Season of the Devil
La dialéctica de las cuerdas vocales Por Damián Bender
Primero lo primero: Season of the Devil (Ang panahon ng halimaw, 2018) es la primera película que veo de Lav Diaz. Es importante comunicarle esto al lector, ya que para el que escribe no es lo mismo hablar de un director ya estudiado previamente a enfrentarse a una cosmovisión audiovisual nueva. Y más si ese universo desconocido ya tiene un nombre establecido dentro del panorama cinematográfico mundial. A estas alturas ya han corrido ríos de tinta –tanto digital como física- al respecto de Lav y sus películas, lo que a priori me coloca en desventaja o si se lo mira desde otra óptica, en una posición de descubrimiento. Al menos es así como he tratado de enfocar el visionado, a ciegas, como si se tratase de una ópera prima. Si bien tenía ciertas referencias previas –como la duración general de sus películas, por ejemplo- inevitables dentro del entorno, este BAFICI marcaría mi primer encuentro con el cine de Lav en la pantalla grande. En estas condiciones me enfrenté a las cuatro horas de Season of the Devil y en estas condiciones es que escribo esta crítica.
La naturaleza opresiva del filme se percibe desde el primer minuto. Una voz en off se encarga de ponernos en contexto: 1972, en la Filipinas de Ferdinand Marcos –que ejerció el poder en el país por 21 años, 14 de ellos como dictador- se pone en ejecución la Ley Marcial que aduciendo la amenaza de una doble insurgencia comunista e islámica suspende indefinidamente los derechos constitucionales de la población, dándole a las fuerzas armadas facultades extraordinarias y le da al mismo Marcos herramientas para el control unipersonal del país. En otras palabras, Marcos invoca un autogolpe de Estado para permanecer en el poder y luego perpetuarse en él. La insurrección a combatir muta, se transforma en cualquiera con una matriz de pensamiento opositor y la línea entre políticos, guerrilleros, activistas y comunistas se difumina hasta que todos son blancos a perseguir. Criterios blandos y gatillo fácil, los ecos con los “procesos de reestructuración nacional” esparcidos por el mundo en esos años no son pura coincidencia. Los muertos esparcidos por los campos tampoco. Dentro de este macrocosmos, la voz en off nos introduce en la realidad de una aldea pequeña que dentro del descontrol de la Ley Marcial tiene a un grupo paramilitar integrado por civiles a cargo de la seguridad –mejor dicho, del control- de los ciudadanos. La historia, basada en hechos reales, dista bastante de ser un tópico distendido.
Por esa razón me resultaba extraño que los críticos y programadores la calificaran como una “ópera rock”. Traer a colación un género como el musical para desarrollar un relato de este tipo despierta algunas suspicacias, no por demeritar la capacidad del género para tratar temas complejos o muy delicados, sino por la forma en que los musicales modifican la puesta en escena y por el carácter enérgico con el que abordan la narrativa. Desde sus inicios teatrales y su posterior incorporación al lenguaje cinematográfico, pensar en un musical implica una movilidad particular tanto de los actores como de las cámaras, una forma de concebir el espacio que se supedita a la creatividad coreográfica. El musical es sinónimo de energía y vitalidad, pero también de una resignación del contenido ante la forma. La temática se desarrolla más como excusa para el lucimiento ya sea del cantante, o la coreografía, o de la canción en sí, para el goce del espectador. Esta vocación llamémosle “dionisíaca” del musical no es ningún demérito, es exactamente lo que distingue a este género del cine que ha dado muchas obras importantes. Pero es importante establecer sus características principales, su esencia, para comprender cómo es que Lav Diaz deconstruye y subvierte estas expectativas en pos de una propuesta completamente original.
Para esta deconstrucción, la primera característica a señalar es que en una película donde casi todos los diálogos son cantados, estos cantos son a capella. Esto implica que en esta ópera rock no hay instrumentación alguna, es un musical exclusivamente de voces que se apega a la monodia. Hay algunos momentos corales, pero la suma de voces no busca añadir acordes o texturas sonoras más complejas, sino invocar una identidad de grupo hacia un mensaje en concreto. El rechazo a la instrumentación y a la complejidad armónica configura un tipo de musical primitivo, más arriesgado que el convencional en el que las voces se desnudan, se raspan y cargan con la mayor parte del peso artístico y dialéctico del filme. Un musical a capella lleva al género a su forma más elemental, desprovista de florituras y sobre todo de esa sinergia del disfrute anteriormente mencionada. Esta decisión artística funciona como una llave que abre un panorama nuevo, repleto de posibilidades impensables dentro de los conceptos tradicionales del musical.
En Season of the Devil se prescinde integralmente del playback. Las canciones son registradas en el momento, en el lugar específico en el que transcurre la acción. Normalmente el desempeño de los actores en cámara es utilizado para conseguir la sincronía entre la acción y la música grabada previamente, pero aquí no es necesario. Lo que consigue Diaz al rechazar esta convención es anclar la música dentro del ambiente sonoro de la escena e incluirla dentro de la diégesis. En lugar de deambular en la ambigüedad de no ser ni música de foso ni parte real del mundo que la rodea, aquí las canciones forman parte del mundo concreto establecido en el relato. El canto se siente más orgánico en esta situación, menos perfecto pero más visceral y auténtico. Todo esto afecta a la puesta en escena: no hay danza –aunque sí hay movimientos sencillos que están coreografiados- y los actores se desplazan dentro de los confines del plano. Podríamos hablar de un musical contenido, con un lugar específico en el que delinea las características de todo el filme pero no lo define en su totalidad. Es un elemento clave que se supedita al trabajo integral de la puesta en escena y no al revés.
La afirmación se explica cuando nos detenemos en los otros elementos de la película. En Season of the Devil, cada escena equivale prácticamente a un plano en el que se contienen todas las acciones del relato. De esta forma cada plano secuencia –todos de larga duración- funciona como una unidad temporal que encapsula la realidad de forma continua. La composición de cada uno de estos planos tiene una gran amplitud –producto de utilizar lentes de gran angulación- y mucha profundidad de campo. La imagen captura todas las acciones sin necesidad de cambios de plano o desplazamientos, por lo que el montaje simplemente concatena los planos/escena para construir la continuidad narrativa, más no aporta en la pulsión dramática. El drama es lo que se desarrolla dentro de cada plano, en las interacciones entre personajes, en la intensidad de cada canción. La acumulación de estas situaciones, de los silencios tajeados por un lamento y la confrontación músico-dialéctica entre los personajes, hacen mella en el espectador que se siente sumergido en un mundo inmutable y oprimido por la angustia y el dolor. El ritmo lento en que se desarrolla el filme, el blanco y negro de la imagen, todo aporta a construir una atmósfera asfixiante en la que los protagonistas parecen luchar contra lo inevitable. Lav Diaz consigue algo inédito: incursionar en el musical sin que esto le quite potencial dramático o mejor dicho, sin que se “licue” la gravedad del tema que está tratando. Al contrario, la forma en que aborda su “ópera rock” otorga una perspectiva emocional del conflicto a la que sería mucho más difícil alcanzar desde una óptica estrictamente realista.
La confrontación se da entre dos bandos bastante claros: los escuadrones paramilitares de Narciso, el alcalde del pueblo, y un grupo más disperso integrado por un poeta, un sacerdote y una supuesta bruja que inspira terror en los supersticiosos pobladores. Estos personajes, dispersos en un principio, se enfrentan al poder tirano por razones diferentes pero terminan uniéndose por un reclamo de libertad que los une ante cualquier diferencia. Son caminos que convergen desde lugares y ópticas distintas pero que inevitablemente hacen cauce en el mismo río, sin encontrar forma de avanzar más allá de un dique que interrumpe el paso. El choque de posturas tiene su analogía en las formas musicales de cada bando: las canciones que entonan los devotos de Narciso son más sencillas en su estructura, más repetitivas y curiosamente también más pegadizas. Los fraseos son menos complejos y funcionan como un mantra para someter e influenciar. La resistencia civil en cambio, maneja estructuras un tanto más complejas, también repetitivas pero con más despliegue tanto lírico como melódico. Son canciones menos pregnantes pero más emotivas. La batalla, entonces, está dada tanto en el plano discursivo –las letras de las canciones- como en el musical –complejidad melódica y estructural-. En las repeticiones de cada canción hay una lucha identitaria, de creencias y subjetividades, de los que someten ante los sometidos que resistirán hasta convertirse en polvo, interpelándonos en el proceso.
Season of the Devil existe para gritarnos en la cara y rememorar una época de la historia de Filipinas que parece repetirse en la actualidad. Narciso, el líder de la aldea puede recordar al actual presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte. Sus dos caras y los incomprensibles discursos con los que está caracterizado en el filme permiten establecer este paralelo, sumado al hecho de que Duterte fue alcalde de una ciudad –Davos- por 20 años estableciendo escuadrones paramilitares sin respeto por la ley y que como presidente tiene el sur del país bajo Ley Marcial –la región de Mindanao, históricamente una zona de conflicto por la influencia musulmana y poblaciones de herencia nativa, previa a la conquista española-, jugueteando con la idea de expandirlo al resto del país. Lav Diaz quiere que su gente recuerde los horrores del pasado para evitar volver al bucle, donde los que pagan siempre son los más desprotegidos. Esos ecos están latentes en cada minuto del relato y los elementos creativos –las canciones, el blanco y negro, la caracterización de los personajes- permiten capturarlos íntegramente con un distanciamiento en la representación que no se regodea en el sufrimiento pero lo hace patente.
Por todas estas razones, Season of the Devil es tan intensa como difícil de ver y de abarcar. La riqueza artística y conceptual que impregna toda la obra consigue capturar un espíritu de época y trasladarlo a la pantalla grande de una forma estilizada, pero supeditando esto al mensaje y a la historia que se quiere contar. También revitaliza –junto a la última de Bruno Dumont- un género un tanto estancado en convenciones e impacto como el musical, y principalmente es capaz de llegar a la médula si el espectador no se deja seducir por la impaciencia. Al menos es lo que me pasó personalmente, que salí de la sala aturdido sin poder pensar en otra cosa en el trayecto de dos horas entre la sala de cine y mi casa. Una de las películas del año. Debo decir que no estuvo nada mal para ser la primera que veo de Lav Diaz.