Scabbard Samurai
La placentera piedra en el zapato Por Yago Paris
El programa televisivo “Humor amarillo” se ha labrado su pequeña parcela en el ideario popular contemporáneo. Su absurda comicidad, basada en las tropelías sufridas por sus incautos concursantes, siempre ha sido ampliada por diferentes dobladores españoles en las distintas etapas en las que ha sido emitida en TV en España. El dolor físico, la excentricidad y las gotas de sadismo que desprenden sus imágenes entroncan con la mentalidad de su creador, el japonés Takeshi Kitano.
La sorpresa occidental que supone que un prestigioso director de cine, habitual de festivales europeos, haya sido el creador de este programa televisivo no se comparte en su país natal, donde su labor en la pequeña pantalla es la que le ha reportado la fama. En ella comenzó su andadura formando el dúo de stand-up comedy japonesa Two Beat junto a Kiyoshi Kaneko. Su influencia en el género manzai -un cómico serio (Tsukkomi) y otro burlón (Boke) intercambiando, a gran velocidad, bromas basadas en el malentendido, el doble sentido y los juegos de palabras- supuso una revolución a partir de los años 70, que muchos nuevos comediantes tomarían como referencia. Es aquí donde entra en juego el nombre de Hitoshi Matsumoto, el Kitano de su generación.
También manzaichi de un dúo (Downtown, junto a Masatoshi Hamada) y asimismo ejerciendo el rol de boke, Matsumoto ha liderado otra nueva ola revolucionaria dentro de la comedia japonesa. Su innovación en los estándares cómicos provocó el rechazo inicial de su máximo oponente, el prestigioso Shinsuke Shimada. Sin embargo, éste tomó la decisión de retirarse al verlos actuar en directo, pues sintió que ya no estaba a la altura. Este éxito ha permitido que Matsumoto, al igual que a su referente, amplíe su espectro cómico al terreno cinematográfico, con cuatro largometrajes hasta la fecha. En ellos, su despliegue imaginativo reformula géneros míticos de la cultura japonesa en clave paródica.
Big Man Japan
En su primera obra (Big Man Japan, 2007), su objetivo fue el género Kaiju (monstruos gigantes, cuyo referente por antonomasia es Godzilla), que surge como consecuencia de una sociedad traumatizada tras el estallido de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Este género tan característico se convirtió en orgullo nacional y en una de las señas de identidad más llamativas del cine japonés. El mérito de esta propuesta reside en la valentía de Matsumoto, desconcertando con una primera media hora de hiperrealista narración que provoca un explosivo contraste al revelar sus verdaderas intenciones.
Otro referente nipón es el género chambara (cine de samuráis). Desde Kurosawa al propio Kitano, pasando por Mizoguchi, esta temática ha estado presente en el cine japonés como esencia de su propia cultura.
En Scabbard Samurai , Matsumoto realiza una maniobra similar a la desarrollada en su ópera prima.
Tras un desconcertante prólogo, el autor enfrenta a su patético protagonista –un ronin, o samurái sin amo- a un reto difícilmente superable: 30 pruebas en las que debe conseguir un gag que funcione y haga reír al hijo del Señor Feudal, cuya sonrisa ha muerto junto con su madre. En caso de no conseguirlo, su castigo será el hara-kiri (suicidio honorable por desentrañamiento, común entre los samuráis).
Se podría decir que el origen de la comedia está en el error, y es ahí donde destaca el clown. Ya sea Charles Chaplin, Buster Keaton o el propio Roberto Benigni, su triunfo se localiza en el fracaso ante sus acometidas. El clown encuentra la risa del público en complicarse la vida frente a sus propósitos y a duras penas alcanzarlos. Sólo hace falta imaginarse a un payaso consiguiendo a la primera el objeto que desea, no resbalando con la monda de plátano o consiguiendo esquivar el tartazo. Silencio sepulcral, fracaso rotundo.
Scabbard Samurai
El mayor interés del cine de Matsumoto reside precisamente en esa constante apuesta por el camino más complicado. En su perpetua profundización en los mecanismos cómicos, todas estas trabas planteadas suponen una búsqueda del post-humor, que no es otro que el estudio del propio fracaso de la comedia. Esta inquebrantable convicción lo lleva a quedarse detrás de las cámaras y ceder el papel protagonista –por primera vez en su corta filmografía- a un actor no profesional y sin talento cómico (concretamente, el camarero del bar al que el director va a emborracharse con sake).
Sin embargo, lo que supone un auténtico reto es lograr que el propio público aguante la película sin caer en el aburrimiento de su inevitable monotonía. Matsumoto, como auténtico clown, se mete a sí mismo en problemas decidiendo encorsetar su película en una dinámica de prueba y error. Es por ello especialmente meritorio que consiga sacar adelante sus planteamientos sin desgastarlos. Su dominio de las dinámicas humorísticas, de los cambios de perspectiva, de la duración del plano y de la elipsis ponen de manifiesto su exquisito dominio de la comedia, presentando un ejercicio sorprendentemente liviano y de manifiesta comicidad.
Scabbard Samurai
Si bien la propuesta anteriormente expuesta ya funciona como pretexto para desarrollar una película estimable, es en este punto donde nuevamente surge el inconformismo de este cómico japonés, que consigue aportar múltiples capas a su narración. El humor domina la partida, pero convive con momentos de dramatismo nada gratuito, que llegan a alcanzar un patetismo que congela sonrisas por momentos. Es a este nivel donde el director demuestra el cuidado con el que trata a su personaje, construido a través de matices que van cobrando importancia a medida que se desarrolla el relato y culminan en un clímax redentor.
Para ello, el tono en la puesta en escena se antoja fundamental. La seca planificación inicial, de composiciones frontales y tragicómica solemnidad, ofrece un desolador destino para este antihéroe. Sin embargo, a medida que los acompañantes de esta patética sombra comienzan a alentarlo, éste va recuperando su esencia samurái para luchar por lograr su objetivo. El público agolpándose para observar una hazaña con la que hasta el propio Señor Feudal simpatiza, y, especialmente la función principal de la hija de este guerrero en horas bajas, suponen una paulatina transformación que recuerda al cine más optimista de Spielberg. Variación en los movimientos de cámara, intensidad, alegría y emotividad sensibilizan el fotograma y lo barnizan con una contagiosa esperanza de salvación, que finaliza con una agridulce aproximación al budismo.
El interés que suscita un artista tan sugerente como Hitoshi Matsumoto ha sido defendido por festivales tan relevantes como el de Sitges, principal valedor de su cine. Este ejercicio reivindicativo de su obra contrasta con el maltrato por parte de las distribuidoras, que no han estrenado ninguna de sus películas en cines comerciales. Por tanto, que este texto sirva para reivindicar el post-humor de este inspirador clown.