Retrospectiva Joanna Hogg: The Souvenir
Una carta desde otro mundo Por Ramón H Sosa
Una cierta ansiedad envuelve a todo acto de correspondencia. Incluso ahora, cuando podemos esperar tener respuesta a un mensaje en cuestión de minutos —cuando no de segundos— a la espera la atraviesa siempre la incertidumbre. Saber lo que el otro, desde allá donde esté, responderá, cuándo responderá y si responderá, conlleva la tensión de quien, con mayor o menor malestar, mayor o menor esperanza, aguarda ser respondido. A diferencia de una conversación cara a cara, la dilatada duración entre una pregunta y su contestación hace del tiempo un elemento sólido, lo vincula al espacio haciendo, en la espera, de cada minuto una distancia. Por ello, toda carta llega desde lejos: de otro lugar, de otro país, y, a veces, incluso, de otro mundo. En el que espera, la tensión se le reconoce en el tic de mirar habitualmente el móvil, de abrir una y otra vez su correo electrónico o, en el caso de que lo que se espere sea una carta, de ir, una y otra vez al buzón, de asomarse, cada poco, a mirar bajo la rendija de la puerta. En The souvenir (2019), la directora Joanna Hogg abre la película con una carta y, a partir de entonces, nos presentará a su personaje, Julie (Honor Swinton Byrne), mientras esta espera una respuesta.
A Julie la conoceremos, en primer lugar, por su voz. La pista de sonido sintoniza con una radio de la ciudad de Sunderland en la que la joven estudiante de cine explicará que tiene pensado rodar en la región. Se trataría de una película sobre un chico de 16 años llamado Tony que adora a su madre hasta la obsesión y sueña, noche tras noche, que esta muere. Para Julie, como para la propia Joanna Hogg, existe un vínculo muy fuerte entre el devenir de sus personajes y el espacio en el que este devenir ocurre. Así, la decadencia de Sunderland —ciudad obrera que en los 80, momento en que se sitúa la historia, estaba sufriendo la traumática caída de la industria pesada— serviría como metáfora de la muerte de la madre de Tony. Al tiempo que oímos a Julie, por la pantalla desfila una sucesión de fotografías de los espacios y habitantes de la zona que Hogg tomó en su juventud. La historia que se nos contará en The souvenir es real o está, por lo menos, bastante fielmente basada en la realidad vivida por la directora en la época. A fin de trasvasar su experiencia a su personaje, le cederá un apartamento que reproduce el que ella habitara por aquel entonces, ropa que replica la que ella misma llevara e, incluso, le prestará una bufanda que ha logrado sobrevivir a todos estos años. Pero serán esas fotografías, con su capacidad de traer el pasado al presente, las que permitirán la conexión definitiva de la directora con su alter ego. Mediante esas imágenes en blanco y negro la directora sintonizará, literalmente, con Julie otorgándole uno de los elementos más personales y cruciales que puede dar una directora: su mirada. Sumadas, las imágenes de la una y la voz de la otra, emitirán por radio un mensaje que no es ni más ni menos que una carta.
Cuando la voz tome cuerpo y nos encontremos con la figura de Julie, esta ya será, pues, una persona que espera una respuesta; que va a mirar, una y otra vez, bajo la rendija de la puerta por si llegara la carta que aguarda. Entre viaje y viaje, iremos conociendo a esta joven inteligente, indulgente, cariñosa y a la que diversas personas adjetivarán como frágil. Hija de una familia acaudalada es, tal y como le dice uno de sus amigos, una privilegiada que se puede permitir un piso en una zona bien de Londres, estudiar cine y pedir prestado a su madre —Tilda Swinton, madre real de Honor Swinton Byrne— el dinero que necesite para material de rodaje o cualquier otra cosa. Una persona que vive y sabe que vive en una burbuja. Si Hogg nos ha presentado desde un principio el proyecto de Julie es, también, porque su evolución —que concluirá en The Souvenir. Part II (2021)— irá en paralelo al crecimiento del personaje. Por ello, en este estadio embrionario de la obra, Julie tendrá que enfrentarse a la pregunta de si será capaz de filmar una realidad que le es tan ajena, si será capaz de enlazar a esa otredad su propia experiencia. Pero ella, manifestando un cierto malestar de clase, ha elegido Sunderland como lugar de rodaje para abrirse a un mundo que desconoce. Y esa es la razón por la que hablaba en la radio local o, más bien, la razón por la que desde la radio enviaba ese mensaje y ahora se encuentra a la espera de una respuesta de ese otro mundo.
Un día Julie recibe por correo una postal ilustrada con el retrato de una mujer de época. Nada sabremos sobre el remitente o el contenido, pero esa postal marca el inicio de su correspondencia metafórica con Anthony (Tom Burke). Para subrayar lo brusco del salto de Julie a una realidad que le es extraña, Hogg quema la pantalla con un plano en blanco. Seguidamente, como si hubiera entrado en la postal —en el espacio de la correspondencia—, la veremos en un salón ostentoso en el que no destacaría la mujer dibujada en el retrato que ha recibido. Allí, Anthony se nos presenta ya comentando el argumento del proyecto de Julie. Aquel que ella había explicado y, en cierto sentido, lanzado a través de la radio. Ha entrado, por así decirlo, en la carta y ahora obtiene su respuesta. Anthony, un hombre mayor que ella, carismático y que trabaja, o dice trabajar, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, le achaca que los personajes son planos y que sus actos deberían permitirnos acceder a su psicología. Su madre es de una región cercana a Sunderland y su padre se dedica a pintar astilleros como los que caracterizan a la ciudad. Él viene, pues, de ese contexto que ella quiere filmar. Dado que Anthony acabará convertido en el personaje central del proyecto de Julie, esa conversación contiene en sí un algo de la disputa y la persuasión que caracterizan al diálogo entre una creación y su creadora. Los vaivenes que en adelante observaremos son también una metáfora de aquello a lo que Jean-Marie Straub ser refería cuando decía que de la lucha entre la idea y la materia emerge la forma.
En uno de sus primeros encuentros, la pareja irá a ver un cuadro de Jean Honoré Fragonard llamado The souvenir. Hogg establece en todas sus películas asociaciones con espacios, objetos y obras y nunca de forma gratuita. El cuadro de pequeño formato —no mucho más grande que la postal recibida anteriormente por Julie— representa a una mujer que, tras haber recibido carta de su enamorado, talla la inicial de este en la corteza de un árbol. La película recibirá, pues, el título del cuadro que retrata a la protagonista de la novela de Jean-Jacques Rousseau Julia, o la nueva Eloísa (Julie ou la Nouvelle Héloïse, 1761). Novela epistolar en la que dos enamorados se verán obligados a estar separados a causa de la diferencia de clase —la alta de ella, la baja de él— y mantener una relación solo por medio de correspondencia. La Julia del cuadro a la que da nombre la Julia de Rousseau da, a su vez, claro está, nombre a la Julie de Hogg. Como en la novela, hay un romance y una correspondencia con alguien venido de otro mundo. Pero ¿es Anthony, elegante y refinado, alguien que represente la alteridad a la que ella estaba buscando abrirse? En breve, él estará instalado en el apartamento de ella. La vestirá, la definirá, le cambiará la vida, las decisiones y los argumentos. Él la llevará de viaje, le obligará a salir de su zona de confort. Poco a poco se esbozarán gestos y comportamientos un tanto extraños: él pidiéndole reiteradamente dinero prestado, desapariciones y alguna herida un tanto inflamada en el brazo. Comportamientos y gestos que cobrarán sentido cuando a Julie le descubran que Anthony es heroinómano.
En la filmografía de Joanna Hogg, el uso de los espacios responde más a las necesidades expresivas de la directora que a las obligaciones del racord. Los distintos elementos de atrezo se moverán de un lado a otro según el estado psicológico de sus personajes —cualidad que explorará más descaradamente en La hija eterna (The eternal daughter, 2022), apoyándose y escudándose en la coartada del relato sobrenatural—. Así, los sofás, las mesas, las sillas, los jarrones y las lámparas irán apareciendo y desapareciendo, situándose en un lugar u otro del reducido apartamento de Julie para mostrar la inestabilidad de su relación con Anthony. La pasión, la sensibilidad y la alegría se compaginarán con las discusiones, los silencios, la vergüenza y las ausencias de Anthony. El apartamento aparecerá patas arriba cuando él venda las pertenencias de Julie y finja un robo. Momento en que una ruptura dé paso a una reconciliación de igual manera que una rehabilitación dará paso a una recaída. Julie, tal y como buscaba en un inicio, tiene al otro —sin duda más ajeno de lo que cabía desear— en casa, pero aún no está preparada para verlo. El amor que siente por él le impide entender quién es realmente Anthony, aceptar la dimensión de su adicción, de su tragedia. La dimensión, en fin, de aquello a lo que él mismo se refiere como ‘el monstruo’.
Julie se despierta y encuentra, en cada uno de los peldaños de la escalera, el inicio de un camino de notas que Anthony ha dejado para ella. Cuando llega al final del camino, ya junto al alféizar de la ventana, oye fuera una explosión —probablemente la del atentado junto a Harrods llevado a cabo por el IRA en el 83—. Se trata de una carta y el camino al que conduce una carta es el de la realidad que se encuentra más allá de la burbuja. El atentado no tendrá mayor recorrido, pero, en nuestras cabezas, quedará relacionada la voz de Anthony, sus mensajes, con la realidad que ocurre, a veces de forma traumática, más allá del apartamento, en el mundo exterior. Sobre un paisaje con árboles espaciados, escucharemos, leído por ella, lo escrito por él. Quizá aquello escrito en el camino de notas que Anthony había dejado. Este plano exterior al que, filmado en distintas horas del día, iremos volviendo, contendrá la correspondencia que constituirá la base de la película que se rodará en la segunda parte de The souvenir. Se trata, como al inicio, de la voz sin cuerpo de Julie. Si antes la ausencia de cuerpo anunciaba la suma de Julie y Hogg, ahora se trata de una ausencia que anuncia la unión a esta suma de la figura de Anthony. El nacimiento de un nuevo proyecto que, también en estado embrionario, abandona a Tony y su madre y los reemplaza por Anthony y Julie.
Una noche, Anthony no aparecerá. Ella bajará a dejarle una nota en el portal indicándole que llame a cualquier hora sin miedo de despertarlas a ella o a su madre, que se queda a dormir esa noche en el apartamento de Julie. Esa nota será, simbólicamente, una carta, una última carta, que quedará sin respuesta, pues Anthony no volverá a aparecer. Si la espera de la correspondencia produce ansiedad, la ausencia de respuesta conduce al duelo. Volveremos a ver, una vez más, el paisaje con árboles fuera del estudio en el que Julie está filmando, finalmente, su nuevo proyecto. El paisaje enmarcado por la puerta del estudio, es una metáfora de su salida a ese mundo en el que Anthony ha dejado su voz impresa. Pero también, y sobre todo, son los árboles en cuya corteza Julie escribirá, con su cine, la inicial del amado ausente.