Remember
Perseguido por su pasado Por Fernando Solla
“¿Cuándo prescriben las mentiras?”
Que Atom Egoyan ha dirigido un filme ambicioso no se lo puede negar nadie. La memoria histórica colectiva unida a la pérdida del recuerdo individual en forma de thriller criminal parece una premisa interesante. Cuando son las víctimas del pasado las que deciden perpetrar su venganza contra los verdugos de entonces, la profundidad moral del asunto puede dar un juego cinematográfico sólido, impaciente, incluso controvertido. Si de pequeños aprendemos nuestra historia tal y como nos la cuentan, confiando en que así fue como sucedió, ¿por qué no vamos a hacerlo cuando el alzheimer hace mella en nuestro intelecto?
Zev Gutman (Christopher Plummer) vive en una residencia donde hace poco más de una semana que ha fallecido su esposa. Nonagenario superviviente del Holocauso, y aquejado de demencia senil, confiará su camino a cumplir la venganza a la que, según su compañero de asilo Max Rosenbaum (Martin Landau), Zev prometió a su difunta que destinaría sus últimos días. Encontrar y asesinar a Rudy Kurlander, nazi y criminal de guerra que acabó con su familia durante el genocidio, se convertirá en su misión. Para ello emprenderá un viaje a medio camino entre Estados Unidos y Canadá para encontrar al asesino. El conflicto logístico surgirá cuando haya cinco posibles opciones. Mismo nombre, parecida identidad, ¿nivel de culpabilidad?
A través de un acercamiento al thriller convencional iremos descubriendo los rescoldos del nazismo que siguen latentes en el mundo actual. Plummer dota a su personaje de verosimilitud en el acercamiento a la enfermedad aunque la mayor dificultad para el actor es que el guión no le permite profundizar en la importancia de su condición demente para el desarrollo de la trama. De este modo, la linealidad del planteamiento convierte lo que podría haber sido algo estimulante y trascendente en un arquetípico y repetitivo policíaco. La intriga nunca superará a la que sentiríamos al ver un cartel de “en búsqueda y captura”.
Salvo alguna escena en la que Egoyam se permite alguna licencia poética (como la de Zev atravesando una cortina de agua con la mano) en ningún momento llegaremos a empatizar con su personaje. La factura técnica del filme es la de una road-movie convencional que no aporta apenas elementos evocadores ni determinantes que justifiquen las peculiaridades del personaje. Y parece injusto que tras un planteamiento bien perfilado e inusual, realizador y guionista suelten de la mano tanto al protagonista como al público y nos pierdan entre divagaciones incongruentes y ridículas. Hay algo parecido a una falta de racord entre las ideas y las motivaciones de los personajes. No hay coherencia ideológica en este planteamiento que acerca a Zev a la figura de títere en manos de su compañero de fatigas Max, ausente prácticamente durante todo el largometraje para luego ofrecer toda la información que se nos ha negado como justificante del embuste disfrazado de giro o ruptura con respecto a la hipótesis preliminar.
El triunfo será pues psicológico e implacable, tan o más cruel que el crimen original. Es una lástima que el personaje de Martin Landau no alcance más protagonismo para desarrollar unos motivos que la interpretación del actor es capaz de transmitir con su mirada glacial y su rostro de alabastro, impenetrable. Lo mismo sucede con el enfoque que se da a los personajes de los hijos de los protagonistas. Principalmente a Charles (Henry Czerny), hijo de Zev. Durante todo el largometraje veremos al descendiente buscando a su padre, siguiendo de alguna manera la trayectoria que le llevará a conocer su verdadera identidad. ¿Qué pasa pues con la siguiente generación? ¿Hay algún nivel de responsabilidad o es lícito e irrebatible que hay que asumir la lacra de los actos perpetrados por nuestros predecesores? ¿En qué se debe diferenciar la actitud del hijo de un perseguido de la de un carnicero? ¿Si hemos configurado como auténtica nuestra identidad a partir de falsas premisas, puede la realidad cambiar en un instante más de cuatro décadas de mentiras? ¿Hay prescripción de la ética y la integridad moral del hombre?
Finalmente, es un chasco que Egoyam nos niegue todo lo descrito en el párrafo anterior, creando en los espectadores una extraña sensación cercana al engaño. Falsas promesas que nunca se cumplirán. Hay veces en los que los giros argumentales sorprenden haciendo de trampolín y dando un valor añadido a los largometrajes. Cuando un realizador o guionista consigue del espectador la confianza para dejarse llevar por caminos insospechados manipulando su condición inmóvil ante una pantalla y propiciando su participación activa en el filme se produce una correlación equitativa que puede desembocar en una experiencia fascinante. Una ruptura del proceso ordinario de emisión y recepción del mensaje, así como del canal cinematográfico. Un ejemplo (no muy alejado de la película que nos ocupa) sería Memento (Christopher Nolan, 2000).
Sin embargo, Atom Egoyam parece eludir todo un proceso de contextualización argumental y genérica que no le interesa, cambiando no sólo el camino trazado durante más de una hora, sino pretendiendo escudarse en la crudeza y brutalidad de un momento para incomodar y provocar algo que todavía no sabemos que es. Cualquier tema se puede abordar desde muchos puntos de vista distintos, y sin duda el discurso cinematográfico lo permite. Lo que no es tan lícito es pretender transgredir y quebrantar el propio discurso de un filme que termina banalizando y trivializando cualquier esperanza de sugestión, entendimiento o interés. Remember es, desgraciadamente, y a pesar de las buenas interpretaciones de sus protagonistas, algo cercano a un atropello cinematográfico.