Se levanta el viento, Enemy y The Zero Theorem

Orden y Caos Por Manu Argüelles

Se levanta el viento (The Wind Rises aka Kaze tachinu, Japón, 2013). Director: Hayao Miyazaki.

Orden. Un sistema inflexible pero frágil, amenazado por fuerzas y contingencias que no sólo tratan de destruir el equilibrio que rige en su interior sino que una vez que es atacado también se busca que éste no pueda recobrarse, que sea imposible existir de nuevo. Es, por tanto, un estado que necesita de incesante mantenimiento y vigilancia; exige un constante cuidado. Miyazaki, en la que parece que será su obra testamentaria, Se levanta el viento, se nos descubre como el orden: sobrio, de línea clásica, de lírica austera y bañado en la tristeza suave del melodrama prototípico. Como orden es un film sereno, donde la fantasía vuela bajo para articularse como un núcleo nodal simbólico.

En Se levanta el viento, como obra de senectud, la fantasía está interiorizada dentro del engranaje del relato, cediendo terreno a la atribución de ésta con un uso instrumental para crear espectáculo y deslumbramiento.

La animación como espacio para la libertad y para el desarrollo expansivo de lo onírico encuentra en Se levanta el viento una exposición que depende más de la introspección y de la reflexión antes que de su plasmación del derroche e ingenio creativo, éste supeditado al dictado del clasicismo, que permite intrusiones dentro de su régimen siempre y cuando la estructura no quede afectada. Eso es el orden, una organización rígida que impone sus estrictas normas a los elementos que la integran.

Por ejemplo, si nos movemos dentro de las líneas clásicas del melodrama, Miyazaki opta por un protagonista masculino aunque responde con pulcra caligrafía al dibujo estándar de las heroínas del melodrama tradicional. Quizás por eso, el protagonista pueda apreciarse como un carácter feminizado. Incorpora al hombre en un género de hegemonía femenina tal como integraba a la mujer en el género de aventuras masculino (desde Nausicaä hasta la princesa Mononoke pasando por Porco Rosso, film al que éste está estrechamente vinculado). Como personaje protagonista de un melodrama nuestro diseñador es una víctima desafortunada que ocupa su rol activo sólo cuando lucha por el mantenimiento de sus sueños. El cineasta nipón aparca su desbordante imaginación y su apabullante virtuosismo -congelado en pequeños fragmentos, como la alusión al gran terremoto de Kanto de 1923, dibujado con claras resonancias del impacto de la bomba atómica-, para escribir sobre una película-río en la que lo colectivo se expande más allá de los acotados microcosmos donde solía enmarcar sus producciones anteriores. No es que se trate de su película más adulta, porque todas lo son, sino que se trata de su trabajo donde parece existir una preocupación por dejar más patente una determinada identidad nacional, adscrita a las personas, antes que al recorrido ideológico y político de las jerarquías gubernamentales. En consecuencia, a través de su exorcismo/personificación de sus obsesiones y sus datos biográficos, traza un sutil repaso a la historia de su país, flexibilizando la exactitud cronológica, como suele ser habitual en su cine.

A mí personalmente me sorprende este forzado off the record en el que queda aparcado todo contenido político explícito, cuando en otras ocasiones no se ha resguardado y ha dejado patente su activismo en áreas como el ecologismo. Es como un excedente obligado a permanecer fuera del marco, pero que en su expulsión deja el rastro de la acción que lo aparca. Cuando se menciona que los personajes sólo construyen aviones, que ni son comerciantes ni construyen armas, se está exculpando toda responsabilidad de formar parte del entramado político y bélico, pero también se está evidenciando su desarraigo y su desconexión con su entorno. Es la fantasía una ensoñación que le impide formar parte de lo real, porque nuestro diseñador se mueve siempre en esa dicotomía, en la dualidad del reino de los sueños y la tierra de la muerte. Es, finalmente, un Miyazaki tibio, discreto, sentimental, algo lánguido, lejos de la chispa tonificante y de la vitalidad de sus obras mayores, que se construye en la rememoración y en la revisión antes que en la innovación, porque, según parece, ha llegado el momento de parar.

se levanta el viento

Se levanta el viento

Enemy (Canadá, 2013). Director: Denis Villeneuve.

Pero el orden es muy sensible al desmoronamiento. La armonía y los compases de que todo está en su lugar correcto pueden evaporarse cuando un invasor con la fuerza de una araña depredadora haga acto de aparición. Y que mejor motivo argumental y visual que la utilización del doble para plasmar un sistema conquistado por la entropía. La figura retórica del mito es un elemento desestabilizador que otorga una gran flexibilidad para que el film abra sus códigos y todo aquello que parece estable se agriete para que entremos en el terreno movedizo de la confusión. El caos no toma forma, todavía permanecen ciertas leyes que regulan lo legible en el relato, pero sí que se dan ciertos tonos y acentos que abrirán la puerta para que éste acabe gobernando a su contrario. Denis Villeneuve establece una adictiva área de juego, donde la interpretación y la lectura de los elementos disonantes puedan realizarse a partir de alusiones e indicios.

La semántica en su expresión más abierta para que Enemy funcione como un ejercicio de estilo que recupera para el fantástico su parte más ambigua e indeterminada. Mediante una sabia dosificación de los recursos efectistas asociados a lo siniestro y a lo libidinal, el thriller se trabaja a partir de la atmósfera y de una calculada y austera ambientación dual (un tono cromático diferente para cada personaje), aderezada con esquinadas correspondencias e inversiones.

Un apocado y mustio profesor de Historia verá revuelta su vida cuando se topa con alguien que inesperadamente es idéntico a él, un actor que encarna la sublimación de su yo idealizado: conquistador, seguro de sí mismo, altivo y seductor con las mujeres. ¿Hasta qué punto ambos personajes forman parte del desdoblamiento psíquico de una única persona, al estilo de Carretera perdida (Lost Highway, David Lynch, 1997)? ¿Es posible que nuestro personaje sufra un trastorno esquizofrénico? Interrogantes y ecos que despiertan nuestra imaginación y nos enlazan a otras aportaciones dentro del fértil ámbito de la existencia duplicada. De esta manera pensé en Como en un espejo (Säsom i en spegel, Ingmar Bergman, 1961), por la inclusión de la araña como figura simbólica de la amenaza en el espacio de fantasmagoría. Aunque también resulta fácil avistar ecos de Roman Polanski, Repulsión (1965) a la cabeza, o pinceladas de Eyes Wide Shut (1999) en el grafismo de lo perverso. Como en el film de Kubrick también el personaje entra en una espiral de perdición cuando se adentra en los meandros oscuros de lo erótico. Sea como fuere, poco importa la descodificación porque Villeneuve consigue atraparte en su red y que disfrutes con el emborronamiento de las certezas. Se destensa el armazón de lo clásico, lo latente pugna por salir al exterior y la invasión de lo reprimido en la superficie crea una atmósfera de inquietud y de inseguridad. Por lo que, en definitiva, aceptamos encantados la invitación de Enemy a que participemos en el juego del doble. Sin enfásis, cuenta con los suficientes alicientes para que formes parte de su sustrato existencial y de su ámbito simbólico del sexo y las patologías que se derivan o que gravitan en torno a él.

Enemy

The Zero Theorem (Reino Unido, 2013). Director: Terry Gilliam.

El viaje llega a su fin con la explicitación total del caos, en el abigarrado universo distópico de Terry Gilliam en su The Zero Theorem.

Su exuberante estilística juega a la opresión, al sofocante bombardeo conceptual donde la narración pierde su eje y deambula en el relato a partir de lo obsesivo y de la perturbación.

Sería tarea harto imposible sintetizar en unas pocas palabras la densísima capa referencial que maneja Gilliam. Por ejemplo, hay mucho de Baudrillard en cuanto el simulacro ha suplantado cualquier vestigio de lo real. El personaje vive en un entorno absolutamente regido por la simulación como claustrofobia. Un paisaje netamente kafkiano que se fundamenta en el mismo punto de partida de Tomás está enamorado (Thomas est amoreux, Pierre Paul-Renders), tal como coincidimos HJDarger y yo. En aquella película mediante un uso radical de la cámara subjetiva un agorafóbico se relacionaba con el mundo exterior mediante las nuevas tecnologías que le permitían abastecer sus necesidades, incluidas las sexuales, sin necesidad de salir de casa. Gilliam no hace uso de la cámara subjetiva pero encierra a su personaje la mayor parte del metraje en los restos de una iglesia que funciona como su improvisada vivienda. La dialéctica del doble en Enemy como ejercicio de tensión aquí culmina con la derrota del yo frente al Otro como plataforma artificial. La dimensión líquida e ilusoria de lo digital ha acabado gobernando al sujeto que ha perdido su batalla, ahogado en un mundo en el que es todo engaño. La existencia adquiere nuevos contornos. Se ha diluido hasta tal punto que no existe discernimiento alguno del orden. Ya no hay cierta idea del mañana, no hay cierto carácter anticipatorio del destino negro que nos espera con el dominio de lo falso en nuestras vivencias. La distopía en su funcionalidad se presenta estéril porque Gilliam construye su film como un exacerbado espejismo de nuestro presente más inmediato. Lo irreal da forma a lo real y no al revés, pero sin pretender establecer parábolas o profecías de lo que nos aguarda. Es una ciencia ficción del presente y como tal negada en su misma raíz. Un ejercicio agotador que condensa las mayores virtudes y defectos de la obra de Gilliam, donde sus impulsos creativos no saben o no quieren encontrar una dirección horizontal. Es un dibujo esférico que se arremolina sobre una mínima base, que dinamita cualquier progresión estándar del desarrollo narrativo y donde resuenan voces tanto de la propia obra del creador como de Matrix, Existenz, El show de Truman, etc. Ya no podemos descifrar el caos porque el orden ya no existe. Sólo la imagen y allí permanecemos sumidos en un laberinto de espejos donde lo falso ha revuelto cualquier noción sobre nosotros mismos y nuestro entorno.

The Zero Theorem

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