 2011) su protagonista se desconyutaba en la discoteca bailando la mítica Maniac de Flashdance. En Praia do Futuro Aline de Christophe ocupa el lugar del goce como karaoke improvisado, el gesto teatralizado y cómplice como síntoma de la felicidad que produce la unión: la crónica de un breve momento de plenitud en el romance, cuando Konrad y Donato se acaban de instalar en Berlín para vivir una vida juntos. Pero el último largometraje de Karim Aïnouz, que también pudo verse en la anterior edición del Festival de Berlín, es una película sobre el desarraigo y las renuncias, la pérdida y el reencuentro; la valentía, coronada con el Heroes de Bowie.
Praia do Futuro
Donato en Brasil tiene una vida diferida, cuida de su madre y de su hermano pequeño, es bombero, ayuda a los demás. Es una forma de no querer afrontar sus propias necesidades, de aplazarlas y neutralizarlas. Por eso bromea con su hermano pequeño preguntándole si él puede ahogarse. Para el niño, que ve a su hermano como Aquaman, es imposible. Pero en Donato hay algo de proyección fantasmática, cierta prisión a partir de la inercia; realmente ya es alguien que está sofocado, un cuerpo que se ha perdido en las profundidades del mar. Cuando conoce a Konrad, un amigo de un naufragado, llega el momento de vivir su propia vida, de tomar sus propias decisiones. Konrad le reprocha su inmovilismo cuando le espeta que le han educado para que todo sea normal. Pero el amor entra en nuestras vidas como un acontecimiento, como esa tracción que rompe todo aquello que hemos fijado por ordinario. Su marcha con Konrad a Berlín, un lugar dominado por los colores fríos de la ciudad, en brutal contraste con aquel entorno de la naturaleza brasileña que se deja atrás, es el viaje de la ruptura. Pero aquel que debía encontrarse se da de bruces consigo mismo como desterrado. La ansiada mutación, el nuevo renacimiento, cuando es aplicado con rotundidad deja en su seno unas heridas abiertas que siempre amenazan con retornar a la superficie. En Berlín Donato deberá enfrentarse a la soledad y a la alienación pero ahora puede reconocerse como tal. Es su sufrimiento, pero es él y no los demás ¿Cómo priorizar nuestro propio camino, sin que ello lleve consigo un abandono? ¿Cómo conciliar esa necesidad de construirse una identidad nueva con los lazos forjados en una vida pasada? ¿Cómo hacer comprender a tu hermano que el abandono es una condición necesaria para crear algo nuevo? El mensaje moral es claro: ¿cómo uno puede construrise a sí mismo, via crucis prototípica del homosexual, cuando éste deja atrás sus raíces? Esa es la sanción del olvido: Berlín, paraíso prometido para realizarse, en su arquitectura de lo impersonal y de la multitud acaba siendo pura opresión. Porque nunca podremos volver a casa; hay llagas en nuestro corazón que nunca podrán curarse.
Praia do Futuro a partir de estas rutas propone un sugerente intercambio entre lo visible de los cuerpos, la erótica en su contacto, y aquello que está invisible, la angustia existencial en la búsqueda de nuestro propio ser. La bellísima secuencia de Donato en la discoteca, en la que lo vemos filmado a partir de planos que rompen con la tradicional regla de los tercios, mientras que nosotros escuchamos una pieza orquestal y sinfónica responde a ese juego dinámico entre dos tejidos: los enunciados y los subterráneos, magníficamente expresados en este punto de fuga de la catarsis.
Por todo ello, Praia do Futuro es una lánguida, sensual y contemplativa exploración por los extravíos subjetivos, la conquista de nuevos espacios, y la inadecuación de nuestro propio yo frente al Otro. Es el lugar de las identidades desplazadas y de la recuperación de lo perdido. Porque no resulta nada facil dejarlo todo atrás. Porque, por encima de todo, estamos alzando un canto al coraje, como certifica su epílogo. El coraje que nos exige ser fieles a nuestra propia individualidad.
Praia do Futuro
Los tontos y los estúpidos. Director: Roberto Castón. España, 2014. Nuevos directores
Los tontos y los estúpidos, en cambio, se mueve bajo otros intereses. Su planteamiento es muy similar al de Otel·lo (Hammudi Al-Rahmoun Font, 2012). Una lectura de un guión y unos ensayos que son el mismo filme, un canto a la impureza, a la contaminación de disciplinas y a la energía del patchwork. Es, sí, efectivamente, un dispositivo brechtiano radical que hibrida cine y teatro como Lars Von Trier hiciese en su día con Dogville (2003). Una puerta a la imaginación, una abstracción de la ficción que depura y se concentra en la única e insoslayable fuerza de los actores. ¿Necesidad o convicción? Ese es el interrogante que se nos plantea con Los tontos y los estúpidos. ¿Fue concebida así desde su gestación o tuvo que adecuarse por cuestiones presupuestarias? Porque la hermenéutica del gesto consciente y la ruptura de la cuarta pared no encuentra un proceso comunicativo estimulante. Parece retórica hueca. Tampoco la narración demanda del artificioso envoltorio que se utiliza. Mención aparte, lo poco atractivo que resulta saquear a estas alturas y con tan poca gracia el Teorema (1963) de Pasolini. Es decir, el formato no es un eje constituyente y con posibilidades, sólo es un medio de expresión restrictivo que en su rigidez dogmática acaba asfixiando al film como tal. Resulta tonto y estúpido decirlo pero Los tontos y los estúpidos no es ni más ni menos que teatro filmado (con coartada). Si hubiese tenido la osadía, la voluntad de provocación y la irreverencia de los dos precedentes mencionados es posible que hubiésemos econtrado algo más que un desagradable hastío. El primer pinchazo de esta edición.