Requisitos para ser una persona normal
Lo raro es vivir Por Jose Cabello
Rara es la semana que algún amigo no utiliza las redes sociales para publicar el típico cuestionario ¿qué tipo de persona eres?, un sencillo test que en ocasiones, incluso, hace sentir a nuestro amigo identificado con lo que la plantilla le devuelve como descripción de su personalidad. Descubre quién eres: hay cinco tipos de personas. ¿O eran siete? No, espera, son nueve. ¿Ocho? Sean las que sean, parece, y cada vez más, que los humanos acabaremos formando parte de una cadena de montaje, también estandarizada, donde no hay originalidad, solo estandarización. Quizás, en gran medida, la presión ejercida desde los medios de comunicación sea la responsable de esta cuestión.
Lo curioso, y cada vez más recurrente, es que para estar fuera de ese número de piezas finitas ataviadas con una bonita -pero al fin y al cabo- etiqueta, tienes que pasar por oír el adjetivo de “raro”. Para definir lo que es raro, antes deberíamos definir qué es normal, y es aquí donde me voy a valer del primer largometraje como directora de la actriz Leticia Dolera, que interpreta a María de las Montañas, una chica que concibe una lista de Requisitos para ser una persona normal con el fin último de encajar en la sociedad. La lista contiene condiciones para lograr poseer una vida normal, y esto implica, según la protagonista, tener familia, casa, trabajo, vida social, pareja y, como último requisito que engloba todos los anteriores, ser feliz.
En la búsqueda insaciable de cumplir sus requisitos, María de las Montañas conoce a Borja, un trabajador de Ikea con el que conecta al instante y con el que establece un pacto mutuo. María ayuda a Borja a reducir su sobrepeso y Borja ayuda a María a cumplir todos los requisitos de la lista. Por el camino, mientras se forja una sólida amistad entre ambos, Requisitos para ser una persona normal construye un alegato a favor de aquellas personas que no queriendo ser uno más, siguen siendo ellos mismos para integrarse en la colectividad aunque sean señalados socialmente como “personas raras” o “frikis”.
La película, en su premisa inicial, puede resultar algo simple, pero a través de la integración de personas discapacitadas en el elenco, logra desligar el estigma de exclusión social a aquellos grupos de personas que socialmente poseen más riesgo de serlo, y lo hace con la naturalidad que no poseía Yo, también (Álvaro Pastor, Antonio Naharro, 2009), película que trataba la misma problemática. La figura del hermano de María evidencia lo inútil de su propósito «normalizador» pues él mismo, sin necesidad de hacer ningún cambio en su personalidad, goza de aceptación y de vida social. María, en cambio, a fin de recolectar más requisitos, acude a lugares o interactúa con personas que nada tienen que ver con su ambiente natural y donde, además, escasea el componente clave a la hora de hacer amigos o pareja: la diversión.
Las excesivas buenas intenciones quizás fueron el factor decisivo para cargar la película con una escenografía plagada de tonos pastel y con un tono Hello Kitty, a ratos, cursi. Eso sí, Requisitos para ser una persona normal llega a bañar de cierto “glamour” a una empresa como Ikea, con locales fríos y asépticos, probablemente consecuencia del tono blanco marca de su estética. Si añadimos a la estética utilizada, una narración apoyada en la introducción de recursos de montaje, la película queda muy acentuada por un estilo contemporáneo que no soportará el paso del tiempo.
Este último punto podrá funcionar como cuchillo de doble filo ya que, por una parte, otorga a Requisitos para ser una persona normal un cariz de película liviana además de configurarla como película agradable, entretenida y fácil de acceder. Pero al mismo tiempo, el abuso de estos componentes propicia que, lo que en apariencia podría ser entendido como ameno, quede en el terreno de lo meramente simple, pues voluntariamente la directora evita explorar ningún elemento con rasgos de trascendencia y, a medio-largo plazo, esta decisión puede generar un sentimiento de indiferencia con el consiguiente olvido rápido de la obra.