Sangue del mio sangue

Nothing Else Matters Por Manu Argüelles

Si uno atiende a la historiografía del cine italiano, desde el Modernismo a la actualidad, acabará encontrándose con una idea que nos indica que, una vez superado el período de grandes autores (Pasolini, Visconti, Antonioni y Fellini), el berlusconismo ha dejado la cinematografía transalpina reducida prácticamente a un desierto artístico. A Bertolucci, dado su carácter internacional, se le ha seguido la pista. Moretti, gracias a Cannes, se le sigue teniendo en cuenta, aunque ya ha pasado a engrosar la lista de vacas sagradas del festival francés, cuando no me parece del todo justo aplicarle la etiqueta de fósil, habida cuenta de Mia madre (2015), que se vio tanto en San Sebastián como en Sevilla, una película inevitablemente de madurez, pero preciosa y profunda; pocos acercamientos a la muerte tan sensatos y a la vez tan hondos y personales. Es más, creo que incluso se trata de un ejercicio de corregirse a sí mismo, si uno la sitúa en perspectiva frente a La habitación del hijo (La stanza del figlio, 2001).

Pero otros directores, combatientes de la vieja guardia del Modernismo, de la generación de Bertolucci, que siguen activos, han quedado un poco ocultos. Creo que es el caso tanto de Ermanno Olmi como de Marco Bellochio, ambos presentes en el SEFF. No me atreveré a decir que olvidados, pero es evidente que no gozan de la atención que se le brinda, por ejemplo, a la autoría francesa. Siempre me llama mucho la atención estos eclipses en los que uno mismo, sin darse cuenta, acaba arrastrado. Seguiremos leyendo sesudos estudios, tanto académicos como por parte de la corriente crítica y de análisis cinematográfico de Pasolini, Visconti, Antonioni y Fellini. Es estupendo, nadie negará su vigencia y yo tampoco. Pero, ¿cuántos de Bellochio o de Olmi? Van a tener que buscar bien 1.

Así que este SEFF del 2015 me ha servido para darme a mí mismo una colleja bien merecida. Porque Ermanno Olmi con Volverán los prados (Torneranno i prati, 2014), la película más bella de todas las que pude ver en el festival, y Marco Bellochio con Sangue del mio sangue acabaron situando sus largometrajes entre lo más destacable de todo lo que pude ver. Es más, si algo ha demostrado el SEFF con lo que hemos podido ver del cine italiano es que esa imagen de territorio yermo que comentaba al principio ya es hora que la desterremos.

Sangue del mio sangue Bellochio

Porque si algo certifica Sangue del mio sangue es que va a resultar difícil después de verla, afirmar que Bellochio es una vieja gloria que trata de sobrevivir en el tiempo actual, una vez superado su período de esplendor. Porque la libertad de la que hace gala y las ganas todavía de romper los corsés y las costuras del dispositivo cinematográfico, y todo ello sin alzar la voz, resulta como poco una muestra de un cine que sigue transpirando vitalidad y energía. Bellochio, queda claro, ya no tiene que demostrar nada, ni rendir cuentas a nadie. Y bajo esa actitud se comprende que flexione su película en dos mitades casi antagónicas, donde mantiene su posición de francotirador a pesar de los años recorridos y donde sigue disfrutando con la irreverencia y con la provocación.

Sangue del mio sangue se compone de dos tiempos, un pasado ambientado en el S. XVII, centrado en un proceso inquisitorial, con el que Bellochio nos imprime su particular Juana de Arco para disparar al estamento religioso, que lejos de apoyarse en la creencia de la brujería, se trata de una estrategia para salvar la honorabilidad de un cura suicida. Con tal propósito se persona el hermano gemelo del fallecido, para que al difunto se le pueda dar sepultura sagrada. A partir de aquí, en plena fiebre de caza de brujas, la institución eclesiástica pretende extraer la confesión de la juzgada y para ello se arma el juicio con una serie de pruebas que demuestren que la chica tiene un pacto del diablo y, por tanto, condujo a la víctima a la muerte. Pero las cosas no resultarán tan fáciles cuando el mismo hermano gemelo también acaba enamorado de la prisionera.

El mismo monasterio donde se lleva a cabo la cruel farsa será el nexo de unión para la segunda parte donde, en el mismo, en la actualidad, vive un conde que sólo sale por las noches. La tranquilidad de ese ser de la oscuridad se verá perturbada cuando en su vivienda se presenta un inspector acompañado de un acaudalado ruso con la intención de facilitarle al rico extranjero la adquisición del monasterio, ante la sorpresa del funcionario italiano que pensaba que allí no vivía nadie.

Sangue del mio sangue 2015

Un bellísimo anacronismo, la inserción de una versión de Nothing Else Matters de Metallica, cantada a cappella por unas voces femeninas de timbres religiosos servirá de puente de paso del pasado al presente. Desde un estudiado neoclasicismo de formas elegantes y suaves, ubicado en el ambiente claustrofóbico de claroscuros de la caza de brujas, pasamos directamente a un tono desquiciado, delirante y ampliamente caricaturesco, de trazos gruesos. Pero la veteranía es un grado y ese desconcierto que vive el espectador en el ecuador de la película acaba ganando a su favor. Porque, sorprendentemente, pasado el sobresalto, cuando nos adentramos en la vida del conde, acaba formando una extraña cohesión con la anterior parte.

Un cambio de inflexión radical, dos segmentos en apariencia inconexos pero Sangue del mio sangue mantiene su consistencia, porque uno acaba filtrándose como un intruso en el posterior.

Como si no existiese pasado y presente sino sólo devenir, mutaciones consecutivas donde la degradación permanece aunque haya cambiado su rostro, aunque el poder haya cambiado de mano. Así pues, ante esta discordancia que luego no es tal, en cuanto las fibras de una se transpiran en la otra, Bellochio alude a la apertura de la imagen onírica, a cierta creación poética a partir de la reconfiguración de los nexos entre pasado y presente. Como si el poso inconsciente de la contemporaneidad italiana siga en aquel umbral del S. XVII, una síntesis histórica que tiene mucho de psiquismo fecundo hacia lo sintomático, el que acaba despertando en el espectador ante la heterogeneidad de las dos dimensiones que se representan.

Así, las salidas de tono que se permite Bellochio y su constante sarcasmo me recuerda al caustico Buñuel y sus características diatribas anticlericales, que en manos del director italiano resultan igual de gozosas. Porque la primera parte, dominada por la fuerza de las pulsiones -ese magnetismo pasional entre los dos protagonistas-, ante la cerrazón y el oscurantismo intolerante ejercido sobre la mujer siempre está corroído por un mordaz humor. Esa presunta impureza se lleva al presente, ya irradiado en todos los confines de una realidad decadente, ahora dominada por la especulación inmobiliaria. La misma corrupción, la que se muestra en el pasado, acaba instaurándose en las instituciones civiles. Pero si antes había una fuerza inamovible, férrea y obstinada, la de la monja Benedetta (una enigmática y poderosa Lidiya Liberman), ante un presente tan desajustado y pantagruélico solo queda espacio para el retiro voluntario, el de un viejo hombre que mira cansado un escenario deforme y dislocado en el que, no obstante, siempre hay espacio para un momento del fulgor, cuando encuentra un rostro femenino que le recuerda su condición de inmortal. Su gastada memoria le vuelca a otro tiempo, al de la belleza como férreo bastión contra la putrefacción moral, a Benedetta como símbolo forjado en hierro de la resistencia.

  1. Al respecto, Pablo S. Blasco en el 2014 fue co-autor junto a  José A. Cepeda Romero de El tiempo de la conciencia: Las ficciones de Ermanno Olmi 
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