Sexualidad adolescente

La isla del paraíso de Larry Clark Por Antonio Miguel Arenas

"¿Habéis leído 'La isla del paraíso'? Es sobre una isla donde la vida gira en torno al sexo. Se pasan el día follando. Follan 15 o 16 veces al día y esa es toda su vida. Es la mejor sociedad. Nadie se pelea, todos se entienden. Lo único que hacen todo el día es follar. Se supone que es una sociedad utópica, no lo sé."Ken Park (Larry Clark, 2002)

Donde el cine de Larry Clark parecía apuntar desde Kids (1995) a una lectura alarmista de la juventud norteamericana como principal y más débil víctima de los males y peligros de la sociedad contemporánea (véanse enfermedades de transmisión sexual, alcoholismo, delincuencia o drogadicción), a lo largo de su filmografía ha insistido en demostrar, en base a la repetición de cuerpos desnudos en argumentos tremendistas, una cuestión primordial. Precisamente son las explícitas relaciones sexuales o las adicciones que mantienen sus jóvenes protagonistas, junto a los riesgos que les conllevan, un signo de la fuerza atrayente del sexo en su constante e irrefrenable descubrimiento, desde el que tras las cámaras Clark nos invita a descubrir otros mundos dentro del nuestro. Mundos en los que los adolescentes dominan la tierra, a la medida de ‘El señor de las moscas’ -novela de la que muy significativamente uno de los personajes de Marfa Girl (2012) lleva un tatuaje, sobre el que mantiene un breve diálogo junto a una chica instantes antes de recibir una felación-, recreando en la soledad de sus habituaciones un paraíso de sexo y drogas, sin responsabilidades ni convenciones sociales, en cuyos ambientes la realidad se deforma hasta el punto de no poder discernir entre bien y mal, solo lo que se desea o no follar.

Kids

Quizá sin proponérselo, y a falta del entendimiento ni el consenso de una crítica incapaz de apreciar su discurso, Clark no ha dejado de gestar una obra sumamente compacta que le ha llevado a desarrollar con similar enfoque esbozos de relatos juveniles (en el fondo variaciones de un mismo planteamiento observacional) en diversas partes de Norteamérica e incluso Europa, adecuándose eso sí al contexto social y cultural de cada zona, lo que se refleja especialmente en la banda sonora, llegando a crear hasta universos post-apocalípticos en el caso de la interesantísima y defenestrada producción televisiva de ciencia ficción El regreso a las cavernas (Teenage Caverman, 2002). De la que hablaremos más adelante ya que nos advierte, con mayor contundencia hasta la fecha, que su cine trasciende la realidad social con el fin principal de alterarla.

Pero si en algo coinciden todas sus películas, además de establecer un prisma global de adolescentes en situaciones de desigualdad y envueltos en familias desestructuradas, es su visión hedonista de su sexualidad como única solución a sus problemas, como medio de vida, como escapatoria.En ocasiones literalmente, tratando de conseguir dinero fácil, pero en la mayoría como auténtico espacio de desarrollo vital, microcosmos para los que la sociedad ni sus familias habitualmente están preparadas. Del desinterés de las abnegadas madres a la reacción violenta de los padres de familia, en ese enfrentamiento descorazonador, que habitualmente depara cierto moralismo trágico a su conclusión, Clark no hace más que ensalzar la libertad de los actos de sus personajes, seres indómitos y desnudos emocionalmente frente a una barrera que una vez les venía impuesta, por pura rebeldía solo pueden transgredir, de conclusiones raramente esperanzadoras e incluso utópicas en el caso de Ken Park (2002), su siguiente colaboración Harmony Korine al guión tras Kids.

A colación de su última película, la co-producción francesa The Smell of Us (2014), la crítica norteamericana de Indiewire Jessica Kiang apuntaba en su contra que Larry Clark no tenía “ningún tipo de conocimiento sobre un mundo que no existe en ninguna parte fuera de su mente”. Y la definición no podía ser más certera, salvo que en un sentido positivo. Las intenciones de Clark se encuentran profundamente alejadas del cine social, van más allá de la realidad de la juventud parisina (o de la frontera de Texas), la ciudad y el cambio de idioma no son más que decoración, un contexto nuevo para volver a los mismos temas. Consciente de esta repetición en sus obsesiones, el simbólico inicio del film presenta al propio Clark interpretando a un vagabundo borracho sobre el que varios skaters –como los que pueblan su cine- saltan rodeándole en círculos. Poderosa imagen que captura a ras de suelo y en cenital, reflejando un bucle del que el cineasta y fotógrafo nacido en Tulsa no puede salir, pero por el que parece emprender nuevos retos formales (el uso de las imágenes que los personajes graban con sus cámaras digitales remite a una idea de transmitir su experiencia directa), así como unas ambiciones atmosféricas desde el punto de vista estético hasta ahora inéditas en un cineasta pese a todo más efectivo que efectista.

The smell of us

The Smell of Us

Como ya indica desde su título, en The Smell of Us se advierten unas intenciones sensoriales que van más allá del crudo retrato que hasta entonces lleva a cabo, ejemplificadas en la secuencia de la discoteca, en la que recrea su olfato visual y que de nuevo ofrecen, con mayor densidad si cabe, una muestra del camino por el que puede discurrir su cine pese a sus en apariencia descuidadas pretensiones cinematográficas. No siendo ejemplo precisamente de esto último, aunque Clark tampoco ha necesitado jamás de una grandilocuente puesta en escena sino de una capaz de transmitir el momento, ofreció una clara muestra de sus ambiciones en el proyecto en apariencia menos destinado a ser su trabajo más personal, la película para televisión El regreso a las cavernas (Teenage Caveman, 2002), encargo de Creature Feature y parte de un homenaje a la clásica serie de terror de los setenta, hasta ahora su único (y revelador) contacto con el fantástico.

Situando el relato en una tribu de un planeta tierra condenado a regresar a la prehistoria tras el fin de la civilización moderna debido a una epidemia, un grupo de jóvenes serán secuestrados por una extraña pareja de mutantes (tan atractivos como ligeros de ropa) que les presentarán las bondades y virtudes de nuestra época, entre ellas la televisión y el baloncesto, dando rienda suelta a sus instintos sexuales. Frente al conservadurismo y al miedo a su cuerpo por el que eran adoctrinados en las cavernas, donde sus superiores conservaban hipócritamente revistas porno y violaban de forma ritual a las más jóvenes hasta la muerte, al llegar a la guarida, diseñada como un amplio y futurista espacio que recuerda a un gran salón o dormitorio abierto a las fantasías, los adolescentes disfrutan de su sexo como nunca lo habían hecho. Este placer no conlleva el drama de un embarazo no deseado o una enfermedad de transmisión sexual, sino la implantación de un virus mutante que les condena a una violenta muerte.

El regreso a las cavernas

Una vez presentado su contexto post-apocalíptico, Clark se despoja rápidamente de él, como si nunca le hubiera interesado, para centrarse en la atmósfera y la carga sexual entre sus personajes. En cambio, sorprende que no se distancie de las constantes del género (eso sí, siempre desde un disfrutable tono campy) e incluya secuencias que lejos de convertir el film en un pastiche, sirvan para trazar desde los elementos del fantástico una gigantesca métafora de su cine. Resaltado por ejemplo en la presencia de las drogas, siendo precisamente mediante la inyección de una sustancia como estos seres transforman a los jóvenes en mutantes para que se unan a su causa.

En definitiva, el moralismo digno de anuncio contra la drogadicción puede estar ahí, ser más o menos visible a lo largo de su filmografía, pero el desenlace de El regreso a las cavernas, con esa marea de “niños” como nuevo inicio del Apocalipsis, lleva también a conclusiones nihilistas presentes al fin y al cabo en todas y cada una de sus películas, dejando libres de culpa a sus personajes. El fin de la raza humana ha llegado, solo quedan adolescentes mutantes hedonistas sin remordimientos. Y Larry Clark no sabe hacer otra cosa que plasmarlo.

 

«Yo no puedo soñar con otros sitios. No me imagino cómo son. Todo lo que imagino se parece a esto.»

Ken Park (Larry Clark, 2002)

 

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Comentarios sobre este artículo

  1. videospornoespanol dice:

    Es cierto lo que comentas de que «Clark no ha dejado de gestar una obra sumamente compacta que le ha llevado a desarrollar con similar enfoque esbozos de relatos juveniles.»
    Nos ha dado diferentes versiones de un mismo tema y a logrado una buena filmografia.
    Felicidades por el articulo

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