Richard Tuohy y Dianna Barrie
Te escribo (Soliloquios III) Por Javier Acevedo Nieto
Te escribo:
Si me fijo en lo que está a la vista: el sol se tumba en el río y cada destello dorado ilumina la sábana de polen suspendida en la superficie, la pequeña corriente arruga el caudal (la textura del agua parece film de plástico con el que se envuelve la carne) y el carril bici es invadido por una pareja de corredores que terminarán por odiarse. Si me fijo en lo que está a la vista: el cielo invertido en la superficie del Tormes está aún más lejos de mí, los tostones muertos colgados en el mostrador de la carnicería me miran hacia abajo y entran en mi cabeza, el cestito de tickets rotos en la cola de la charcutería. No soy lo bastante viejo como para desear la muerte, pero me has dejado algún recuerdo que se superpone a todas estas imágenes. Si cada parte de mis ojos fue tuya, ¿cómo mirar? De nuevo la tristeza como un corredor que gira por el paseo fluvial en el momento oportuno.
Poco a poco, he desalojado imágenes de mi ático, aunque aún quedan algunas. Hurañas, se apelotonan en algunos recuerdos y las malditas traslucen mi vista si me atrevo a mirar el río con una rebañadura de nostalgia en el párpado. ¿Sabes? Hoy di una clase en la que tuve que llevar a una alumna al colapso lingüístico. Consiste en subir el nivel de la clase con el fin de probar su nivel de español y detectar posibles errores. Es frustrante para la estudiante, pero es el único modo de sobrepasar los límites de la comodidad del aprendizaje. Todes tenemos estos colapsos, en mi caso atravesé un colapso lingüístico cuando las palabras no podían describir la incomprensión de una habitación vacía. He pensado en estos recuerdos que se montan en mi visión y en este (y tantos otros) colapsos mientras veía las películas de Richard Tuohy y Dianna Barrie. Ambos llevan años con la organización de talleres, el diseño y perfeccionamiento de técnicas de imagen experimental e, incluso, con el cuestionamiento de la filosofía analítica y la estructura musical en el caso de Barrie, quien además es compositora.
Los chasquidos en bucle de la vieja cajita de música rompen una y otra vez la mano en plano detalle de Etienne´s Hand (2011). Tuohy acelera tanto la imagen que, finalmente, se funde en una sincronía eternizada de gestos irrealizados. Su cine quiere deshilachar la rigidez del formato de imagen (16mm, recuerda) y, con tal fin, invoca un milagro táctil que consiste en la sobreimpresión de la propia mano para (manoseado el celuloide) sentir cómo otra mano intenta agarrarse a ella; aunque es demasiado tarde, el bucle de la palma sin nada que acariciar culmina en una sombra aprehensible que me hace sentir un poco aprensivo puesto que pienso en el pellizco de tu mano en la estrellita dibujada en la manta (esto demuestra que la vida gira sobre un eje reiterativo). ¡Qué recuerdo! Recuerdo prometerme a mí mismo no olvidar nunca esa imagen, y no lo he hecho (“¿no te cansas de pensar”, dijiste, y nunca pensar en alguien se pareció tanto a no pensar).
Etienne´s Hand
He inventado un nuevo tipo de melancolía. Consiste hacer scroll vertical en el móvil y buscar un fragmento aleatorio de palabras que dijiste. Asimismo, cuando salgo a correr me impongo la misma rutina, es decir, disciplinadamente debo hacer un scroll (esta vez horizontal, soy un tipo mínimamente imaginativo) en el que busco un recuerdo aleatorio y lo fosilizo en mi vista, como quien mira el carrete de fotos del móvil y se siente Étienne Jules Marey a través de la exploración audiovisual de la fisiología de sus lágrimas. Armado con mi melancolía, he glitcheado todas las vistas de Salamanca y ahora parecen los patrones de tela descartados bajo la máquina Singer de mi abuela. Pues bien, Valpi (2019) es lo mismo, pero con talento y en Valparaíso. Tuhoy y Barrie descosen un larguísimo travelling de la ciudad con truquillos logrados con una impresora óptica, pequeño artilugio en el que varios proyectores junto a una cámara permiten operar sobre la película. Dado que ellos dan talleres de “hazlo tú mismo” por todo el mundo, en Chile decidieron remedar una ciudad con la curiosidad de quien tira de un hilo para ver cuánto se deshilacha un jersey. El travelling avanza, pero coladas de imagen fluyen por el fotograma en contradirección. Esto no es formalismo, más bien es un estructuralismo libre en el que a veces todo encaja (una ciudad bulliciosa) y otras todo se desencaja (somos transeúntes desubicados). Hasta cierto punto, la ciudad parece una abstracción muy concreta de un travelling mate (combinación de imágenes de cosas en una misma imagen) cuyo objetivo es guiarnos por el experimental que cabe en las baldas de una mercería: recomponer muchos hilos, zurcir paisajes y enhebrar sonido con el fin de coser un patrón de la caricia.
El scroll artesanal de estos cineastas me recuerda al filandón, reuniones alrededor de la de lo que convenimos en llamar calor humano en las que, tras la cena, se cuentan todo tipo de historias. Tuvimos algún filandón en el que, tras improvisar una cena, mirabas el móvil y deslizabas las notificaciones para posponerlas un poco más, quizá nunca hubo carantoña digital tan cariñosa. El mantel lleno de migas, las yemas de tus dedos jugueteando con la anilla de alguna lata y la lámpara vieja filtrando una luz triste o íntima (según el día, noche tras noche) que movía sombras en la pared. Después habría algo parecido a una caricia en la que nos rascábamos la piel. Pensaba que, a lo mejor, si rascaba el esmalte que te recubría, encontraría aún más tonos para mis historias. Las películas eran un ruido de fondo y nunca me importaron tan poco. Tampoco quería escribir, ¡qué necios esos que dicen que se escribe mejor cuando se es feliz! Para qué iba a querer narrar algo que puedo vivir. Aquellas cenas tenían su propio campo semántico. Me gustan las películas que crean campos semánticos. Ginza Strip (2014) me ha recordado a nuestro filandón. Es una película esmaltada en arcoíris a través del chromaflex, una técnica de su director que consiste en positivar áreas de la película de color, de negro o de blanco y negro. El distrito de Ginza crepita en una lumbre de colores que Tuhoy rescolda en muchas direcciones: diagonales que quiebran a peatones, quemaduras negativizadas que prenden las calles, paralelogramos en fotograma cuyo revelado diagnostica el bullicio endémico de Tokio. El ritmo y la estructura de estas películas encuentran su ritmo en la ruptura, en la síncopa, en una dinámica plástica y expresiva con su propia familia visual. Todas las imágenes son herederas de un mismo hallazgo consistente en la pura curiosidad por estirar el tejido de la película y la fábrica de la imagen.
Tuhoy y Barrie cuentan recuerdos transformados en la materialidad de la película. A veces, te decía que escribir una crítica me entristecía porque tenía la sensación de hablar de imágenes que ya estaban muertas. Me gustaría hablarte de la ventana de In and Out a Window (2021) debido a que la oposición de espacio externo y oscuridad interna me recuerda a la perspectiva de tu ventana. Sin embargo, siento que estoy haciendo un acto de epigrafía funeraria. Pienso que me limito a leer las inscripciones de tumbas de recuerdos e imágenes. ¿Sabías que las clases altas en Roma situaban sus tumbas cerca de las vías públicas ya que lo que más temían era el olvido? Quizá porque temo olvidarme y regresar a la ciudad en espera, visito una y otra vez el mismo cementerio, cual protagonista de una mala copia de una película de John Ford.
Hoy no te he atosigado con citas porque no tengo muchas palabras. También porque las películas de Tuhoy y Barrie han escarbado tan bien en las vísceras de la imagen que lamento quedarme en la superficie. Pese a ello, el poeta argentino Baldomero Fernández Moreno escribió Soneto de tus vísceras. Además de poeta era médico, razón por la cual quiebra por completo la codificación romántica del soneto para prometer un amor que recorre las entrañas de la persona amada. Cierra su poema con esto: «Quiero gastar tus vísceras a besos, vivir dentro de ti con mis sentidos… Yo soy un sapo negro con dos alas.» Es extraña y sensual esta forma de usar el sencillismo para amar. Pues este sencillismo anatómico recorre el cuerpo de las imágenes de estos dos grandes cineastas. Ojalá todo fuera así de sencillo. La anatomía de estas imágenes me recuerda que están muertas, un poco como aquellos recuerdos. ¿Sabes? Hemos legitimado tanto la presencia de la tristeza que hemos olvidado normalizado la ausencia de una felicidad. Por suerte, me enseñaste a legitimar muchas más cosas además de la tristeza. Por eso, cuando vea el sol acostarse en el río, te recordaré. No será como la playa con forma de enorme boca babeante en la que te pensé mil veces, pero, fin de cuentas, cualquier sitio es igual para olvidar, como da lo mismo que la palabra sea lápida, cariño o imagen. Es momento de terminar estos soliloquios que no leerás, ni acá ni allá. Llegará el día en el que no te escriba, como espero que llegue el día en el que las imágenes sean un ruido de fondo (cuando me fije en lo que no está a la vista).
Hasta entonces y hasta nunca:
¿Te escribo?