Rester vertical y Ma Loute
Diálogo de sobrios: correspondencias involuntarias entre Alain Guiraudie y Bruno Dumont Por Yago Paris
No se generaliza demasiado si se dice que la comedia es una cuestión de ritmo. La duración de un plano, la velocidad con que se intercalan sus respectivos contraplanos, la cadencia de los diálogos o de la representación visual de un gag, todo ello es cuestión de ritmo. Es muy habitual que algo cómico sobre el papel no funcione al trasladarlo a la pantalla, y la explicación suele ser un problema de montaje. Es decir, de ritmo. Y este ritmo, el de la comedia, es habitualmente rápido. Estas señas de identidad, tan marcadas en el bagaje audiovisual, provocan que dos de las propuestas del Festival De Sevilla destaquen por extravagantes. Ambas pertenecientes a la Sección Oficial del certamen, Rester vertical y Ma Loute presentan un ritmo que se sale de cualquier estándar cómico de la representación cinematográfica, y lo hacen en una línea similar, por lo que, sin tener mayor relación que la espaciotemporal –coincidentes en 2016, tanto en Cannes como en Sevilla–, establecen una improbable correspondencia de la que se obtienen lustrosas reflexiones acerca de los mecanismos de la comedia.
Estas dos películas transitan un paraje compartido, pero lo hacen alejadas la una de la otra. Las dos se fundamentan en la comedia de lo insólito, pero los mecanismos para alcanzarla y los objetivos a conquistar son distintos entre sí. Rester vertical es una comedia oscura, de esas que juegan a no serlo; Ma Loute es una comedia disparatada, de mirada inocente y principalmente lúdica, aunque en su interior encierre cierto poso trascendente. La primera se debate entre el drama y la comedia; la segunda apuesta por el humor como medio y fin, lo que le permite ejercer una mayor profundización en los mecanismos de la comedia. En ambos casos, se trata de propuestas desorbitadas, inconformistas, que no conducen al público por el camino más directo ni el más cómodo. Dos propuestas sublimes, llenas de matices con los que conformar sendos universos inabarcables, sombríos, en los que la mala baba campa a sus anchas. Dos apuestas que juegan sus bazas para destruir cualquier expectativa, quizás la única manera de innovar en la comedia.
Rester vertical
Rester vertical narra las desventuras bucólicas de Léo, un director de cine atascado en la escritura de su último guion. Léo es un poco cretino, un caradura que se aprovecha de las situaciones como puede. Este es el primer elemento de distensión para generar comedia. Presiona a un chaval para que se una su rodaje, se aprovecha de la soledad de una granjera para llevársela a la cama y le saca dinero a su productor con la promesa de un guion que nunca llega, y del que cada vez se siente más desinteresado. Islas cómicas en un mar de solemnidad dramática. La película empieza muy seria, pero evoluciona hacia el terreno de lo insólito, y la manera que encuentra para hacerlo es una creciente comedia. Sin necesidad de acudir a lo disparatado, las situaciones son cada vez más extravagantes. Para que esta mezcla de drama y comedia funcione, se requiere un manejo excelente del tono por parte del director. Más allá de debates estériles acerca de qué es más sencillo o complicado, lo cierto es que moverse en terrenos tan pantanosos como los de Rester vertical, tan confusos, tan voluntariamente indefinidos, en los que alargar una décima de segundo el plano puede llevar la idea al fracaso, requiere una mano maestra, como la que Alain Guiraudie demuestra tener.
Los planteamientos de Ma Loute son más evidentes. Esto no la convierte, necesariamente, en una película inferior. La última obra de Bruno Dumont es una comedia visual que hace del disparate su hábitat natural. La apuesta por el humor físico es absoluta, y al autor no se le caen los anillos por acudir a las bases más primitivas de la comedia: el slapstick, los golpes y caídas. Y no se le caen porque no hay nada de malo, de pobre o de menos interesante de ello –pensarlo sería el reflejo de una concepción clasista de la comedia–. Hace mucho tiempo que este tipo de humor ha pasado a ser marginal en la cinematografía contemporánea, hasta el punto de que se puede asegurar que, salvo excepciones, el gag visual se ha atrincherado en el cine de animación. Sólo por este motivo, ya resulta satisfactoria la apuesta de Dumont –un tipo de comedia que apuesta por los recursos inherentes al cine, como es la puesta en escena, y no tanto por las peripecias de guion o las ocurrencias verbales–, pero Ma Loute es mucho más que eso. Este film es un trabajado proyecto que explota sus referentes cómicos y crea situaciones hilarantes desde el adecuado manejo de la forma. A esto se le suma la composición de unos personajes estrambóticos, ya sea un policía inepto y con obesidad mórbida, que al moverse hace un ruido similar al de rasgar un globo inflado, o una aristócrata que pasa de la risa al llanto en una décima de segundo, para así componer un personaje tan imprevisible como cómico –excelente y sorprendente Juliette Binoche en este papel–.
Ma Loute
Aunque aparente ser sencillo, el humor visual hay que trabajarlo. Más allá de la técnica interpretativa, antes de esta se tiene que descubrir la manera de narrarlo en imágenes, y, lo más importante, encontrar el tono y el ritmo con el que la idea se convierta en efectiva. En este sentido, el trabajo de Dumont es formidable, pues controla el tempo del relato para que cada una de sus infinitas apuestas humorísticas no se agote con el paso de los minutos. La cinta empieza por todo lo alto, con un derroche de genialidad que desata la carcajada al aprovecharse de la perplejidad que causa en su audiencia. Sin embargo, la propuesta tiene fecha de caducidad si no se va más allá, situación que nunca se da en Ma Loute. Quizás el caso más representativo está en el personaje de Fabrice Luchini, la cumbre humorística de la película. Este gran actor francés teje una interpretación colosal, que se basa en la lentitud de un inexplicable movimiento constante, entre la incontinencia física y el tic nervioso. El mayor mérito de esta actuación reside en la capacidad de Luchini para que la propuesta no se agote, para que durante las dos horas de metraje encuentre la manera de que su interpretación presente nuevos matices en cada nueva escena. Una situación en la que Dumont tiene mucho que decir, no ya sólo por la definición de dicho personaje –también escribe el guion–, sino por las decisiones formales con las que eleva el trabajo del actor –alargar hasta la eternidad el plano, para enfatizar la lentitud de sus movimientos; filmarlo de cuerpo entero para que destaque la capacidad de Luchini para mover cada una de las partes del cuerpo–.
La comedia visual siempre ha estado ligada al clown. Desde Charles Chaplin o Buster Keaton, los payasos han hecho del gag visual su arma más poderosa. Dumont piensa la comedia en los mismos términos, de ahí que sus personajes sean todos unos clowns. Estos tres personajes citados –el de Luchini, el de Binoche y el del policía– son los hallazgos más destacables en este sentido, pero el humor visual no es el único presente. A este se le suma el sentido del absurdo, fundamental para que la propuesta alcance tales cotas en su búsqueda de lo insólito, que es visual pero también verbal. Diálogos anodinos, que no llevan a nada, basados en detalles sin importancia en el caso de la investigación policial –como ya ocurría en la anterior obra de este director, El pequeño Quinquin (P’tit Quinquin, 2014)–, tejen una estructura de comedia absurda que parece no tener fin en su capacidad para sorprender y superarse a sí misma idea tras idea.
Ma Loute
Varias veces usada en este texto, la palabra “insólito” define ambas propuestas. En el último tercio de Rester vertical, esta se asemeja más a Ma Loute de lo que en principio pudiera parecer, pues ambas consiguen esa meritoria capacidad para generar una expectativa total ante el devenir de la trama, así como para construir un armazón cómico creciente, que se fundamenta en el disparate. Qué duda cabe que la de Dumont es una película totalmente despegada de la verosimilitud, mientras que la de Guiraudie, dentro de cierto extrañamiento, no deja de narrar actos que, si bien insólitos, son perfectamente verosímiles. Lo más interesante de esta última está, precisamente, en ese juego con el tono, en esa capacidad para que el público se crea situaciones que penden del hilo de la verosimilitud, siempre a punto de caer pero siempre firmes, como así explicita su título. Y, precisamente, como se mantiene, genera un estupor que conduce a la comedia. No se trata de un tipo de comedia basado en “a ver cuál es la siguiente burrada que se le ha ocurrido al director”, y ni mucho menos se convierte en una comedia involuntaria, de esas que persiguen el drama y encuentran la comedia. Nada más lejos de las intenciones, y de los resultados, de Guiraudie. Llega un punto del relato en el que el interés por la comedia se enfatiza: lo que se cuenta es tan brutal que no cabe otra opción que reírse. Sin embargo, el cariz dramático nunca se pierde. El juego con el tono es constante, y es la base para generar expectación. El autor suspende a su audiencia en una neblina de estupor, en la que resulta imposible predecir el siguiente movimiento narrativo, el giro de guion que está por venir. El tono, por tanto, resulta indispensable en ambas propuestas.
La puesta en escena juega un rol similar. Como se ha dicho, se trata de un humor visual, por lo que la composición del plano, la duración del mismo y el ritmo de montaje son fundamentales. En el caso de estas dos obras, destaca lo pausado del ritmo. En Rester vertical no llama tanto la atención, pues se construye desde el drama contemplativo, lo que pide a gritos una propuesta que se tome su tiempo en narrar los hechos. Sin embargo, a medida que la comedia se hace más presente, puede ser muy tentador acelerar el ritmo, pero lo que se conseguiría, con toda probabilidad, sería una salida de tono o, cuanto menos, una reducción de ese poso insólito. La película se convertiría en una comedia pura, por lo que la gracia de su juego se perdería. La propuesta resulta más llamativa en Ma Loute, pues, si bien muestra a las claras que se trata de una comedia pura, en la que el poso dramático o la presencia de los subtextos son pequeños, sorprende lo lenta que es. Esta parsimonia se construye desde el plano general, desde el movimiento lento de sus personajes y desde la larga duración de sus tomas, en las que dichos movimientos se recogen en su totalidad. A todo ese frenesí conceptual y a la sobreactuación desbocada se le suma, en contraste, una puesta en escena sobria, que no teme caer en el aburrimiento. Y es que, con lo que la cinta propone, no hay nada mejor que una realización contemplativa, que dé rienda suelta a sus planteamientos y que se atreva a llevar hasta el final sus decisiones.
De esta manera tan involuntaria como sólida, dos propuestas tan diferentes como Rester vertical y Ma Loute encuentran un nexo de unión poderoso, como es su concepción de la comedia. Una comedia que llega a partir lo visual, que es filmada desde la sobriedad de una puesta en escena contemplativa, y que aboga por lo insólito como mecanismo infalible para desatar la carcajada. Una disimulada, otra explícita, las dos resultan ejercicios formales de inmenso valor cinematográfico, que no se conforman con los estándares, que investigan en sus respectivas ideas, y que retoman esos orígenes de la comedia como un acto, ante todo, visual.
Rester vertical