Pretenders (Teesklejad)
Entre bloques de hormigón y cristal Por Fernando Solla
Mis palabras no surgen de mi edad ni de mi rango
Es tu bajeza que me provoca y me las hace decir
El D’A 2017 ha traído a la sección Transicions la ópera prima del estonio Vallo Toomla. Pretenders es un largometraje construido a partir del poder de las imágenes y de la creación de atmósferas. Un trabajo en el que la autoría es compartida, pues tras el juego en el que participamos durante el visionado, tanto la fotografía de Erik Pollumaa como el montaje de Danielius Kokanauskis, tienen mucho que decir y que aportar al resultado final.
Es curioso comprobar cómo el realizador salta de un género a otro sin que apenas nos demos cuenta. Esta dinámica se llevará a cabo a partir de la pareja protagonista, Anna (Mirtel Pohla) y Juhan (Priit Võigemast). La crisis de este matrimonio se nos mostrará progresivamente, a través de los ataques de rabia de ella, principalmente. Unas vacaciones junto al mar en una casa ajena y lujosa para un posible parche. De repente, y por esas curiosas e (in)oportunas coincidencias del destino, otra pareja (Meelis Rämmeld y Mari Abel) aparecerá en tan idílico e improbable contexto. De algún modo, este segundo matrimonio se convertirá en reflejo de unas frustraciones, quizá una realidad, que en verano no tienen cabida.
Tenemos ya planteados los dos vectores principales sobre los que se mecanizará este constante intercambio o superposición genérica. Teniendo en cuenta, cual es el desarrollo de la segunda pareja y el verdadero motivo de confrontación (habrá que aguantar hasta el final) con la primera, tanto su aparición como la relación que se establece entre ambas es tan kafkiana como interesante desde un punto de vista psicológico, incluso clínico. Y eso, que parecía que nos íbamos a encontrar con un filme a medio camino entre el thriller y el drama matrimonial. Dos vectores, decíamos: lo que sucede en el interior y el exterior y el rol asumido por Anna y Juhan.
La dirección artística de Eva-Maria Gramakovski se convierte en la gran protagonista en las escenas de interior y la fotografía de Pollumaa en las rodadas en exteriores. El montaje de Kokanauskis hará de nexo de unión. Es muy efectivo el contraste dramático en exterior y el thriller en interior. Aunque no lo entendamos así desde un principio, nada sucede porque sí y todo es, de algún modo, la inversión del reflejo del momento interior (thriller) que viven los protagonistas. La manifestación física (drama) de sus tribulaciones. Un particular e indescifrable psicodrama que, como decíamos, tiene como principal escenario una lujosa casa cerca de una playa privada. Gramakovski ha diseñado un hogar en la que el hormigón y el cristal se convierten en principales cómplices de Pollumaa, que sabe filmar el punto de vista sin que su presencia se note apenas. Esa imagen del tragaluz que se repetirá y ese obturadísimo contrapicado, también reincidente, es tan fantasmagórica como grotesca. El escenario perfecto para disfrutar de un entorno que nunca asumiremos.
El estudio de los personajes es transversal y apasionante. Sería injusto desvelar detalle a detalle en qué consiste el juego, pero se pueden aportar algunas pinceladas principales. Para empezar, la transmutación del personaje femenino y las reacciones del masculino. De esposa devota y comprensiva a la principal instigadora de todo el tinglado. Muy inteligente y sutil ver cómo su carácter y su personalidad se modifican a partir de cada cambio de vestuario (ojo al aparente salto de raccord o error en el montaje durante la segunda mitad). A su vez, el marido parecerá renegar de las reacciones de ella aunque siempre terminará por aceptar a regañadientes su participación en el juego.
Por tanto, tenemos: el interesante retrato (y progresión) del rol dominante en la pareja (ojo también a la impotencia de él); un giro lingüístico en cuanto a la cuestión de género; esa especie de sentimiento de culpa por no ser más que nuestro semejante cuando nos encontramos frente a él; la necesidad de cantarnos las cuarenta a nosotros mismos cuando la rabia nos ciega; el poder sugestivo de la mente; la consciencia de clase en su vertiente más degradada; el afán de las clase media por medir su vida a partir de una parámetros totalmente burgueses; la necesidad de medirnos bajo el rasero de nuestras expectativas y no de nuestra realidad… De nuevo, la mezcolanza entre género (cinematográfico), ideas y contenido es tan iconoclasta como transgresor. La gestión del conflicto, la toma de responsabilidad y el autoanálisis como pocas veces hemos visto en pantalla.
Progresivamente cualquier certeza se desvanecerá. Hay que decir que el realizador nos aporta sugerentes pistas durante el camino. Por ejemplo, la pareja de ancianos y alcoholizados jardineros y, por supuesto, la visita al camping de la secuencia final. La burla es considerable y la compasión más bien poca.
De nuevo, el tema de la suplantación y la pretensión está muy bien tramado a partir de la primera pareja. Por otro lado, la presencia y la ausencia a partir de la segunda. El cinismo del guión en los distintos giros finales es tan escarnecedor que, por momentos, no daremos crédito a lo que estamos viendo. Ellos dudarán pero, ¿y nosotros? Realmente, si nuestro intelecto es capaz de comprender, de validar y de disfrutar con lo que vemos y si, especialmente, podemos empatizar con Anna y Juhan, con uno o con los dos, es que estamos mucho más metidos en el juego de lo que pensábamos.
Sin querer caer en el spoiler gratuito, esa mirada a cámara final es toda una declaración de intenciones. Probablemente, no tan expresiva como la de Funny Games (Michael Haneke, 1997) pero tanto o más provocativa. Intérpretes y personajes parecerán darse un respiro para traspasar la pantalla y pasarnos la pelota. Toomla no nos va a dejar irnos de rositas a casa. Si hemos ocupado una butaca, hemos participado del juego y la actitud pasiva no tiene cabida aquí. ¿Qué rol hemos estado ocupando y fingiendo? Somos víctimas de la caída de máscaras más arrolladora e inesperada que se pueda vivir en una sala cinematográfica. Sí sí, hemos entendido bien. Nosotros somos los falsos, los usurpadores. Nosotros también somos Pretenders.