Retorno al pasado y Lone Star

Encuentros con el pasado Por Jorge Fidalgo

Añorar el pasado es correr tras el viento Proverbio Ruso

Da la sensación de que a medida que uno va haciéndose más mayor, los años pasan más rápido y que la vida casi se te escapa de las manos. Cuando somos pequeños, vivimos en un permanente Carpe Diem, aferrados al presente de forma despreocupada y aprovechando cada minuto con intensidad. Sin embargo, y a medida que vamos creciendo, el presente se nos esfuma ante nuestras narices y lo único que hacemos, ante un presente efímero y un futuro plagado de incertidumbres, es rememorar continuamente aquellos años que se asemejan más a sueños que a experiencias reales.

El cine, herramienta que ha posibilitado el ansiado sueño de la inmortalidad al perpetuar personajes, escenarios y acciones, también nos ha ofrecido títulos cuyas tramas reflexionan sobre el paso y el peso del tiempo. Películas tan variadas como El gatopardo (Il gattopardo, Lucino Visconti, 1963), Nostalgia (Nostalghia, Andrei Tarkovsky, 1983), Cuenta conmigo (Stand by me, Rob Reiner, 1986) o Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, Giuseppe Tornatore, 1988) ahondan en la rememoración de épocas pretéritas desde una concepción deliberadamente melancólica y emotiva.

No obstante, y siendo realistas, el pasado no consta sólo de luces resplandecientes, sino también de sombras que muchas veces nos negamos a reconocer. Retorno al pasado (Out of the past, Jacques Tourneur, 1947) y Lone Star (ídem, John Sayles, 1996) son dos thrillers que ahondan en las cuestiones más sensibles y controvertidas del pasado.

Regreso al pasado

La película de Tourneur es un trabajo ejemplar dentro del cine negro. Puesta en escena expresionista, flashbacks, voz en off, agencias de detectives, una femme fatale, engaños, conspiraciones, y crímenes puntean un relato en el que los secretos del pasado, por mucho que se pretendan ocultar, acaban por emerger. Su protagonista, Jeff Bailey (Robert Mitchum), posee una gasolinera en un pueblito estadounidense y ocupa sus ratos libres con sus dos grandes pasiones: la pesca y Ann (Virginia Huston). Su existencia armoniosa se resquebraja súbitamente en el momento en el que Whit Sterling (Kirk Douglas), personaje que le hizo un encargo como detective privado tiempo atrás, desea volver a verle otra vez, lo que supone no sólo encontrarse con un tipo indeseable para Jeff, sino también con Kathie (Jane Greer), la mujer de Whit con la que vivió un romance secreto.

La cinta de Sayles se construye sobre un guión que roza la perfección, con personajes sumamente atractivos y originales, intriga constante y diversas subtramas que enriquecen el conjunto. Algo que no es de extrañar, pues Sayles empezó primero en el mundo de la literatura, escribiendo novelas y relatos breves, y dio el salto definitivo al celuloide gracias a la oportunidad que le brindó la empresa de Roger Corman. Lone Star, la película que le catapultó a la fama mundial, entremezcla géneros como el thriller, el western y el drama social para construir un fresco coral sobre los Estados Unidos y más concreto, acerca del territorio fronterizo con México.

Lone Star sigue las investigaciones de Sam Deeds (Chris Cooper), sheriff encargado de investigar el misterioso hallazgo de un esqueleto en un campo de tiro y sobre el que pesan las sospechas de ser el desaparecido Charlie Wade (Kris Kristofferson), anterior sheriff del condado y que tenía fama de corrupto. La clásica mecánica del whodunit permite a John Sayles indagar en el hermetismo del pueblo texano en el que transcurre la historia y reflexionar sobre cuestiones marginales, como el racismo, la inmigración ilegal o los abusos del poder.

La diferencia entre Jeff y Sam radica en su posición con respecto al pasado. Jeff es un fugitivo, un misfit atenazado por unos recuerdos de los que pretende escapar, pero contra los que acabará chocando irremisiblemente. El pasado que no quiere rememorar se reencarna en la figura del maquiavélico y manipulador Whit, que, consciente de la relación entre Bailey y su chica, plantea al ex-detective olvidar el asunto encomendándole otra misión plagada de trampas. Jacques Tourneur, que se había especializado en la factura de películas de terror de serie B como La mujer pantera (Cat people, 1942) o Yo anduve con un zombie (I walked with a zombie, 1943), recurrió sus característica y sombría puesta en escena para acentuar el tono lúgubre, sórdido y decadente de Retorno al pasado. Tourneur y su director de fotografía, Nicholas Musuraca, contrastan los claroscuros, proyectando sobre los espacios físicos los universos emocionales de sus protagonistas, unos personajes que acarrean un pasado trazado a base de luces y sombras.

Por su parte, el sheriff Deeds no escapa del pasado, sino que intenta sobrellevarlo como mejor puede. El descubrimiento del esqueleto le obliga a interrogar a diversas personalidades de la localidad de Frontera, entre las que se encuentran Otis Payne (Ron Canada), dueño de un garito concurrido por la comunidad afroamericana, o el alcalde Hollis Pogue (Cliffton James). A través de su testimonio, Sam ilumina los rincones más oscuros del pasado de Frontera y del sheriff Wade, individuo que nos recuerda al también sheriff Little Bill (Gene Hackman) de Sin perdón (Unforgiven, Clint Eastwood, 1992) por su actitud prepotente y falta de escrúpulos. Charlie Wade quedó en el recuerdo de los lugareños como el fantasma de un pasado que nadie añora, como el recuerdo infausto de un agente que sirviéndose de su posición privilegiada, amenazaba y extorsionaba a negros e inmigrantes latinos, llegando incluso a cometer algún que otro crimen. La larga lista de relatos compilada por Deeds conduce, inexorablemente, a la tesis de que Wade no se esfumó, sino que tal vez, fuese víctima de algún tipo de vendetta o asesinato.
Paralelamente, Sam Deeds se reencuentra con el legado de su progenitor, el también sheriff Buddy Deeds (Matthew McConaughey), un agente honesto, justo y valiente del que todos guardan un inmejorable recuerdo a excepción de su propio hijo, para el que su padre era el tipo con el que las discusiones estaban a la hora del día.

Y como en todo buen noir que se precie, las pesquisas y peripecias del protagonista inevitablemente chocan con una mujer, en el caso del film de Tourneur, la delicada Kathie Moffat (Jane Greer) es la encargada de ponerle las cosas feas a Jeff. El trabajo que le hace su marido de dar con ella en tierras mexicanas concluye con el romance secreto entre el cazador y la presa. Un romance que por avatares del destino se quiebra, pero cuyos restos siguen intactos, a la espera de mejores circunstancias o de mejores tiempos para volver a juntarse.

Lone Star huye del icono de la femme fatale clásica (manipuladora, codiciosa, seductora) y opta por una imagen más sobria, elegante y cercana. Sam Deeds volverá a toparse con Pilar (Elizabeth Peña), hija de una de las empresarias de origen latino más exitosas del lugar. El romance secreto que ambos mantuvieron en sus años de juventud también se vio truncado, aunque el inesperado regreso de Sam provocará la reavivación de esos sentimientos que quedaron sepultos tras años de distanciamiento. Para el recuerdo quedan la tierna secuencia del baile en el restaurante mientras la luz del atardecer acompaña a los dos amantes o la escena final, en la que los dos protagonistas, frente a la pantalla descascarillada del autocine al que acudían en su adolescencia, atan cabos, rellenan lagunas horadadas por el tiempo y desvelan secretos encerrados en la memoria de los que ya no están o en viejas fotografías que sobreviven como custodios inmortales al devenir de los años.

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