Qué difícil es ser un Dios
Más duro es ser espectador Por Enrique Campos
Cuentan que Aleksei German había planificado Qué difícil es ser un dios durante toda su vida. Todos queremos hacer algo especial, la obra definitiva, antes de morirnos. Va en nuestra naturaleza, y desde luego Aleksei no ha cejado en el empeño. Después de montar las tres horas de su parábola de ciencia ficción se fue con la música bajo tierra. En el sur, a esto le llamamos quedarse a gusto; ni siquiera tuvo que quedarse para leer las críticas. Pero alcanzó la meta. Si pretendía que no nos quitáramos nunca de la cabeza su película cuasi póstuma, sabe el Altísimo que lo ha logrado. Quizá no por los motivos que imaginó, aunque eso es secundario. Aleksei, los espectadores no te olvidamos.
Antes de continuar, conviene lanzar un aviso a navegantes respecto a lo que este iconoclasta entiende por ciencia ficción. Olvidémonos de naves espaciales y alienígenas. La fantasía está sólo dentro de la cabeza del autor, o, mejor dicho, del adaptador; la responsabilidad de los ideólogos, los hermanos Strugatsky, es limitada. Ahí, en la cabeza de German, un grupo de científicos viaja a un planeta no sabemos si muy, muy lejano para toparse con una civilización idéntica a la terráquea, antropomorfa, rusoparlante, pero con 800 años de retraso en sus usos y costumbres. ¿Están pensando en Un astronauta en la corte del rey Arturo (The Spaceman and King Arthur, Russ Mayberry, 1979)? Sigan pensándolo, puede que necesiten algo en que pensar durante la proyección de Qué difícil es ser un Dios, algo ligero, el escapismo que la pantalla no les va a devolver. La realidad es que no habrá travesías interestelares. Cómo llegaron hasta allí nuestros compatriotas no es relevante. Están allí, llevan mucho tiempo allí. Una vez asumido esto, con un punto de decepción para los amantes de la hipervelocidad, queda entrar en la materia de la que estaban hechos los sueños de German. No es el primero en elucubrar sobre el poder del conocimiento. Antes que fabular un viaje en el tiempo para ejecutar a Steve Jobs, la mayoría preferimos entregarnos a tareas más lúdicas: volver a 1492 con un globo terráqueo, penicilina y un traje ignífugo.
Por eso el protagonista aquí, en Qué difícil es ser un Dios, es un Dios. Para humanoides anclados en el siglo XIII hasta copular durante más de 30 segundos podía representar un acto mágico, divino.
Y el jazz, porque este Don Rumata, el científico jefe, toca un rudimentario saxo, hace llorar (no de belleza precisamente) hasta a los ángeles paganos.
Entre el exceso de rigor tarkovskiano –para qué perder tiempo diseñando otros mundos- y la eternidad granulada hecha plano secuencia de Bela Tarr, German ejerce de camarógrafo de su dios. La cámara es un elemento más del que el resto de personajes son plenamente conscientes. Unos, los nuestros, los inteligentes, se dirigen directamente al objetivo, nos hablan desde el infinito; el resto miran imbuidos de la curiosidad infantil que despiertan los artefactos aún no descifrados, revolotean, sonríen desconfiados. Nada que no veamos en las conexiones turolenses de España Directo. Turolenses, malagueñas, pacenses… No es intención de este escribano detonar conflictos provinciales. Nadie ni nada nos pone al tanto de ello, pero Qué difícil es ser un Dios es un documental. También podría serlo El arca rusa (Russkiy kovcheg, Alexandr Sokurov, 2002) y su tour por el Hermitage. Permítanme un buen eslógan: “Si te gustó el travelling de Sokurov, te encantará el viaje (así, en cursiva) de German”.
Sin robots, sin hologramas, sin Leias, es de esperar una buena carga de “mensaje”. Y la hay, aunque flota en la ambigüedad. A ojos de Don Rumata, los habitantes de Arkanar son unos incompetentes, medio retrasados, unos auténticos cerdos que viven entre la mierda, llenos de mierda, respirando mierda. Contra todo pronóstico, la escatología ocupa un lugar preponderante en el relato. Una, dos, incluso tres ventosidades serían asumibles. Nos ponen en situación; la Edad Media olía mal. ¿Eran necesarias cientos de ventosidades y plantarnos en las narices todo el espectro de flujos corporales, los de los vivos y los de los muertos? Sólo si la sala estuviera llena de ciudadanos de Arkanar, algo duros de mollera. A los cerebros vírgenes hay que repetirles los conceptos, eso lo compramos, pero, ¿qué clase de público tenía en mente Aleksei German? Más aún, ¿qué noción tenía del ser humano? Qué difícil es ser un Dios ataca al olfato y al gusto, y no obstante es el tacto el sentido que sale peor parado. Hace frío en Arkanar y en el corazón de todos los que lo moran. No hay espacio para más emociones que las estrictamente primarias. Arkanar es Siberia y Rumata un agente de la KGB.
El anterior actor era Edward Żentara, no Ruth huger (aunque si tienen un gran parecido en esa epoca)
Me gusto mas la version de 1989 con Ruth Huger, mas amena por su duración y genial cuando se «cansa» con la escena del helicoptero.
La verdad es que esta no deja de ser un remake, mas tecnico con mejor fotografia, mas cruda, mas larga y hasta mas «artistica y de autor», pero en realidad no es nada nuevo como nos quieren vender sino una capa nueva de pintura (muy distinta eso si) pero basicamente el mismo film: El poder de un Dios de Peter Fleischmann.
Yo como No-Critico, encuentro esta versión menos disfrutable que la anterior e imnecesaria, una cinta mas para puristas cinefilos y no el espectador medio.
El problema es que hay cuestiones para las que, como decía Jess Franco, tienes que joderte y meterte diez años en una habitación a escribirlas, no hacer una película de ellas, por muy larga que sea. Siempre será una mirada superficial. Está claro que es un viaje en el tiempo disfrazado de viaje a otro planeta.
Lo único que te discutiría es lo de la educación atea del pueblo ruso. En este mundo puedes matar muchas cosas, menos la religión. La Iglesia Ortodoxa Rusa tiene mucho peso. Como en todo este tipo de revoluciones, como en Cuba, al principio se intentó barrer con la religión pero con el paso del tiempo soltaron la rienda. Quizá no desde el oficialismo, pero sí de facto.
Esperaba un comentario sobre la sobre representación de estos personajes primitivos y básicos que se manifiestan en demasiados o secuencias cuadros reiterando su comportamiento, envejecimiento prematuros, deformaciones salidas de humores etc. Hacen las tres horas casi un martirio.
Quiero creer que el coger barro y apretarlo, el comportamiento del protagonista condescendiente y otras señas explican la frase «difícil ser Dios». Pienso que el pueblo ruso desde su formación atea del marxismo mantiene una cierta credibilidad en un creador.