Quantum cowboys
ANNECY 2022 (V) Por Samuel Lagunas
La animación es un acto poderoso. “Infundir vida a los objetos es una operación mágica,”, escribió alguna vez Jan Švankmajer (1934-), maestro infatigable del stop-motion y de la pixilación. Para Geoff Marslett (1973-), treinta años más tarde, la animación importa más que por la vida que pueda otorgar, por el control absoluto que el animador posee de los escenarios, de la historia y de los personajes. No hay mundo exterior que afecte la acción de animar. “Es sólo lo que el director quiere y ya, para bien y para mal”, sentencia Geoff, a quien apenas escucho entre el bullicio de la sala de prensa en Annecy. Como él lo explica — con su personalidad risueña y agradable y su sombrero tejano que lo acompaña a diario en el Festival—, la animación es una contención completa de la realidad, así como también lo es la memoria. “Si tú pides a una persona que recuerde los detalles de un hecho, o que describa una fotografía, lo que esa persona te diga será todo. Ella lo controla. No hay más”. Quantum cowboys (2022), su segundo largometraje animado después de Mars (2010), pone en tensión la percepción y la vivencia del tiempo con las posibilidades expresivas de un arte para contar una historia, o muchas posibilidades de una misma historia. Entre los más de 20 largometrajes que se estrenaron en el Festival, no creo equivocarme si afirmo que Quantum cowboys fue la película más arriesgada que se estrenó en esta edición.
No es fácil resumir su argumento. Estamos en el desierto de Arizona, en 1870, pero también en un salón frío —que me recuerda a la oficina del Arquitecto en The Matrix Reoladed (Hermanas Wachowski, 2003)— con un hombre que expone y medita sobre el experimento del gato de Schrödinger: Dos realidades, o más, coexistiendo simultáneamente hasta que aparece el observador y se detiene en una. El gato que está vivo y muerto dentro de la caja hasta que la caja es levantada. En Quantum cowboys también hay un cadáver, el de un músico. Sobre todo, hay una búsqueda, la de Frank (Kiowa Gordon), Bruno (John Way) y Linde (Lily Gladstone), a través de múltiples dimensiones donde la tragedia suele repetirse, pero la técnica varía: hay live-action filmado en 16mm, figuras en rotoscopio cortadas, pintura al óleo, dibujos a mano, collages, animación digital, todo ello con el fin de explorar las distintas posibilidades de un acontecimiento. Hay, también, irónicamente, un equipo de filmación que visita aquel pueblo desértico, en otra línea temporal más cercana a nuestro presente, en busca de alguna verdad. Además está un villano, Colfax (David Arquette), que una y otra vez llega puntual a cometer su fechoría. Se trata, como ya pudieron darse una idea, de una cinta donde la física cuántica, el viaje en el tiempo y la hipótesis de las dimensiones paralelas conviven en una historia que, sin embargo, no es ilegible. Es decir, más allá del laberinto mental y hermético en el que quedamos encerrados, hay emociones que son inevitables: la angustia de la muerte, la desesperación frente a la tragedia del destino o el júbilo de sentir que al menos por un instante se es libre para cambiar un evento.
Al igual que sucedía en Palm springs (Max Barbakow, 2020), en Quantum cowboys también el desierto esconde un portal multidimensional que permite que los personajes viajen de un tiempo a otro. La fascinación por el mismo paisaje en estas dos películas de Ciencia Ficción, tal vez muy diferentes en tono y en intención, me hace pensar que es precisamente en los espacios aparentemente vacíos, como el desierto, una cueva abandonada o un azaroso arco de piedras, donde yacen las sorpresas y los secretos. Se tratan, ambas, de formas de meditación anómalas, pero no menos certeras para una generación cansada de las espiritualidades tradicionales: tanto la comedia, como la animación se expresan aquí como vías legítimas para la exploración de los misterios más relevantes de nuestra vida.
Quantum cowboys llega cobijada por el sello de la productora Fit Via Vi, que ya nos entregó el año pasado la no menos extraña Cryptozoo (Dash Shaw, 2021), un viaje onírico a través de un mundo de bestias fantásticas donde también se nos ofrecía una reflexión profunda sobre lo que significa ser humano. Ambas películas son la punta de lanza de una nueva generación de animadores norteamericanos independientes quienes, siguiendo la estela que han dejado Richard Linklater y Charlie Kauffman, están interesados en perforar los límites de lo real a través del dibujo. Geoff es consciente de ello y sabe que películas como la suya buscan empujar a las audiencias a querer disfrutar otro tipo de animación: “Tengo la esperanza de que así suceda”, me dice casi al final de nuestra conversación, “existe un grupo de animadores que queremos desafiar a los espectadores con nuestras películas y creo que eso es bueno, es necesario que la gente sea desafiada cuando ve una animación”.
Quantum cowboys es la primera parte de una trilogía, o eso al menos es lo que ha asegurado Geoff en otras entrevistas. No creo que sea necesario aventurar alguna hipótesis sobre lo que ocurrirá después con los protagonistas. Es mejor ir con calma y detenernos en la ambición de Quantum cowboys, en su excentricidad, en su rareza. No puedo menos que estar de acuerdo con lo primero que me dijo Geoff cuando nos encontramos: “Esta película es una carta de amor al cine animado”. Y sí, cuando lo que se pone en primer lugar es el afán casi obsesivo de explorar una técnica, comprender sus límites y sus posibilidades en cuanto a lo que esta puede decir sobre la forma en la que experimentamos el mundo, lo mejor que podemos hacer como espectadores es hacer una pausa, mirar, pensar y celebrar.