Satánico pandemónium
El diablo de clausura Por Montse Rovira - Carlos Benítez
Imaginar al Príncipe de las tinieblas tomando bajo su influencia a jóvenes puras parece resultar una visión morbosamente estimulante, quizás por eso en el séptimo arte el subgénero de exorcismos siempre tiene por protagonistas a jovencitas adolescentes, casi niñas. Que las jóvenes poseídas sean novicias parece añadir todavía un grado más de perversidad, su condición de sacrilegio refuerza el estímulo y así resultan atractivas las historias de conventos que han visto violada su paz por el Falso ángel, trocando la castidad de las monjas en lasciva concupiscencia. Tanto es así, que la corrupción de la clausura ha tenido su propio subgénero dentro del cine, siendo The Devils (1971), la más libertina y escandalosa película de Ken Russell, su ejemplo más notable. El filme se hacía eco del proceso que condenó a la hoguera a Urbano Grandier, párroco de Loudun en 1634. Un proceso que tuvo más de intriga política y de intereses que de brujería, cosa que no debería sorprender a nadie. Pero el punto sobre el que queremos llamar la atención es que Grandier, acusado de brujería y de haber pactado con el diablo, fue objeto de la acusación de la madre superiora y algunas ursulinas del convento de Loudun de haberlas hechizado con prácticas de brujería para así abusar de ellas. En su acusación precisaban que el padre Urbano Grandier había conjurado en su convento a los diablos Asmodeo y Zabulón, así como otros demonios impúdicos y licenciosos que había lanzado contra la comunidad de monjas.
Esa imagen, la del sexo demoníaco intramuros, ha alimentado el imaginario colectivo desde los inicios, llegando a la literatura de la mano de autores como Giovanni Boccaccio (1313-1375) en su Decamerón y Geoffrey de Chaucer (1343-1400) en su Cuentos de Canterbury. También ha poblado el cine desde sus inicios antes de llegar a conformar un subgénero en la década de los 70s. Sin ir más lejos, uno de los episodios de la celebérrima Häxan (Benjamín Christensen, 1922), narra un caso de posesión de monjas, mostrándonos los flagelos y diferentes artefactos que utilizan para sacarse el diablo del cuerpo. Historias y escenas que, mostradas de una forma más gráfica, propiciaron el nacimiento de la nunsploitation con Le scomunicate di San Valentino (Sergio Grieco, 1974) e Interior de un convento (Interno di un convento, Walerian Borowczyk, 1978) como buques insignia en los que se reflejaron un buen puñado de cintas eróticas que se limitaron a repetir la misma fórmula, como las europeas Imagen de un convento (Immagini di un convento, Joe D’Amato, 1979) y Cartas de amor a una monja portuguesa (Jesús Franco, 1977) o la oriental Shudojo: nure nawa zange (Kôyû Ohara, 1979) y, por supuesto, la mexicana Satánico Pandemónium (1975) en la que vamos a centrarnos.
Seamos ordenados y empecemos por la sinopsis: la hermana María (Cecilia Pezet) se encuentra a un atractivo hombre desnudo mientras pasea por el bosque. Lo vuelve a ver más tarde y le ofrece una manzana, que ella rechaza. A partir de ahí se le aparecerá en más ocasiones, tentándola y despertando los sentidos de la monja, que combatirá su deseo con cilicios y flagelos. Pero será en vano, ya que Sor María, presa de alucinaciones, intentará seducir a Sor Clemencia y a Marcelo, un joven pastor al que matará al negarse este a acceder a sus deseos. Un crimen que será seguido por varios más. Atemorizada ante la posibilidad de ser denunciada a La Inquisición pactará con el extraño, que resultará ser el diablo, evidentemente. Al final se nos explicará que el descenso a los infiernos de la novicia ha sido causado por la fiebre. Sor María se ha contagiado con la peste y hemos sido testigos de los delirios sufridos durante su larga agonía.
Gilberto Martínez Solares (1906-1997), su director, dedicó toda su vida al cine. Tras viajar a Hollywood en 1927 y realizar diversos trabajos en la industria americana y francesa, vuelve a México donde escribe, produce y dirige más de 150 películas, especialmente comedias de Tin-Tan (Germán Valdés) y Capulina (Gaspar Henaine), así como aventuras de Santo, Blue Demon y otros luchadores enmascarados. En su filmografía, y precisamente protagonizada por Tin-Tan, figura La casa del terror (1960) en la que Lon Chaney Jr. interpretaba, en sus horas más bajas, a la momia y a su popular licántropo. Satánico Pandemónium fue abordado por el director como otro título más en su prolífica filmografía. Comenzó a gestarse cuando el productor, Jorge Barragán, entregó cuatro páginas con la historia a su amigo, e hijo del director, Adolfo Martínez Solares, quien accedió a escribir el guion a cambio de que la dirigiera su padre.
Basada libérrimamente en la escabrosa novela gótica El monje, de Matthew Lewis, la película muestra escenas que en la época resultaron sorprendentes y escandalosas, sobre todo los numerosos desnudos protagonizados por Cecilia Pezet y sus intentos de violar al niño, al que finalmente acaba cosiendo a cuchilladas. En uno de sus delirios, Sor María cree ver a todas las monjas poseídas y danzando desnudas, en una especie de Sabbath. No nos sorprende lo más mínimo averiguar que el director de Satánico Pandemónium reclutó prostitutas en casas de lenocinio para interpretar a algunas de las monjas en estas escenas finales del filme. Una orgía visual que no era la primera vez que se exhibía en pantalla. Al contrario, se trata de un lugar común en este tipo de relatos desde la fundacional cinta de Russell (que no cabe incluir en la nunsploitation, pero sí constituye, hasta cierto punto, su modelo).
Hija de su tiempo por lo que se refiere al uso de la cámara y las estrategias narrativas, Martínez Solares trabaja de oficio, como artesano, la dirección. Sin embargo, logra componer un filme especial con cierto carácter de unicidad. Si algo sobresale en la puesta en escena es la excelente utilización de las localizaciones, hasta el punto de que los elementos del paisaje tienen peso propio en la creación de la atmósfera que da sentido dramático al relato. Satánico Pandemónium fue rodada en la primavera de 1973 en los conventos de Tepoztlán, Morelos y Morelia, Michoacán, en México, localizaciones que juegan a favor de su verosimilitud.
Martínez Solares se entretiene con parsimonia en los detalles del entorno natural, un auténtico locus amoenus en su acepción etimológica de lugar idílico en el que está ausente el ruido mundanal, un espacio ideal alejado del pecado. En ese marco, la tentación demoníaca que llevará a la perversión de Sor María resulta más turbadora, más terrible e impactante. Menos afortunada, contrariamente, resulta la construcción de los personajes, su arco de transformación está poco trabajado y su evolución resulta forzada, los cambios anímicos son precipitados restando verosimilitud a la acción (cosa que apenas corrige el giro final según el cual todo lo visto es tan sólo una alucinación de la monja moribunda). Con sus aciertos y sus defectos, Satánico Pandemónium es un filme que merece consideración, no es un mero exploit en el que cualquier excusa es buena para introducir elementos eróticos, hay un intento de crear una trama original que sustente al filme más allá de la belleza de su protagonista. Y, en su modestia, lo consigue, gracias también en parte a la música de Gustavo César Carrión, responsable de un sinfín de bandas sonoras del cine mexicano, que resulta efectiva mezclando música electrónica, efectos de sintetizador, percusión y los cánticos de las religiosas.
El filme, que se estrenó en Italia como La Novizia Indemoniata, recibió en México el subtítulo de La sexorcista, oportunista y clara referencia al recién estrenado filme de William Friedkin. Y aunque la película de Martínez Solares se vea superada por títulos también mexicanos como Alucarda, es una rareza muy coleccionable para los amantes del fantástico azteca.