Putin’s Witnesses
Distancias Por Damián Bender
Todos hemos tenido en algún momento una epifanía, un momento de iluminación en el que nos percatamos de que estamos contemplando cómo la Historia se escribe ante nuestros ojos. Momentos de suma relevancia que dejan una huella grande en las sociedades, que nos hacen sentir privilegiados de estar en el lugar y momento exactos para ser testigos de algo que para bien o para mal resulta significativo. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros hemos sido parte activa de la Historia que se escribe en los libros, o al menos estado realmente cerca del epicentro del acontecimiento? Ahí es donde la lista se achica considerablemente, en donde la perspectiva de lo que pasa deja de tener un rol pasivo de recepción limitada y comienza a ganar en profundidad. Acortar la distancia, hacer un zoom in para capturar todos los detalles posibles, charlar mano a mano con los seres humanos que modifican millones de vidas con un chasquido de los dedos: eso sí es digno de una epifanía que paradójicamente solo llega con la distancia.
Zoom out. Conozcan a Vitaly Mansky, documentalista ruso radicado en Letonia desde 2014 que formó parte del equipo de comunicación —como productor— de Vladimir Putin desde su asunción como presidente interino y la campaña presidencial del año 2000 hasta varios años más, con Putin ya como presidente electo del estado ruso. Durante esos años, Mansky estuvo muy cerca de la mesa chica en la que se toman las decisiones y como productor audiovisual su labor incluyó la producción de documentales para la televisión rusa y la colaboración dentro del entramado mediático mediante el cual el presidente se relaciona con sus habitantes. En otras palabras, Mansky estuvo muy, muy cerca. Tan cerca, que podía mantener la cámara encendida en plena conversación con el mandatario y recibir menos objeciones de las que tendría con su propia familia. En esos años, su posicionamiento político chocaba contra el trabajo por el que le estaban pagando por hacer, que lo convertía en parte de una historia que no se posicionaba dentro de sus ideales. Entonces, ¿fue testigo o partícipe? ¿Observador o cómplice? Esta dicotomía en la que su vocación documentalista de seguir a todo y a todos con un ojo en la persona y el otro en el display de la cámara de mano choca con su labor propagandística, es uno de los temas que atraviesan al documental. Cuando las distancias se acortan, las posiciones se tornan confusas.
Putin’s Witnesses posiciona a su autor en esta encrucijada en la que el paso del tiempo se antoja crucial para mirar hacia el pasado con los ojos del presente, con las ideas más claras, producto de la distancia. Una distancia que se aprovecha para revisitar los registros de aquellos años y verlos con nuevos ojos. Para descubrir detalles, gestos, entramados que adquieren una singular relevancia en el mapa geopolítico del presente. Por ejemplo, el meteórico ascenso de Putin al poder tiene varios puntos en común con el de la figura contemporánea con la que más se asocia al mandatario ruso: Donald Trump. Ninguno de los dos realizó una campaña presidencial propiamente dicha y sin embargo acapararon toda la atención mediática que hizo buena parte del trabajo por ellos, siendo ambos figuras completamente alejadas del radar político. La diferencia entre el millonario Trump y el desconocido Putin la emparejó Boris Yeltsin con su renuncia voluntaria y la selección a dedo del nuevo presidente interino que terminó de ponerlo en el mapa electoral.
Al principio Putin fue el protegido de Yeltsin, sin embargo se alejaría de su sombra rápidamente. Mansky analiza con detalle los destinos de la mesa chica, de las figuras más cercanas a Putin en los años de su primera victoria electoral. Lo que se desprende de esta lista tiene un aroma a historia conocida: la mayoría de estos hombres y mujeres o se han pasado a la oposición, o han muerto tras un paso por partidos de la oposición, o fueron humillados públicamente en una destrucción total de su imagen pública. Los otrora acólitos siendo desterrados de la esfera del poder o simplemente apartados, manifiesta indirectamente qué tipo de colaboradores pueden mantenerse en la meza chica del presidente ruso. La paulatina degradación de una prensa pluralista también nos huele a historia repetida en una nación donde el control de los medios de comunicación —con la televisión como medio de mayor calado en la sociedad— por parte del Estado roza el absoluto. Sucesos y medidas de corte estalinista que, a juzgar por episodios recientes como el de los agentes británicos envenenados en Londres, puede ser más real de lo que podemos imaginar desde afuera. La distancia geográfica que Mansky puso desde hace cinco años entre él y su país de origen, también parece indicativo de ese peligro.
Más allá de estas reflexiones y conjeturas a las que Mansky alude a partir de una voz en off autorreflexiva, el valor principal del documental se encuentra en los encuentros directos con el mandatario, valga la redundancia. En el privilegio del documentalista de tener la libertad de encender una cámara en todo tiempo y lugar, teniendo incluso la posibilidad de conversar mano a mano con él, es donde se consigue ver una cara desconocida de Putin, un perfil de la persona detrás de los flashes y las visitas diplomáticas. Es en estas conversaciones en las que comprendemos con claridad cuáles son las cualidades que lo han mantenido en el poder por tantos años, y que se pueden resumir en una categorización trillada en la que se encasilla a ese reducido grupo de personas que consiguen capturar las almas de pueblos enteros: un político de raza. Uno de esos seres que tienen la capacidad discursiva y la confianza necesaria para convencer a la gente, o al menos, para hacerla dudar de sus posiciones en una confrontación dialéctica. Él mismo lo dice en una de las conversaciones: si tuviera que convencer a cada ciudadano ruso individualmente de la positividad de sus medidas de gobierno, sería capaz de convencerlos a todos. Tiene la voluntad y la destreza para hacerlo. Si entendemos a la política como el arte de conquistar voluntades, en estos instantes de espontaneidad se pueden apreciar las características de la personalidad del mandatario que lo han llevado tan lejos. Esta es una verdad que se desprende del registro, y que tiene un valor notable por lo inédito de su hallazgo. Mansky estuvo lo suficientemente cerca para ver a la persona detrás del personaje, y comparte este descubrimiento con el espectador.
Todos estos elementos configuran un documental autorreferencial en el que la reflexión se mezcla con el análisis político de un período de la Historia que tendría consecuencias inéditas no solo en Rusia, sino en el mundo. Tras casi veinte años desde la renuncia de Yeltsin el 31 de diciembre de 1999, revisar cómo se produjo el ascenso de Vladimir Putin al poder y conocer ciertos aspectos de la personalidad del mandatario resulta fascinante. Otorga una perspectiva nueva a la poca información que llega a través de la cámara de eco periodística, y por su capacidad de enlazar pasado y presente a partir de la distancia posiblemente sea uno de los documentales más interesantes del año. Uno que no va a dejar indiferente a nadie. Ni siquiera a Putin.