Redada asesina (The Raid)

The Raid: Redemption Por Àlex P. Lascort

Muchas veces una película, o mejor dicho su valoración, es una suma de emociones. Del complejo mecanismo del resultado de una ecuación que enfrenta las expectativas previas más el ambiente en la sala contra la calidad objetivable (si eso es posible de alguna manera) del film. Y es que a veces uno no sabe a ciencia cierta qué es lo que va a contemplar y su destino de espectador ha sido expuesto por obra y gracia del rumor, el boca-oreja, o sencillamente la cuadratura de un horario en un festival. Con esto no pretendemos menoscabar, ni poner en tela de juicio la calidad de las películas que vemos, pero es evidente que el entusiasmo, la expectativa e incluso la forma de vivirla en la sala pueden ser condicionantes nada desdeñables a la hora de valorar lo que hemos visto.

Esta disquisición sobre la emoción en el cine tiene mucho que ver con Redada asesina (The Raid), sobre todo debido a que no es una reflexión cimentada en la teoría, sino que, como en un mal telefilm de mediodía por la tarde en un canal privado, está basada en hechos reales. Seamos claros: servidor entró a ver Redada asesina (The Raid) en el Festival de Sitges motivado por todos los factores mencionados anteriormente, es decir, todos los motivos del mundo exceptuando quizás el que a priori es más importante, el cinematográfico.

Dejemos pues para más adelante el análisis meramente cinematográfico para glosar brevemente qué es lo que pasó en el cine Retiro y como influyó en la valoración ulterior del film de Gareth Evans. Ya de entrada el mero hecho de su nacionalidad exótica, indonesia, ya generaba ciertas chanzas de la audiencia, que si cine de autor indonesio, que si Nueva Ola oriental, eran bromas recurrentes antes del inicio de proyección. Bromas que, con el paso de los minutos del metraje fueron desapareciendo y dejando paso a estupor primero y jolgorio pantagruélico a continuación.

No exageramos si decimos que entre gritos, aplausos y descalificaciones a Melancolía (Melancholia, 2011) de Von Trier (la película se había proyectado ese mismo día) por comparación vimos volar literalmente cubos de palomitas en la sala. Este espectáculo dantesco debería descalificar en cierto modo la valoración del film, porque, ¿Cómo objetivizar la calidad de una cinta en medio de semejante jauría? ¿Cómo mantener la cabeza fría para el análisis si eres parte de esa especie de fiesta de los uruk-hai garrafistas?

Posiblemente la respuesta esté en la propia película. Es decir, la expectación puede generar alto voltaje, cierto, pero si el film no responde el jolgorio inicial puede acabar en indiferencia absoluta en el mejor de los casos o pañolada y abucheo general en el peor. No son pocos los casos en que se han producido situaciones así, y por ello hay que pensar el motivo por el que Redada asesina (The Raid) genera la situación contraria.

The Raid 2011 Gareth Evans

Estamos ante un producto honesto, tanto en lo argumental como en lo formal. El guión simple, prácticamente una traslación de La jungla de Cristal  (Die Hard, 1988, John McTiernan) subido de revoluciones. Un videojuego donde hay que subir niveles, ir afrontando rivales más duros hasta llegar al final boss. Para entendernos, estamos ante una película de estructura similar al clásico de Irem de las recreativas. Cierto que hay una serie de eventos detrás de todo, pero se nos antojan como meras excusas argumentales para llevar a la pantalla lo que se pretende. Desvíos argumentales estos que hallarían su eco y desarrollo en Redada asesina 2 (The Raid 2, Gareth Evans, 2014), pero que aquí no dejaban de funcionar como un trasfondo justificativo de toda la acción imperante.

Y hablando de acción y formalidades, resulta cuando menos impactante que no estemos ante un film de grandes florituras en cuanto a cámara se refiere. Estamos ante un film que se permite pocas hipérboles, nada de travellings en contrapicado circular a lo Bay, o montaje parkinsoniano con 25 planos por segundo. No, lo máximo que se permite Evans es un tiempo bala más dramático que otra cosa, siendo de hecho el uso de este recurso el punto de inflexión hacia la locura absoluta. ¿Qué hay entonces de destacable en el film? Sn duda las coreografías de lucha, su espectacularidad e innovación en el combate. Lo dijo Nacho Cerdá en el pase del film en Phenomena, nunca se habían visto ostias de semejante calibre. Pero la cuestión aquí no subyace tanto en la espectacularidad de los “bailecitos” sino más bien en su planificación, su ejecución. La manera en que están rodados, mostrando siempre cada movimiento, cada detalle, haciéndonos partícipes de cada puñetazo y gota de sangre vertida.

The Raid

Hay una querencia evidente por dotar de realismo sucio a las escenas, de hacernos creer que tal nivel de brutalidad, potencia y dominio del cuerpo a cuerpo puede ser real. No hay artificios y sí una planificación que podría competir perfectamente con la manera en que Michael Mann desarrolla, planifica y ejecuta las escenas de acción en sus películas. No hay tregua en Redada asesina (The Raid), cierto, pero tampoco hay espacio para improvisaciones y sí para entre tiempos donde la tensión es palpable, dilatada, creando así una sucesión de multiclímax que se retan entre sí, desafiándose para ver si se puede ir más lejos todavía.

Curiosamente nada de ello va en detrimento de los personajes. Quizás no son paradigmas de profundidad psicológica, pero sí lo suficientemente están bien dibujados para crear iconos reconocibles con personalidades y rasgos bien definidos. Sí, puede que sean arquetipos, pero tan repletos de carisma que es imposible olvidarlos, con mención especial a uno de los villanos (Mad Dog – Yayan Ruhian) más contundentes y capaces de generar tanto pavor y expectación en la historia (reciente o no) del cine.

Por ello Redada asesina (The Raid) se constituye per se como uno de los hitos más importantes en lo que a cine de acción se refiere, pero no solo eso, sino que es capaz de actuar como catalizador electrizante de audiencias, trasladar al público a un estado cercano al éxtasis vía anulación de la realidad que envuelve la sala y realizando una inmersión absoluta en lo que sucede tras el lienzo blanco. No se trata pues de un film que rompe la cuarta pared sino más bien un producto capaz de crear una corriente bilateral, una abducción en toda regla. Más que una película estamos ante una creadora de pulsiones y emociones.

PD: Luego queda la prueba del algodón, el revisionarla en la privacidad del hogar, y ver si es capaz de generar lo mismo, de mantener el listón tan alto. Nosotros ya sabemos la respuesta y, como cualquiera de los desafíos del film, les retamos a que lo comprueben.

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