#SEFF2019 Parte III

Technoboss,  Juana de Arco, A Russian Youth, County Lines, Family Romance Por Ignacio Pablo Rico

Technoboss (João Nicolau, 2019). Sección Oficial

El final de nuestra etapa productiva y la posibilidad de revivir, en el otoño de la existencia, un amor con espíritu juvenil, son los temas principales de Technoboss. Pese al inusual tratamiento que João Nicolau otorga a su última película hasta la fecha —un musical estrafalario, que combina recursos teatrales y cinematográficos en una estructura libérrima hasta lo derivativo—, nos hallamos ante un filme tan convencional en su discurso como producciones de Hollywood argumentalmente asimilables; pensemos en Cuando menos te lo esperas (Something’s Gotta Give, Nancy Meyers, 2003) o la más reciente Recuérdame (Remember Me, Martín Rosete, 2019). Las formas disonantes, anti-mainstream, con las que opera Technoboss no son capaces de generar nuevas perspectivas sobre el «cine geriátrico» —como lo define Diego Salgado— más allá del manido renacimiento del héroe a través de un romance que quedó suspendido en un pasado del que se avergüenza. No obstante, el dispositivo formal de Nicolau provoca efectos más interesantes si tenemos en cuenta que nos hallamos ante una bufonada de tono marcadamente costumbrista. Ahí es donde las peculiaridades de este inefable Luís Rovisco adquieren una condición casi extraterrestre, pero siempre dentro del molde de la comedia de costumbres. Technoboss merece destacarse especialmente por algunos tramos divertidos, siempre ligados a esa noción de la realidad cotidiana como caldo de cultivo para modos de locura que, por hábito o supervivencia, hemos decidido normalizar.

Technoboss

 Juana de Arco [Jeanne (Joan of Arc), Bruno Dumont, 2019]. Sección Oficial

Charles Peguy vuelve a ser la fuente de inspiración para Bruno Dumont en la continuación y culminación de Jeannette, la infancia de Juana de Arco (Jeannette, l’enfance de Jeanne d’Arc, 2017). Pero el director, uno de los creadores más inconformistas del panorama fílmico actual, rehuye repetir la fórmula de aquella —interpretación naif del género musical a través del despojamiento visual, el amateurismo de elenco y coreografías, y la bella simplicidad de su cristianismo—, y se convierte en el trabajo más desafiante de su autor desde Hors Satan (2011). A la vez extensión y reverso de Jeannette, la infancia de Juana de Arco, la película encuentra nuevos caminos para diversificar la mirada cándida de la primera parte hacia un mundo enfrascado en brutales disputas armadas. Esto lo consigue oponiendo la firme sencillez espiritual de Juana —quien sigue escuchando su música interior, pero en una madura intimidad, sin bailar ya a su ritmo— a la actitud de nobles, capitanes y autoridades eclesiásticas que, temerosos de ella, conspiran para hacerla desaparecer. Pero a su vez, esta Juana es una niña-mujer que ha visto la sangre en el campo de batalla, y aunque guiada por las mismas certezas que antes, ha de afrontar por primera vez una realidad regida por los adultos. Es en este punto donde Juana de Arco se desliga del filme previo, y apoyándose en una sofisticación escenográfica y de vestuario mayor, se centra en la retórica del poder. La atención puesta en los gestos ampulosos y sentencias inflamadas de los sabios en la iglesia desvela las trampas de un lenguaje vacuo, integrado en procedimientos burocráticos que apuntan a la mediocridad del statu quo. El precio a pagar para Dumont es que Juana de Arco resulte consecuentemente tediosa, exigiendo toda la paciencia del espectador que desee acercarse al sentido último de sus imágenes. Este se halla en una mística que recoge, en los primeros planos del rostro de Lise Leplat Prudhomme, el testigo de La pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d’Arc, Carl Theodor Dreyer, 1928) para darle réplica desde la beligerancia.

Juana de Arco

A Russian Youth (Malchik Russkiy, Alexander Zolotukhin, 2019). Las Nuevas Olas

Avalado por el nombre de una leyenda viviente como es Alexander Sokurov, este primer largometraje del joven Alexander Zolotukhin tiende puentes entre un pretérito —histórico, cinematográfico— y nuestros tiempos. En este sentido, resulta fácil leer a un héroe como el Alexei de A Russian Youth desde las coordenadas de la generación millennial. Se antoja un ser extemporáneo, entusiasmado por la oportunidad de vivir una aventura bélica mientras sus compañeros, más experimentados que él, le advierten de que la guerra no es un juego. La desubicación que imprime la mirada de Zolotukhin sobre Alexei, un chico entregado prematuramente a participar de un relato legendario que, percibimos desde un principio, no es el suyo, estalla en la escena que inicia la línea anti épica de la película: en su primera batalla, el protagonista pierde la visión. Dependiente de los demás hasta límites que su orgullo le impide aceptar, irá convirtiéndose en una figura incómoda, pues su mermada percepción de la realidad dinamitará las expectativas, jerarquías y relaciones personales del batallón. Alexei emborrona y desdibuja las líneas morales de la Historia. Obligado a aceptar su subordinación a los otros, en los últimos compases del filme el muchacho culminará su camino de derrota y aceptación, transmutado en una sombra indistinguible entre rusos y alemanes agotados de la guerra, cansados de odiarse, condenados a colaborar cumpliendo cada uno el rol asignado. La Primera Guerra Mundial fue el último conflicto bélico con banda sonora propia; los músicos anunciaban las batallas al sonido de un arsenal de instrumentos. El director recupera de aquel pretérito una inocencia entonces posible. El espesor del grano, la apagada paleta cromática, y un cándido sentido del humor, hacen asemejarse A Russian Youth a una pieza audiovisual coloreada de la época. Así pues, Zolotukhin confronta, en lo estético y en lo ético, el cinismo del presente con un humanismo cálido, traído de otros tiempos.

A Russian Youth

County Lines (Henry Blake, 2019). Las Nuevas Olas

El trabajador social Henry Blake debuta con una película que definía, durante la presentación en el SEFF, como «el diario de un día de mi vida». Una aseveración cuanto menos llamativa, pues County Lines no relata, como lo hiciese la más honesta Las vidas de Grace (Short Term 12, Destin Daniel Cretton, 2013), la cotidianeidad de alguien que ha de lidiar con adolescentes en riesgo de exclusión. En cambio, y a partir de su experiencia laboral, pretende imaginar la caída en desgracia de Tyler, un chico con problemas de actitud en casa y en el colegio. Desde una cierta mezquindad creativa, Blake asfixia a sus personajes, arrastrándolos por un sendero pautado, sin posibilidad de tomar decisión alguna hasta que se ven empujados a ello por razones de vida o muerte. County Lines es, en definitiva, una muestra de social porn a la británica: fusiona un miserabilismo obcecado en epatar a toda costa, con un naturalismo solamente expositivo. Si la intención de County Lines es la de concienciar —y no nos queda claro— a una audiencia ajena en mayor medida a los problemas ilustrados, lo que termina por hacer es perpetuar arquetipos contemporáneos de lo más discutibles, incluso dañinos: la madre joven e irresponsable que se acuesta con desconocidos cada noche sin importarle que sus hijos estén en la habitación contigua; el traficante negro que grita a su súbdito que le traiga una caja de pollo frito, etc. Por no hablar de la falta de rigor en el uso del punto de vista: ¿no hubiese sido más natural que Toni, la verdadera heroína del relato, fuese el personaje central? Con todo, quizás convenga seguir los pasos de Blake, a la vista de algunos logros de realización y técnicos: esos primeros planos cerrados del rostro de Tyler, que dejan constancia de su aislamiento sin necesidad de verbalizarlo, o el tratamiento fotográfico de un barrio que respira frustración y decadencia.

County Lines

Family Romance, LLC (Werner Herzog, 2019). Revoluciones Permanentes

A través de Ishii Yuichi, director de una compañía que alquila sustitutos de amigos, familiares, o lo que el cliente necesite, Werner Herzog concibe un Kagemusha: La sombra del guerrero (Kagemusha, Akira Kurosawa, 1980) del siglo XXI. Solo en el último plano, a través de un cristal esmerilado, llegamos a vislumbrar un atisbo de la vida «verdadera» de Ishii, intérprete preso de sus papeles. Decía Werner Herzog décadas atrás: «Me iría a Marte, si fuera necesario, para hallar nuevas imágenes, ya que en la Tierra no es fácil encontrarlas» 1. Sin embargo, el casi octogenario director ha dejado, en mayor medida, de capturar con su cámara lo inexplorado —Lo & Behold, Reveries of the Connected World (2016) es sintomática a este respecto—. Desde la bellísima La cueva de los sueños olvidados (Cave of Forgotten Dreams, 2010), su quehacer ha acusado un cansancio comprensible, pero inédito hasta entonces. Family Romance, LLC, filme planeado de manera casi casual, recurre a un imaginario muy popular en el mundo globalizado: el que corresponde al Japón de lo otaku y lo hipertecnológico. La mirada de Herzog renueva la nuestra propia, realzando lo que hay de extraño e inquietante en realidades que hemos aprendido a normalizar. Pese a que por momentos podría parecernos un registro de episodios casi aleatorios —desde una visita al Hotel Henn-na, atendido por robots, hasta los cosplays en Yoyogi—, en realidad Herzog está tomándole el pulso al estado de una civilización. Con la calculada ligereza de un dorama, el cineasta esboza intuiciones, no exentas de poesía, a propósito de un país donde conviven tradiciones primitivas, de raíz mágica, con un estado avanzado de la sociedad del simulacro y la simulación. Por primera vez en la filmografía del alemán —y este es uno de los aspectos que hacen de Family Romance, LLC una obra importante en su carrera—, el ser humano ha alcanzado en su conquista de cimas absurdas su último límite. Aquel que ya no puede franquear sin convertirse en algo distinto, inédito. Un diálogo sencillo y emocionante sigue resonando tras concluir esta fábula:

—¿Estás intentando comunicarte con alguien muerto?

—No, intento hablar con alguien vivo.

FAMILY ROMANCE

  1.  En Tokyo-Ga (Wim Wenders, 1985).
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