Sangue do meu sangue
El documental dramático Por Christian G. Carlos
Las palabras que utilizó João Canijo antes de que se proyectara la película en el Festival Cinema d’Autor de Barcelona fueron: “quizás el trabajo del director pueda cuestionarse, pero no el de los actores”. No era un tópico vacío, no sólo servía para deshacerse en un nuevo elogio ante su reparto, sino que dejaba ya apuntado el debate en el que se moverá la película: ¿el ambiente que crea el director está a la altura de un guión tan duro? ¿Es capaz Canijo de corresponder visualmente al enorme drama que escribe?
La pobreza es el elemento invisible que marca el devenir del drama. Los dos hijos de Márcia (Rita Blanco), se verán afectados por su situación en un barrio marginal a las afueras de Lisboa. En su intento por huir de la situación de miseria, Joca (Rafael Morais) se cruzará con las drogas y los narcotraficantes, mientras que Claudia (Cleia Almeida), encontrará en su profesor el amor, más imposible de lo que a priori parece, como vía de escapatoria. Él consigue dinero rápido, ella descubre un mundo distinto de lujos y “hoteles finos”.
Uno de los aspectos a tener en cuenta para juzgar el ambiente es el espacio. El pequeño edificio nunca se nos muestra completo, sólo podremos ver lo necesario para entender cómo se vive en él. Márcia comparte habitación y cama con su hija Claudia, una relación de varios años durmiendo juntas construye unos lazos difíciles de destruir, pero que durante la película se pondrán a prueba por culpa de ese amor. Por su lado, Joca estrechó lazos con su tía, que vive con ellos. El espectador no puede saber si duermen juntos ni si la relación tan fuerte que se nos muestra ha llegado más allá de lo familiar.
A través de estas relaciones se viven las dos grandes tramas en las que el reducido espacio interactuará con los personajes. El fluir de los actores es constante, invadiendo el lugar del otro, creando la amenaza de descubrirse el secreto que hay que ocultar. Se debe hablar bajito y callar cuando alguien entra en la cocina. La gestión del espacio es muy precisa en Canijo, consiguiendo crear tensión con el movimiento de personajes y, sobre todo, remarcándolo con su manera de filmar. Planos con dos acciones en paralelo separadas por una fina pared son una constante, al igual que los planos de profundidad, en los que llega a jugar con hasta tres acciones, centrando el objetivo en la del medio y desenfoncando las otras dos. Cuando te sorprendes pidiendo a Claudia que no chille tanto o a Márcia que se relaje, comprendes la fuerza de lo que se consigue en Sangue do meu sangue.
El tiempo es otro de los aspectos útiles con los que valorar la capacidad del director portugués para transmitir el ambiente buscado. Esos planos con varias acciones sucediendo en el mismo encuadre sirven también para mostrar que están ocurriendo en el mismo momento. Así, la película se convierte en algo más que otro film de historias cruzadas o paralelas, pasando a ser prácticamente una historia de vidas sobrepuestas. De este modo, la acción nunca se relaja en los 139 minutos y prácticamente no hay espacio temporal para que el personaje pueda interiorizar lo que le está ocurriendo. “Los pobres no tienen tiempo para pensar”, afirmaba Canijo en una entrevista reciente.
Finalmente, el sonido es el último gran aspecto a tener en cuenta a la hora de valorar y comprender la atmósfera, el ambiente que quiere mostrar Canijo. Cuando nos encontramos en el clímax de la película con la tele encendida y sonando de fondo la celebración del gol que elimina a Portugal en un campeonato de fútbol, podemos sentirnos extraños. Seguramente no es ese el lenguaje sonoro clásico utilizado para una película dramática. Con ese sonido no se consigue aumentar el drama, todo lo contrario. Rozaría lo ridículo si no fuera porque su pretensión es aumentar la noción de realidad, de lo cotidiano.
Este es el dilema de Sangue do meu sangue. La película de ficción cuenta con unas historias que, por muy duras que puedan parecer, están ocurriendo con más frecuencia que nunca en la Portugal actual. Que sea real consigue todavía un efecto más dramático, por lo que paradójicamente, se procura incrementar el lenguaje que nos haga sentir en un espacio verosímil que en uno de drama. El lenguaje dramático no sirve a un Canijo que ha quitado todo sonido, todo espacio y todo tiempo. El sonido es ruido, el espacio se invade y el tiempo es urgencia. Estos son los pilares de una película que podríamos llegar a concebir como un documental dramático, como el puente entre un proyecto de ficción y otro documental, desdibujando las diferencias entre ambos para confundir los límites de cada género.