Ruby Sparks

Supongo que te buscaba a ti, sólo que he tardado en encontrarte Por Fernando Solla

“Escribe lo que puedas y luego desaparece”J. D. Salinger

“Ahí estás… Te estaba buscando”. Primera réplica con la que Calvin Weir-Fields (Paul Dano) abre la nueva película de Jonathan Dayton y Valerie Faris. Y por momentos, durante el visionado del largometraje, llegamos a pensar que somos nosotros los que pronunciamos estas palabras, sorprendidos y tocados por lo que vemos en la pantalla: la película romántica que queremos, con una construcción de personajes principales hábil, sugerente e, incluso, verosímil; adjetivo mediante el cual no sospechábamos que calificaríamos esta película, teniendo en cuenta su temática. Magia. El cine, como la literatura y el amor, se revela una vez más como algo mágico. ¿Qué impulsa a una autora, véase Zoe Kazan (también coprotagonista de la película), a escribir una historia como ésta? ¿Y a un espectador a reflejarse en sus ficticios personajes? ¿Por qué la ficción se demuestra como el recurso metafísico más eficiente para transformar en palabras la realidad? ¿Pueden los estragos causados por los efectos o, en este caso, los defectos del amor tomar las riendas de nuestra vida y convertirse en materia cinematográfica (o literaria) que nos permita superar nuestros traumas románticos y, a la vez, vencer nuestro bloqueo creativo? ¿Dónde establecemos los límites entre autor, actor y personaje protagonista de nuestras propias vidas y en qué categoría nos situamos en cada momento y por qué? Lo dicho, señores: destellos de magia.

Destellos momentáneos y esporádicos, eso sí. Los directores de Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006) presentan en esta ocasión la crisis de un joven escritor que, tras publicar una primera y exitosa novela, se ve sumido en el vacío creativo más absoluto, a su vez provocado por el vacío sentimental y existencial por el que naufraga desde que su exnovia Lila (Deborah Ann Woll,  nuestra adorada, y sedienta de sangre, Jessica en la televisiva True Blood) le abandonó. Le acompañan en su desdicha su perro Scotty y su máquina de escribir. Su único amigo es su hermano Harry (Chris Messina), con el que compartirá esporádicas visitas al gimnasio y anodinas y tópicas conversaciones sobre la importancia del sexo para elevar la autoestima masculina y el papel de la mujer en la vida del hombre. Como buen (y adinerado) neurótico que se precie, Calvin buscará refugio y apoyo en la consulta de un psiquiatra, en esta ocasión el Dr. Rosenthal (un breve aunque acertadísimo Elliott Gould).

Hasta aquí ninguna novedad, si no fuera por la presentación y la interpretación del personaje de Calvin. El apellido Weir (que se nos antoja inevitablemente como una contracción de weird, adjetivo cuya traducción del inglés vendría a ser algo así como raro o extraño, pero también misterioso, increíble o maravilloso) es, por la propia definición del término, toda una declaración de principios y un gran guiño de la guionista Kazan, que propicia nuestra empatía con el protagonista desde el minuto cero. Siguiendo estas mismas pautas, la composición de Paul Dano nos acerca a ese looser o nerd que todos llevamos dentro. Una esforzada y lograda interpretación que consigue superar el convencionalismo formal y argumental en el que se sumida la película durante su segunda parte. Divertidísimo cuando se enfrenta a los ataques de pánico a lo Woody Allen de su personaje, tierno y conmovedor cuando se enamora de Ruby y, patético y desbordado por la situación cuando el guión lo requiere. Excelente Dano, que aunque joven ya cuenta con una prolífica carrera televisiva y cinematográfica como secundario. No en vano ha intervenido en algunos episodios de Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007), además de la nombrada Pequeña Miss Sunshine, la monumental epopeya Pozos de ambición (There Will Be Blood, Paul Thomas Anderson, 2007), o las más recientes Cowboys & Aliens (Jon Favreau, 2011) y Looper (Rian Johnson, 2012).

Ruby Sparks

Con Ruby Sparks se revela como un protagonista de enjundia. Le damos la bienvenida a la vez que le auguramos una prometedora carrera anfibia de esas que tanto nos gustan, las que transcurren entre el cine más o menos independiente y el comercial, mostrando una envidiable salud de hierro en ambos terrenos.

Sigamos con la película que nos ocupa. A petición del Dr. Rosenthal, Calvin deberá escribir sobre un personaje femenino que querría a Scotty (su perro) tal y como es, miedoso e introvertido (excelente plasmación en pantalla de una metáfora algo manida pero todavía efectiva de la regularización del carácter y el ademán de dueño y mascota). A partir de este momento, Calvin volverá a soñar. De los sueños recuperará la inspiración perdida. Y de ahí surgirá la mujer ideal, la que trascenderá el tinta, papel y sueños para convertirse en un ser de carne y hueso (Zoe Kazan). Tranquilos, la película no pretende abarcar el género de la ciencia-ficción. Esto no es Mi novia es una extraterrestre (My Stepmother Is an Alien, Richard Benjamin, 1988), y aunque Paul Dano bien podría ser un nuevo Dan Aykroid, Zoe Karan está más cercana a la Emma Stone de Crazy, Stupid, Love (Glenn Ficarra y John Requa, 2011) y sobretodo a la Zooey Deschanel de (500) días juntos (500 days of Summer, Mark Webb, 2009) que a Kim Basinger.

Precisamente Ruby Sparks tiene un planteamiento bastante cercano a la cinta de Webb, aunque no desprenda ni la frescura argumental ni la originalidad expositiva de (500) días juntos más que en el primer tramo de la cinta y en una delirante, opresiva, dramática y maravillosa escena casi final que no desvelaremos, pero que por sí sola ya merece el pago de la entrada. En ella, Zoe Karan se convierte en heredera contemporánea del enorme dramaturgo italiano Luigi Pirandello y su obra cumbre Seis personajes en busca de autor (Sei personaggi in cerca d’autore, 1921). Del mismo modo que en la pieza teatral un padre irrumpía en el ensayo de una obra de teatro increpando al director, Ruby se materializará sin explicación alguna y aparecerá en el apartamento de Calvin. Tanto o más meritoria que la composición de Paul Dano nos parece la de la joven Zoe Kazan, que se presta al juego con una interpretación dinámica, divertida y en la ya nombrada escena final roza la excelencia del drama propuesto por los artífices de la película. Conmovedora su perplejidad al saberse personaje creado, protagonista y antagonista de sí misma al depender de los deseos de Calvin y no poder obrar según su propia voluntad. No desvelaremos más detalles.

Hasta aquí todo parece bastante interesante. Y lo es. Lástima que una vez planteado el argumento y presentados los protagonistas principales la película caiga en los mismos tópicos más o menos sensibleros de los que pretende huir y la historia de amor caiga en los convencionalismos habituales del género. Totalmente anodinos los personajes secundarios creados por Anette Bening y Antonio Banderas, madre y padrastro del protagonista. Insuficiente, inverosímil y simplista el intento de humanización de Harry, hermano del escritor interpretado por Dano. Desaprovechado y desdibujado Steve Coogan como agente literario de Calvin. Una lástima para todos aquellos que recordamos su efervescente aportación en 24 Hour Party People (Michael Winterbottom, 2002).

Ruby Sparks

Curiosa la idea que tiene una mujer (la Kazan guionista) de la idea que tiene un hombre de lo que debe ser la mujer perfecta para él. Al final, y a pesar de las inquietudes artísticas, humanas e introspectivas del protagonista, el rol femenino quedará relegado a la cocina, la cama y la devoción hace el macho dominante que no domina nada y que no es capaz de discernir lo que realmente desea y se ve superado por la situación. Kazan plantea una gran idea pero es incapaz de desarrollarla y sacar todo el provecho que desearíamos de la situación, ya que no nos queda demasiado claro si lo que quiere es mostrar la misoginia del sector pensante de la sociedad o simplemente la incapacidad de Calvin de arriesgarse a vivir en la realidad lo que siempre ha imaginado y deseado. “El verdadero perdedor no es aquél que no gana. El verdadero perdedor es aquél que tiene tanto miedo a no ganar que ni siquiera lo intenta” decía un excelente (y oscarizado) Alan Arkin en Pequeña Miss Sunshine.

Otro factor que no juega a favor de la película es que durante su visionado nos vienen a la cabeza otros títulos que, como mínimo a un servidor, le parecen más estimulantes que el actual. La sequía creativa de un autor se ha visto reflejada en múltiples ocasiones en la gran pantalla, pero nunca nadie ha logrado transformarlo en algo tan valioso e hipnótico como Federico Fellini y su irresistible (Otto e mezzo, 1963). En lo referente a la incapacidad masculina para relacionarse con el género femenino, ya sea a causa de la estupidez emocional que solemos mostrar lo seres humanos cuando intentamos verbalizar nuestros sentimientos o, simplemente, a la timidez inherente a cada uno de nosotros, seguimos conmovidos por Lars y una chica de verdad (Lars and the Real Girl, Craig Gillespie, 2007) y por su intérprete masculino, Ryan Gosling. Con una mirada como la suya no hay personaje (ni espectador) que se le resista.

Para terminar, y una vez sopesados los distintos (y distantes) valores de Ruby Sparks recomendamos el visionado de la película de Dayton y Faris. Lo que es bueno, es realmente muy bueno, suficiente para no quedar empañado por el convencionalismo que ya hemos comentado. Nos quedamos pues con ese par de excelentes interpretaciones protagonistas y el brevísimo pero muy celebrado giro dramático que por decoro (no por falta de ganas) no desvelaremos. Invitamos a los realizadores a profundizar un poco más en este tipo de personajes outsiders que tan bien han retratado en Pequeña Miss Sunshine y la actual Ruby Sparks para que, finalmente, nos ofrezcan la gran película que están deseando rodar. Ánimo y hasta la próxima.

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