Regresión

Disociación Por Manu Argüelles

Tras una prolongada ausencia, Alejandro Amenábar vuelve a la primera línea de fuego con Regresión, la película que abre el #63SSIFF.Y no puedo evitar que me quede cierta sensación de déjà vu con la apertura del Festival de San Sebastián de la edición de 2011 con Intruders (2011), de Juan Carlos Fresnadillo. Un thriller con cierta clave del fantástico, a cargo de un director español con proyección internacional, la plasmación de la tensión entre la ciencia y la religión y la esquiva ambigüedad de lo sobrenatural como fractura de nuestro orden ordinario….Y, sí, ambas resultan igual de fallidas.

Con Regresión volvemos a un clima en el que el inconsciente colectivo corporeiza lo intolerable a partir de la existencia de prácticas satánicas. Más que una creencia, una convicción, derivada de una deformada espirtualidad que en su dogmatismo extremo se alimenta del miedo. Una sociedad regida por la paranoia sincroniza con mucha facilidad aberraciones (aquello sancionado en las estructuras de la cultura), por lo que el caso que se investiga en 1990 en una pequeña localidad de Minessota vincula abusos sexuales dentro de la familia con el culto al diablo. La película recoge similar ambiente de crispación que ya fue testimoniado en la fascinante trilogía de documentales de la HBO, Paradise Lost, centrados en el caso del asesinato de los tres niños de Robin Wood en un pequeño pueblo de Arkansas (obviemos la película de Atom Egoyam, Condenados), estado colindante a Minessota. Pasaba también en una fecha cercana a la del film de Amenábar, 1993. La simple sospecha de que uno de los adolescentes creía en religiones oscuras y extrañas podía dar pie a que se le pudiese considerar un asesino potencial.

Regresión

El mal ya no es externo sino que nace en el interior del individuo. En ese sentido, Amenábar filma en plano subjetivo aquella secuencia al inicio en la que el padre de la víctima (el presuntor agresor) entra en comisaría. No obstante, esa perspectiva se rompe para proceder a la visión convencional, una forma de alegorizar cómo la mente del individuo contamina el ambiente externo. Además, tendrá su correspondencia más adelante, cuando Bruce Kenner (Ethan Hawke), el detective que investiga el caso, también acaba construyendo imágenes monstruosas similares a su principal sospechoso, por lo que su entrada en la comisaría cuando liberan a su compañero (presuntamente también estaba implicado) se filma de similar forma. Esa simetría entre ambos personajes se complementa con la forma de vincular nieto y abuela a partir de una misma figuración visual: ambos aparecen con un gato entre sus brazos, símbolo también de lo demoníaco y se anuncian asimismo como potenciales víctimas de la caza de brujas. Estas ideas, que podemos considerar acertadas, sin embargo quedan atrapadas en un largometraje que no consigue superar sus propias limitaciones. Lo que a priori podría resulta algo positivo -Amenábar en esta ocasión deja aparcado sus ínfulas de autor para ceñirse a las demandas del cine de género-, no consigue ser suficiente para que la película alce el vuelo. Una estructura demasiado mecanizada y que resulta algo torpe en la configuración del enigma acaba resultando una losa demasiado pesada para las aspiraciones de la película. Amenábar procura que su discurso quede en todo momento clarificado para el gran público y eso provoca que recurra a un esquematismo y a una voluntad explicativa que va en prejuicio de un largometraje, excesivamente varado en los clichés del thriller sobrenatural. Por ejemplo, cuando Bruce visita la habitación de Angela Gray (Emma Watson), la cámara mediante un barrido nos lleva de un retrato de familia idílico a una bailarina que da vueltas sobre sí misma en una caja de música (trasunto de una infancia/inocencia embalsamada), de ahí a una fotografía de la propia Angela Gray para acabar en el granero visto desde la ventana, presunto lugar donde se han realizado tremendas orgías de sangre y violencia. Si podemos convenir que puede resultar una forma ingeniosa de narrar visualmente acaba resultando ineficaz por su excesiva obviedad. En cuanto al esquematismo antes mencionado, se evidencia a través del personaje del cura y del psicólogo, roles que personifican la religión y la ciencia. Si la primera acoge a la víctima, Angela Gray, el psicólogo, el profesor Kenneth Raines (David Twelis), prácticamente acaba resultando como el apuntador del espectador.

Regresion

Regresión juega constantemente (quizás demasiado) con la idea de la disociación psicológica. Y cómo a partir de esta fractura se articula el misterio, una bruma que nos sitúa en un terreno intersticial en el que los personajes presentan graves problemas de comunicación con el mundo exterior, incluido el propio Bruce. En ese suelo movedizo, la verdad no encuentra su esclarecimiento oportuno ni con lo trascendental (que embrutece y ofusca todavía más la ya de por sí debilitada percepción racional), ni a partir de la ciencia positivista que se legitima como herramienta de resolución pero que involuntariamente contribuye al magma de delirio, ya que debilita todavía más la soberanía del yo. Amenábar en este juego se posiciona de forma palmaria en el mismo ángulo en el que se sitúa el hermano de Ángela (Devon Bostick), denunciando el fraude y distanciándose de ambas perspectivas de compresión de lo aberrante.

Una película que busca una zona de precariedad no puede acabar apoyándose en el género como una zona de confort, tal como acaba haciendo Amenábar con Regresión, porque acaba contradeciendo su propia naturaleza desestabilizadora y se anula toda pretensión de crear inquietud y desasosiego. La ambientación, la gramática y los códigos de un género aportan familiaridad al espectador, herramientas útiles para que a partir de aquí los límites y la estructura férrera empiecen a resquebrajarse, tal como pasaba con The Babadook (Jennifer Kent). Desgraciadamente Regresión lo comprende desde la vía más cómoda y más fácil, hecho que determina crucialmente su fracaso como thriller.

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