Runner, Runner
Pocas probabilidades Por Christian G. Carlos
Existe un 4% de posibilidades de que usted consiga ligar una escalera de color en la penúltima o última carta. A eso se le llama un runner runner. Lo importante de ese cálculo que comentan Ben Affleck y Justin Timberlake en la escena del barco, bautizado como ‘La casa’, es que nos transmite la sensación de que la estadística es calculable en el póker, que puede estructurarse, al conocer todas las cartas en juego y las reglas del mismo. Así, para ellos, el póker deja de ser un juego de azar y pasa a ser un juego controlable, con una serie de fórmulas que la película no desvela pero que, mediante el juego online, se muestran como indudables. Conseguir, conocer y aplicar estas fórmulas es la clave del éxito.
Tan claro como se explica lo tiene Richie Furst, el personaje interpretado por Justin Timberlake, que pretende pagar su matrícula universitaria jugando al póker. Convencido de sus fórmulas, apuesta sus ahorros pero los pierde ante un jugador desconocido que resulta ser Ivan Block (Ben Affleck), magnate del juego con residencia en Costa Rica. Insatisfecho por el resultado, viajará hasta encontrarse con su rival. Quedará inaugurada otra partida, esta vez sin cartas de por medio, pero con doble premio: el dinero y el amor, que estará encarnado por Rebbecca Shafran, la compañera de Block que es interpretada por una de las actrices que más cuota está consiguiendo en Hollywood, Gemma Arterton.
Clasificado como thriller, Runner, Runner se mueve constantemente en los terrenos de la inverosimilitud y la esquematización, especialmente a partir de la llegada de Furst a Costa Rica. Las acciones se suceden sin un claro motivo, sólo porque la película debe continuar, y debe continuar porque el plan y la fórmula están claros, no hay dudas. La inverosimilitud de la trama, con la clásica idea de que el ganador puede superarlo todo, y que puede hacerlo individualmente, reclamaba de una narración sutil, no tan decisiva. Pero la narratividad esquemática, con una evolución de la historia tan marcada y recalcada, alimenta la inverosimilitud y convierte a la película en un espectáculo visual, donde ya nada tiene sentido más allá del verte ante una pantalla.
Especialmente dañinas para la narración son esas escenas en las que los personajes aparecen sin razón, porque el cine debe ser así. Uno de los muchos ejemplos sería la mirada que Affleck dedica a la pareja en una de las varias fiestas que celebran. La evolución de la trama pide que se dé cuenta de esa situación, pero lo que vemos en pantalla no tiene nada de sutil, no es más que un recurso clásico y sobreutilizado. Brad Furman, que llegaba a este 2013 después de haber filmado la bien considerada El inocente (The Lincoln Lawyer, 2011), cree tener la fórmula del éxito, tanto como lo creía Furst antes de encontrarse con Block. Tampoco el director estadounidense tiene duda alguna respecto a su fórmula: buenas cartas (Affleck, Timberlake, Arterton), buena mano (Di Caprio en la producción) y buen flop (un tema más que llamativo).
Así que algo falla. Brad Furman encuentra a su Ivan Block personal en el público. El problema es que este no es tan ingenuo como parecía, y las fórmulas aplicadas no han estado funcionando. Así lo demuestra la respuesta que ha recibido la película hasta ahora. O quizás es que el cine no tiene fórmulas, que no hay reglas del juego y es imposible conocer todas las cartas que hay en él. Lo cual es una alegría. Runner runner, que funciona a la perfección como distracción, hace un uso tan poco elaborado de las fórmulas del thriller que concede pocas probabilidades al espectador de dejar de ser un mero habitante de la sala de cine.