Rosario, ciudad del boom, ciudad del bang
Por Manuel Quaranta
Una danza de tractores, camiones, granos y edificios abre el documental Rosario, ciudad del boom, ciudad del bang, dirigido por Martín Céspedes; una orquesta propia de una película de Kubrick acompaña cada uno de los movimientos de máquinas productivas y constructivas que vienen transformando a la ciudad, desde hace años, para algunos, en rica y pujante.
La producción rosarina no abre las posibilidades de reflexionar sobre cine o acerca de un procedimiento documental que se empeña en deslumbrarnos por un supuesto acceso privilegiado a la realidad. En este sentido, Céspedes utiliza un recurso poco novedoso, visita a ambientalistas, entrevista a algunos políticos con posiciones críticas, familiares de víctimas, militantes sociales. El documental está dividido, además, en cinco partes en las que desarrolla una problemática particular. Cada una de las partes se inaugura con animaciones bastante logradas, aunque sencillas, y allí se introduce mediante un texto el tema a tratar. De este modo, en términos cinematográficos (más allá de un notable cuidado de la imagen), la propuesta rosarina no aporta argumentos de peso a la historia del documental. Sin embargo, la carencia no es un obstáculo irremediable ya que la función política de Rosario, ciudad del boom, ciudad del bang cobra, a todas luces, mayor importancia que su propuesta estética. Toda una discusión esto de separar estética y política, imposible de dar en el presente artículo, que hace hincapié en la preocupación dominante del documental: alertar de los peligros próximos a una ciudad que, si no toma cartas en el asunto, podrá escribir en mil páginas la Crónica de una tragedia anunciada.
Rosario padece actualmente un conflicto muy grave debido al narcotráfico. El exjefe de policía provincial (designado por el gobernador anterior, Hermes Binner) renunció por sus sospechosas vinculaciones con el negocio de la droga. Además, una de las consecuencias de la connivencia entre poder político, policial y judicial es que Rosario en el 2012 (en el 2013 transita idéntico camino) se convirtió en la ciudad argentina con el mayor índice de homicidios. La inmensa mayoría de ellos se dan en los barrios más pobres, en los márgenes, donde los brillos del progreso todavía no han penetrado (o lo han hecho de otro modo).
Sin embargo, lo que se debe decir, no es lícito postergarlo: Rosario ha dejado de ser una hace tiempo. La ciudad se divide o fragmenta en una serie de fichas inconexas que las distintas entrevistas, por ejemplo, a Carlos del Frade (periodista y ex candidato a diputado), ponen en evidencia: un polo industrial multimillonario que envía las ganancias a sus casas matrices, un cordón de pobreza en donde anidan la mayor cantidad de cocinas de droga, un boom inmobiliario en el que 80.000 viviendas están deshabitadas cuando 50.000 familias tienen problemas habitacionales, una multinacional (CARGILL) que factura $39.000 por minuto y está exenta de pagar ingresos brutos, una ciudad en la que el 80% de la obra pública es financiada por capitales privados que no se sabe muy bien de dónde provienen; podríamos seguir con más ejemplos del modo en que el gobierno municipal se encuentra absolutamente prendido de las pestañas por sectores financieros ligados a la soja (por no mencionar los ligados a la droga) que reclaman por cada peso “invertido”, su interés en sangre. Con el correr del documental, quien mejor define el estado de la cuestión es la prima de un soldadito (así se llaman los menores de bajos recursos que, a través de promesas de bienestar, entran en el negocio de la droga y siempre terminan siendo los principales perjudicados): “es un círculo mafioso”.
Rosario, ciudad del boom, ciudad del bang, de Martín Céspedes, nos pasea por una ciudad múltiple, bifronte, en la que todo se relaciona: soja, edificios, casino, fútbol, narcotráfico, pobreza, ostentación, villas, droga, asesinatos, políticos, policías, jueces, nosotros.
Y creo que la última mención resulta clave, ¿qué hacemos nosotros habitantes del centro ante el conflicto? ¿Cómo suponemos que puede “arreglarse”? ¿Somos inocentes frente al crecimiento de una ciudad que a la vez destruye a vastos sectores? Una posible respuesta es esbozada, llegando al final del documental, por un militante del Bodegón Cultural Casa de Pocho (Pocho Lepratti fue un militante social brutalmente asesinado durante los acontecimientos de diciembre de 2001): “La clase media al poder definir y al poder pintarse la cara que todo está mejorando está tirando un boomerang al no poder ocuparse en serio de los problemas coyunturales del país, uno de ellos es el narcotráfico…Y todo lo que se está ignorando, por ejemplo, el grado de violencia que está creciendo por debajo, digamos, en los barrios, en algún momento va a volver…Y va a volver, lamentablemente, de la peor manera”.
Sin duda, existen responsables políticos, el “socialismo” gobierna hace 20 años la ciudad y desde el 2007 la provincia. El crecimiento exponencial del narcotráfico se dio en este período, situación que no exime de culpa al gobierno nacional debido a que en otras ciudades del país suceden hechos similares; por otro lado, la policía junto a algunos jueces resultan la condición necesaria para que los negocios puedan desarrollarse en paz. Sin embargo, a pesar de esto, somos nosotros, ciudadanos de a pie, los que debemos comenzar a reclamar un poco más fuerte a fin de evitar que lo que viene siendo grave se transforme en una carnicería.
Lo que demuestra el documental es la relación estrecha e inescindible, mal que le pese a algunos, entre el Boom y el Bang.