REW–FFWD

La caja negra de Villeneuve Por Matias Colantti

El camino del autor canadiense que se ha posicionado en el periodo posmoderno del cine, como un director firme, sólido y con un estilo contundente y sombrío donde brillaron las obras majestuosas Incendies (Denis Villeneuve, 2010) y Enemy/El hombre duplicado (Denis Villeneuve, 2013) se inició como la mayoría de los grandes cineastas de la historia, con la experimentación del formato cortometraje.

Son tan sólo tres los cortos que lleva realizado en su acotada filmografía, pero logró impregnar en cada uno de ellos la esencia sombría de su cine y una ácida mirada socio-política y de la comunidad burguesa, que han definido la autoría del canadiense desde sus inicios en 1994.

Denis Villeneuve nació en Toronto y se recibió de la Universidad de Cine de Montreal. Su carrera cinematográfica se iniciaría en 1990, cuando trabajaba en un programa de Radio-Canadá que se llamaba ‘La course destination monde’. La experiencia audiovisual del formato televisivo lo impulsaría hacia 1994 ha lanzarse en su primera realización de estilo cinematográfico con un cortometraje documental que llamaría REW–FFWD.

Esta primera obra de Villeneuve permite reflejar los primeros apuntes sobre la perspectiva de su cine y la marca estilística que se puede identificar a lo largo de su trayectoria cinematográfica: La cámara como un retrato de historias oscuras y tenebrosas. El terror no sería su género específico, pero siempre existirá en el subtexto de sus relatos como una estructura que yace en la composición enigmática de sus personajes y las miserias humanas que contienen las sociedades de sus películas. La instalación de un miedo que no se expresa en las clásicas formas del cine terrorífico con explícitos rostros de monstruos horrorosos, espíritus errantes en casas embrujadas o niños exorcizados con el demonio en su alma, sino más bien se basa en la mirada de un temor social que está anclado en las bases de la comunidad prejuiciosa y psicótica del siglo XXI.

REW FFWD 1

El pesimismo y el dolor infligido que trascienden sus historias, funcionan como una visión crítica hacia las falsas luces del “progreso moderno” y por ello tomo la decisión de mostrar la otra mitad de la cara… La de la mitad oscura. Este posicionamiento hacia el cine de las sombras, tal vez lo tomaría del estilo europeo de Lars Von Trier que compartía el pensamiento de que el cine debía incomodar e irritar, añadiendo esta descripción con un detalle de color en la frase que el danés alguna vez dijo: “soy un melancólico danés masturbándose en la oscuridad ante las imágenes de la industria del cine». Tal vez no siguió al pie de la letra las declaraciones de Von Trier, pero si tomaría en serio otra de las máximas que ha circulado el cineasta europeo y son reflejo de sus films: “el cine debería sentirse como se siente una piedra en el zapato”.

Así con ese espíritu de incomodidad pesimista e irritación que pone los nervios de punta hasta límites insoportables, definiría las premisas con las que el canadiense realizaría sus propuestas estéticas y la exhibición de su cine frívolo, tenso y sombrío que no solo toma las ideas de Lars Von Trier, sino que también tiene semejanzas con los estilos de un tal Roman Polanski y un tal Michael Haneke.

La narrativa de una búsqueda constante de esos miedos, de esos opacos rostros y de las pobrezas del alma humana, lo convertirían también en un contador de thrillers misteriosos, que más adelante consolidaría con Enemy/El hombre duplicado y Prisioneros (Prisoners, Denis Villeneuve, 2013), y que serían la marca de una impronta de la desesperada travesía de los hombres en busca de algo oculto entre nosotros, que se mueve sigilosamente y que siempre incomoda.
Con todas esas características, Villeneuve resumiría su cine en el comienzo del cortometraje REW–FFWD cuando una voz en off señala la presencia de una “Black Box” que sería la cámara de un periodista-antropólogo que visito las zonas suburbanas de Jamaica. La caja negra del cineasta de Toronto mostraba sus primeros “monstruos” que con el correr de sus obras se parecerían cada vez más a los humanos (¿o es que los humanos se parecen a monstruos? O es que en realidad no hay mucha diferencia entre ellos).

Denis Villeneuve dirige su primer cortometraje con una extraña decisión de tipificar su obra como un “psicodrama”, a pesar de tener todos los elementos audiovisuales que lo definirían como un documental. Esta es la primera señal de su autoría en la narración de búsquedas incesantes en atmosferas de descontrol psicológico. El film se centra en el descubrimiento de unas imágenes de registro documental sobre un periodista racista que experimenta un trabajo antropológico en los terrenos marginales de Jamaica, más precisamente en Trech Town, Kingston. El relato se va trasladando en primera persona con los distintos comentarios del periodista que cataloga de una forma despectiva y discriminatoria a la comunidad jamaicana como un “corazón de las tinieblas” donde la violencia y la barbarie reinan entre las personas. La falla mecánica de su auto en estas tierras “extrañas” le obligan a quedarse varios días entre los habitantes, y es allí donde el film comienza a explorar sobre la mirada racista del protagonista, haciendo cambiar su punto de vista y disfrutando del conocimiento de las tradiciones del pueblo y la cultura Rastafari.

A partir de esta pequeña descripción de la estructura del contenido del cortometraje, podemos pensar cómo Villeneuve engendra su primera criatura tenebrosa en un recuadro de cámara: El peso del prejuicio social y el temor ante lo desconocido. Estos dos apuntes reflexivos se apoderaran del film, desarticulando los diferentes estereotipos que la cultura occidental ha creado sobre los pueblos extranjeros. El periodista se queda en su auto, y automáticamente unos habitantes de la zona se le acercan. Se percibe su miedo automático ante lo extraño, cuando ni siquiera abre su ventanilla y se mantiene alejado de ellos, en un síntoma de estigmatización que la patología del racismo y el colonialismo han sembrado sobre los “diferentes de color”.

Con el transcurrir de los minutos, comienzan a aparecer algunos de los componentes centrales del cine de Villeneuve y que está vinculado al perfecto diseño de la tensión y la convulsiva sensación de misterio que siembra con su cámara. A cada movimiento del protagonista se le van apareciendo cientos de imágenes del pueblo, con niños y adultos que lo observan con miradas furtivas. El clima es tenso, y a pesar de que no visualizamos las facciones del periodista, podemos sentir en los ojos de los habitantes la extrañeza de un blanco en su tierra y como el miedo prejuicioso del personaje ajeno se empieza a densificar, sintiendo que en cualquier momento explota la violencia. Uno de los que acompaña al periodista le va narrando las costumbres de la zona y una voz en off comenta la experiencia con tonalidades de “civilización superior”. Este elemento de un relator que describe a la comunidad como una “Ciudad Bomba” con “armas humanas” es el reflejo de la crueldad occidental hacia culturas que consideran inferiores. Este es el monstruo social que devela Denis Villeneuve y que lo cuestiona críticamente desde posiciones socioculturales enfrentadas, exponiendo un escenario de “psicodrama” a través de las sensaciones racistas de su protagonista.
Esa incomoda atmósfera que se va gestando con el transcurrir de los días y los registros sobre diferentes personas del lugar van distorsionando esa mirada inicial que tiene REW–FFWD y van acercándonos a una observación de tonos más humanos y comprensivos. Cuando el cuadro de la cámara va cambiando de rostro y escuchamos los distintos testimonios, notamos cómo Villeneuve empieza a desarticular ese ambiente psicodramático y se lanza a un viaje antropológico de tonos documentales en la cultura desconocida. Es así como percibimos a los músicos Bronco Billy y Dread Massive dialogando sobre las prácticas de la religión Rastafari y cómo ven el futuro de Trench Town.

La narración sigue diversificándose en las formas documentales y se extiende a darle voz a una investigadora extranjera, que comparte la presencia con el periodista, y va introduciéndolo en la importancia de los conceptos culturales de la “familia extendida” que en otros continentes no es apreciada y el consumo de drogas como parte de una tradición comunitaria.

Los treinta minutos de la película se van desplazando en distintos niveles, llevando al espectador a elaborar una reflexión sobre la mirada a culturas extranjeras y el prejuicio subyacente que puede surgirnos ante la aparición de desconocidos. La cámara de Villeneuve juega con la incertidumbre, la rareza y ese principio de incomodidad al que nos tiene acostumbrado, utilizando una técnica por la cual dio título a su cortometraje: Aplica movimientos de rewind (REW) y fastfoward (FFWD) en donde intercala las imágenes del viaje internacional con otros fragmentos de caza animal y diferentes experiencias de la cultura africana, combinando el color blanco y negro en algunas oportunidades. A partir de esta técnica audiovisual podemos entender más profundamente esta idea combinar aspectos psicodramaticos en una estructura de narración documental.

Una de las imágenes finales del documental, en donde se encuentra un grupo de músicos tocando la guitarra y cantando hacia un público de niños que lo observan atónitamente desde un auto destruido que se encuentra en la calle de tierra, es la síntesis de una fotografía de luz y humanidad que poco se conoce dentro de su filmografía y que extrañamente la “black box” filmo.

La caja negra de Villeneuve comienza con este psicodrama y desgarraría todos los destellos de brillo de las sociedades, dejando muy atrás el canto de estos niños en sintonía con los músicos rastafaris, porque lo que está por venir en realidad es un camino lleno de sombras y criticas oscuras hacia los creadores de estas sombras.

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