Sanjay’s Super Team
Pixar ante el fundamentalismo religioso Por Samuel Lagunas
Una habitación simple: una televisión, un armario, un par de juguetes en el suelo y una ventana. Por ella se ve la Ruta 66, los vehículos desfilar continuamente. Dentro, un niño indio se rehúsa a acompañar a su padre en el tiempo de meditación. La razón es simple: a esa hora transmiten su show de superhéroes preferido. Ése es el argumento del primer trabajo en solitario del animador Sanjay Patel, Sanjay’s Super Team, corto animado estrenado junto con la última película de los estudios Pixar, la tediosa y deslucida El gran dinosaurio (aka El viaje de Arlo, The good dinosaur, Peter Sohn, 2015).
Con sólo 7 minutos de duración, Sanjay’s Super Team emite un mensaje que quienes nos decimos interesados tanto por la industria del cine como por la industria cultural no debemos obviar: “Hay que hablar con los niños de religión”.
Y, en una sociedad como la norteamericana, oscilante entre su posición multiculturalista y su aversión al fundamentalismo religioso, el mensaje adquiere relevancia. Y es que, más allá de la anécdota autobiográfica que motivó la realización del corto y conmovió a la productora Nicole Grindle, el corto de Patel sienta las bases y, muy probablemente, la postura de Pixar sobre dos realidades insoslayables: la migración y el lugar que la religión del “otro” tiene –más bien, debería tener– en la sociedad. Sobre la primera, ya los estudios Dreamworks habían hecho un acercamiento en Home: No hay lugar como el hogar (Home, Tim Johnson, 2015), historia que narra no sólo las dificultades que Tip, una niña inmigrante, tiene para adaptarse en un nuevo país, sino cómo ésta tiene que aprender a convivir con otros refugiados: los Boov, un grupo de alienígenas que llegan a la Tierra huyendo de un malentendido con sus enemigos.
El asunto de la religión poco ha aparecido en la industria de la animación norteamericana salvo en la edulcorada pedagogía, más cercana a la Nueva Era que a alguna rama del taoísmo o del confucianismo, del maestro Tortuga Oogway en la saga de Kung Fu Panda, también de Dreamworks. Sanjay’s Super Team supera con creces a ambas intentos. Una vez que Sanjay se resigna a participar en el tiempo de meditación con su padre, abandona su figura de acción y observa con descrédito los figurines de Krishna y sus advocaciones. No hay nada en ellos más asombroso que lo que ocurre con los superhéroes de verdad, parece pensar el niño. El accidente de la vela desencadena la imaginación de Sanjay y lo transporta a un escenario bastante parecido a un capítulo de su show de superhéroes donde es atacado por un monstruo y, para sorpresa suya, defendido y salvado por los dioses de su padre. La religión se le revela en sus dos facetas: la punitiva –ésa que nos impone un orden simbólico represivo y que Lacan identifica con “el nombre del padre”– y, luego, la liberadora –ésa que nos ayuda a estar bien con nosotros mismos.
El desenlace, introducido por el vibrato de la campana, nos lleva, junto con el padre de Sanjay, a encontrar en su libreta un nuevo equipo de superhéroes: los dioses paternos. Esta feliz confluencia de culturas es engañosa, como lo son en general los postulados multiculturalistas. No es casual tampoco que sea la religión hinduista la que mejor embone en la industria del entretenimiento norteamericana. Está claro que los monoteísmos, especialmente el islam entendido en su veta fundamentalista, poco se prestan para transformar a, por ejemplo, Alá en un superhéroe. Si salta a la pantalla –después del incidente de Charlie Hebdo es difícil que eso ocurra– más probablemente lo haría como un villano. Por eso, si hay que hablar de religión con los niños, hay que hacerlo igual que si habláramos de superhéroes. Y tanto el politeísmo hinduista como los valores orientales cazan bien con el proyecto; lo mismo que la mitología celta, aunque claro, ni Odin ni Thor cuentan con numerosos feligreses hoy día. Sobre todo, hay que hablar de que la religión es cosa privada ya que, si se hace pública y se alienta el celo evangelizador, sólo se provocan desacuerdos. Y muertes. Más muertes.
Por eso Sanjay’s Super Team, nominado al Oscar como mejor cortometraje animado, sienta un precedente importante en la industria de la animación: porque para estar bien en una sociedad todos –aún los inmigrantes que ostentan alguna creencia religiosa– necesitamos ser escuchados pero sin forzar a que nos escuchen. Al final, cada quien es rey de su imaginación y héroe de su propia historia. De lo demás, lo que pase del otro lado de la ventana, ya se encargará Hollywood.
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