Self-Portrait of a Dutiful Daughter

What the fuck! Por Fernando Solla

"Millions of years of evolution, right? Right?
Men have to stick it in every place they can,
But for women… Women it is just about security
And commitment and whatever the fuck else!"Alice Harford (Nicole Kidman) en Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999)

Hay situaciones por las que, antes o después, todos debemos transitar. El paso hacia la vida adulta es, obviamente, una de ellas. El cine, como imagen de la realidad, sublimada, criticada o simplemente mostrada, cuenta con una entidad alegórica para captar este proceso vital que no hace falta describir aquí. Por otro lado, hay cineastas que integran su manera de ver la vida asimilándola con la manera de entender su oficio y, unos pocos, incluso son capaces de transmitir esa línea de pensamiento hasta compartirla con el espectador y su experiencia durante el visionado.

Cuando nos enfrentamos a una película para desgranar no ya su contenido, sino su porqué, muchas veces claudicamos ante la sensación de que ya está todo dicho y confiamos en que los autores (noveles o no) nos sorprenderán con su punto de vista, anteponiendo o sustituyendo el cómo cinematográfico al (o por el) qué. El caso de Self-Portrait of a Dutiful Daughter resulta especialmente significativo porque la labor de Ana Lungu deconstruye de nuevo estos patrones más o menos preestablecidos.

Vayamos por partes. ¿Qué explica, aparentemente, la realizadora y guionista con este largometraje? A partir de un distanciamiento más propio del género documental, conoceremos a Cristiana (Elena Popa). Mediante conversaciones con sus amigos Alex (Andrei Enache) y Michelle (Iris Spiridon) descubriremos a una joven que no encuentra su lugar en el mundo. No comprende los conceptos de belleza o felicidad tal y como los dicta el poder dominante y eso hace que entre en conflicto consigo misma. Sus padres se mudarán dejándola en un apartamento para ella sola y lo que parecía iba a ser un espacio de libertad se transforma en un terreno donde la duda y el estancamiento son más una carga que un alivio. Por último, la relación que mantiene con su amante Dan (Emilian Oprea), casado y mayor que ella, sustituye el componente desfogante del acto sexual por una tensión añadida sobre el sentido de la perpetuación del mismo cuando no hay intención de cambio a corto o largo plazo.

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“¿No es este lugar demasiado grande para ti?” Automedicación para dormir, reflexiones en voz alta sobre el sexo oral asimiladas con al valor del lenguaje rumano. Maternidad, nomadismo emocional o utilidad civil de las deformaciones sísmicas informatizadas. La relatividad como máxima objetiva. Atracción física o psicológica (o ambas). Ideales comunistas dentro de las clases aburguesadas. De alumnos con la máxima puntuación de su promoción en Historia cuya única aplicación cotidiana es adivinar cuando el GPS del coche se equivoca de dirección…

Realmente la misma pregunta que le realiza Dan a Cristiana nos la podemos formular los espectadores en un principio, ya que la presentación de las preocupaciones de la protagonista las enumera una a una, conversación tras conversación. Sin embargo, si profundizamos un poco en detalles característicos del cine de la realizadora, como la elección de sus propios padres (Dan y Magdalena) como intérpretes de los progenitores de la protagonista en la ficción, volveremos un poco a la idea que destacábamos en el primer párrafo: cómo entender la vida a través del cine, quizá hasta cómo vivirla. Indagando algo más en esta técnica narrativa descubriremos a una realizadora que explora su mundo interior evidenciándolo en la pantalla. Del individuo aislado en sí mismo hasta su desarrollo en el núcleo familiar. De esta unidad mínima a toda una sociedad. Personas que se saben pequeñas dentro de esta litografía en forma de película, a la vez testimonio generacional, histórico, geológico…

Más allá del acto cinematográfico o, precisamente gracias a él, asistimos a la reafirmación de una mujer que, cuando cree haber alcanzado su idea de libertad, se da cuenta que, a ciertas edades, no hay que acumular requisitos conseguidos para tacharlos de una lista mental de metas que no son las nuestras. No podemos asimilar respuestas como propias de unas preguntas que ni siquiera nos hemos formulado. No hay que atribuir connotaciones de final a lo que precisamente está empezando. Para filmar estas ideas, no explícitas en el discurso de los protagonistas la realizadora encuentra en la fotografía de Silviu Stavila un cómplice excepcional, especialmente en la filmación de esas estancias vacías que no son más que un símil del laberinto emocional por el que se pierde Cristiana. Se puede estar preso a pesar de la amplitud de una estancia vacía. Paredes de yeso y tabiques de hormigón como símil de las barreras y barrotes mentales que rigen, erróneamente, nuestra existencia. Paradoja sobre la que la autora convierte en película este retroceso al que nos somete la vida en ocasiones para tomar aire y coger impulso de cara hacia el futuro incierto e inmediato.

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Finalmente, Self-Portrait of a Dutiful Daughter supera cualquier postura preconcebida antes o durante el visionado para plantearnos dos pares de ideas que, aunque habituales en el desarrollo de nuestra identidad, no suelen tener cabida en el terreno de la ficción: ¿qué responsabilidad se puede exigir en una relación de amistad? ¿Hay vínculos irrompibles y compromisos adquiridos? ¿Qué pasa cuando el vínculo afectivo lo tenemos en un lado y el sexual en otro? ¿Es lícito mantener esta separación o es finalmente una forma de autoengaño?

De un modo aparentemente no intervencionista y menos discursivo de lo que pueda parecer, Lungu se atreve no sólo a aportar herramientas de aprendizaje sino a formular algunas respuestas no siempre taxativas, pero determinantes y persuasivas. Ambición manifiesta en el planteamiento minuciosamente resuelta en el desarrollo o, lo que es lo mismo, normalización de un código deontológico cinematográfico propio que, muy probablemente, influirá en sus coetáneos.

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