Red Army
Escarcha sobre el hielo Por Yago Paris
No sería temerario considerar a Piotr Ilich Tchaikovski como el compositor clásico más relevante de la cultura rusa. De entre su rico repertorio, destaca una obra que ha trascendido épocas y se ha situado como uno de los máximos referentes de su país: El Lago de los Cisnes (Lebedínoye óziero). Este ya mítico ballet sirve como espolón patriótico con el que enaltecer el sentimiento nacionalista de sus habitantes. Oro político para Moscú.
Ya es tradición que, en crisis gubernamentales, las cadenas de radio y televisión interrumpan su programación para retransmitir esta famosa obra. Un reclamo nacionalista que el Sistema Soviético usaba en su población para apelar a la unidad del país. El último recurso manipulador con el que tratar de ocultar carencias e impedir una irrevocable fractura sociopolítica. Idéntica táctica propagandística que la sufrida por el equipo nacional de hockey sobre hielo, el denominado Ejército Rojo: otro símbolo nacional, otra herramienta de Estado.
En Red army se muestra el destino de los jugadores de este equipo, capitaneado en la pista y en la narración por Viacheslav “Slava” Fetisov. El juego desplegado por estos deportistas los llevó a ser los absolutos dominadores mundiales de esta disciplina. En pleno auge del Sistema Soviético, su estilo y talento deslumbraron al mundo entero, no habiendo rival que les plantara cara. El gobierno no desaprovechó la oportunidad y explotó la hegemonía del equipo como reflejo del propio triunfo soviético. Una metáfora que reflejaba el bello idealismo comunista frente al despiadado capitalismo. Tchaikovskianos cisnes rojos danzando sobre la pista frente al tosco juego violento de los estadounidenses, desbordados ante semejante recital de belleza deportiva. Una especie de antecedente de dos ideas futbolísticas contrapuestas como fueron el F.C. Barcelona de Pep Guardiola y el Real Madrid C.F. de José Mourinho.
Es en este punto donde Red Army consigue su mayor interés, al ser capaz de mostrar las dos caras de un mismo modelo.
Sobre estos patines viajaban también los mártires de la férrea política del terror estalinista. Su perenne hermetismo mantenía voluntariamente secuestrados a sus jugadores en pos de un bien común, en el que resulta escalofriante la aprobación de sus propias víctimas. Una sociedad en miniatura entregada al comunismo, en la que las individualidades se estrangulaban a base de entrenamiento militar. Un bloque irreductible, invencible, cuyo triunfo deportivo sólo se explica a través de la supresión de la personalidad. Cuando nunca se ha permitido la reflexión, y la toma de decisiones ha quedado siempre en manos de otras personas, se abre un abismo existencialista al morir el régimen opresor. Las dudas surgen y nace el temor ante la falsedad de unos ideales implantados en una sociedad que desconoce otra manera de vivir.
En su labor de dirección, Gabe Polsky demuestra preocupación y respeto hacia estas personas, no cayendo en la tentación de someterlos a otro tipo de instrumentalización: el sensacionalismo. Sin embargo, en su afán de contención, contextualización y documentalismo objetivo, se intuye una lucha interior para no atacar a la sociedad de sus progenitores, de la que consiguen escapar pequeños detalles satíricos que recuerdan al estilo de Michael Moore [Bowling for columbine (2002), Fahrenheit 9/11 (2004)], tan incontestable en los datos presentados como manipulador en el uso de los mismos. Estas escasas digresiones tonales emborronan ligeramente un discurso coherente y sobrio en la mayoría de su metraje. Más molestos resultan ciertos énfasis dramáticos de puesta en escena, de entre los que chirrían los travellings hacia delante, prescindibles en su evidencia. Esta torpeza formal transmite una inexplicable falta de confianza en la contundencia del material que maneja, con potencial para helar la sangre y hervir la mente.
Su corte clásico en el manejo de la información –intercalando testimonios con imágenes de archivo- no le impide ser un documental tremendamente moderno en la técnica empleada en el tratamiento digital de las fotografías, que dinamiza su inherente estatismo y rompe su forzosa bidimensionalidad. A ello se le suma el exquisito suministro de datos, con los que traza una auténtica trama de suspense -tendencia últimamente muy transitada por el mundo del documental, especialmente tras el referente instantáneo que significó Searching for sugar man (Malik Bendjelloul, 2012).
Una historia agridulce sobre triunfos que se convierten en derrotas, con un sistema que no duda en convertir en enemigos públicos a aquéllos de los que se nutrió para enarbolar sus mayores glorias. Un férreo control estatal que desestructura personalidades y torna el patriotismo en odio. La matrioska se desangra, y ya sí que no hay ballet del terror que la reanime. Sin embargo, es precisamente la conciencia nacional la que, en última instancia, provoca la prevalencia del sentimiento más puro de patria, despojado de politiqueo rastrero. Los intentos de reconstrucción de un estado en ruinas permiten la supervivencia intergeneracional de una filosofía de vida y de un estilo, el del juego desarrollado por estos jugadores. Finalmente, el idealismo le gana la batalla al terror.