She-Hulk: Abogada Hulka

El engorro superheroico Por Yago Paris

I. Superheroína busca pareja

Una de las conclusiones que extraje del análisis de Thor: Love and Thunder (Taika Waititi, 2022) es que se trata de una película profundamente romántica que, al mismo tiempo, tiene miedo a hablar abiertamente del amor, a pesar de llevar esta palabra en su título. Otra reflexión presente en dicho texto señala la incapacidad de los responsables del filme para congeniar drama y comedia, hasta el punto de que cada tono aparece por separado en diferentes momentos del relato, sin lograr una adecuada conjunción de aproximaciones narrativas. En otras palabras, en la cuarta entrega de la saga Thor hay potencial para crear una comedia romántica, o una comedia romántica que evoluciona hacia el drama romántico, pero lo que se obtiene es una estructura similar a la del sketch, donde cada escena presenta un tono y unas intenciones diferentes, que a duras penas consigue combinar adecuadamente con la anterior y la que le sigue. Este punto de partida, que permite poner en cuestión los valores de la cinta de Waititi, es el que puede ayudar a comprender por qué en She-Hulk: Abogada Hulka (She-Hulk: Attorney at Law, Jessica Gao, 2022) puede haber más virtudes de las que, a primera vista, su limitada factura técnica y escasas ambiciones narrativas parecen traslucir. La nueva serie del Universo Cinematográfico de Marvel (UCM), estrenada en Disney+, narra las desventuras de Jennifer Walters (Tatiana Maslany), una abogada de Los Ángeles y la prima de Bruce Banner/Hulk (Mark Ruffalo). Este último la convierte de manera fortuita en una hulk cuando, tras un accidente automovilístico, la sangre del superhéroe pasa al torrente sanguíneo de la protagonista de la serie. A partir de ahí se desarrollará lo que inicialmente parece una comedia de abogados que se cruza con el género de superhéroes, pero en cuyo núcleo reside un profundo afán de exploración de la comedia romántica y la idea del amor en tiempos de la modernidad líquida.

La historia de Jen es en realidad la de una crisis existencial. Traspasada la barrera de los treinta, la joven no termina de despegar como abogada —tiene trabajo pero no es todo lo exitosa que creía que sería a estas alturas— y se encuentra perdida en el amor —busca pareja en un mundo donde no se siente apreciada—. A lo largo de los primeros episodios se incide en el esfuerzo realizado durante los años de la universidad, donde se gestaron las promesas de un futuro prometedor, algo que se traslada al terreno personal. ¿No debería estar ya asentada, con una pareja estable? Todo termina de explotar cuando, tras haber obtenido los poderes de Hulka, pierde su puesto de trabajo por haber actuado como superheroína en medio de un juicio en el que participaba, ya que se trata de un tipo de notoriedad mediática que no interesa a su bufete. Ser una superheroína no parece casar con la discreción que se busca en el mundo de la abogacía, y es este mismo argumento el que provoca que ninguna otra firma la quiera contratar. Cuando ya ha perdido la esperanza, recibe una oferta, pero no tarda demasiado en descubrir que se debe más a su imagen de superheroína que a su labor como profesional del sector. El bufete la quiere para liderar el área de derecho aplicado al ámbito de los superhéroes, donde contar con una abogada superheroína es, precisamente, la estrategia comercial óptima. Por tanto, la crisis en el plano laboral que ya se venía gestando en la vida de Jen previa a su transformación en superheroína termina de explotar tras dicho suceso, hasta el punto de que, como se verá más adelante en el texto, su alter ego superheroico se convierte en una losa que asfixia su personalidad de ciudadana de a pie.

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En el plano romántico, la serie sorprende cuando, a partir del cuarto episodio, ¿Esto no es magia de verdad? (Is This Not Real Magic?, Kat Coiro), apuesta por una exploración en profundidad de la búsqueda del amor en el mundo de la modernidad líquida, lo mediático y las apps de citas. Y a este nivel también se pone de manifiesto la tensión entre las dos caras de la protagonista, la humana y la superhumana. El fracaso de Jen en la aplicación de citas contrasta con el éxito descomunal de She-Hulk, lo que propone inesperados, por relativamente profundos, dilemas y cuestiones en torno a la identidad. Por tanto, la llegada de She-Hulk a la vida de Jen es también una crisis existencial en el plano romántico —que también se explorará más adelante en el texto—. Al mismo tiempo, se abordan narrativas propias de la comedia romántica, tanto la más tradicional como la más contemporánea. Por un lado, se expone el lugar común de que los hombres son alérgicos al compromiso, así como las reacciones ansiosas de las mujeres a la hora de gestionar cómo mostrar interés sin abrumar a su pretendiente, y las situaciones cómicas que se pueden generar de las decisiones patosas que toma la protagonista —lo que recuerda, por ejemplo, al personaje de Michelle (Kathryn Hahn) en Cómo perder a un chico en 10 días (How to Lose a Guy in 10 Days, Donald Petrie, 2003)—. Al mismo tiempo, esta incertidumbre se expande al situarla en un terreno como el del amor líquido, la propia de un mundo donde, cada vez de manera más habitual, las personas se conocen a través de servicios virtuales como las apps, cuyas dinámicas de funcionamiento expanden el consumismo de personas, la alergia al compromiso —pues es mayor la sensación de oferta humana y, por tanto, de miedo a estar perdiéndose algo mejor— y el entendimiento de la vida como un carrusel de experiencias, aspectos todos ellos que van en contra de la idea de entrega al Otro, de construcción de una relación sólida. El ansia de Jen por encontrar pareja se explora con especial detalle en el séptimo episodio, El retiro (The Retreat, Anu Valia), donde una ágil escena de transición construye su prometedora relación con Josh (Trevor Salter) —quien, precisamente, aparentemente la quiere por ser Jen, y no por ser Hulka—, y la rápida caída en el desconcierto del ghosting tras el primer encuentro sexual.

Es precisamente la apuesta por una exploración dramática del personaje, sin miedo a hablar abiertamente de amor, lo que permite que la serie alcance sus mejores momentos como ficción, a diferencia de lo que ocurre en Thor: Love and Thunder, donde su insistencia a toda costa en el humor, además pocas veces efectivo, desbarata sus posibilidades de profundizar en la psique de sus personajes. Sin perder de vista su vertiente cómica, este séptimo episodio permite una exploración de la dependencia, el aferrarse a toda costa a la idea de lo que uno querría que fuera su vida, y la necesidad de adaptarse a lo que esta ofrece —algo que, aunque se explore en el plano romántico, también es aplicable a la otra crisis vital, la profesional—, que, lejos de construirse como un sencillo arco de transformación, termina con la sonrisa melancólica de Jen, quien, aunque ha progresado en su gestión de las emociones y el duelo, evidencia que el proceso dista de ser sencillo y estar resuelto.

Donde resulta más problemática la comedia de She-Hulk: Abogada Hulka es en su ámbito más reivindicativo, es decir, cuando pretende desarrollar una crítica social feminista, que cae en los tropos de lo woke. El problema no tiene tanto que ver con el tema, sino con la profundidad de la reflexión. Esto se observa con claridad ya desde el primer episodio, Una ira normal (A Normal Amount of Rage, Kat Coiro), donde se ofrece una lectura simplona y problemática de las diferencias entre Hulk y Hulka. El capítulo, que propone un tour de force entre los dos primos superheroicos, destruye la complejidad del arco narrativo de Hulk —un proceso de años, donde dos personalidades son son forzadas a convivir, y en las que existe una poderosa exploración de la inhibición del introvertido como la máscara y el desencadenante de una furia incontenible—, y la reduce a que, como a las mujeres socialmente se les exige más, son capaces de gestionar la ira propia del hulk[1]. Al mismo tiempo, en este mismo capítulo se cimentan las bases de la fantasía social femenina, esa que propone que toda conducta mínimamente asociable a lo masculino es necesariamente tóxica, y que, de darse en lo femenino, no lo es —los gritos y las destrucciones de Hulk son propias del hombre cavernícola; las de Hulka son feminismo cool—, así como que las mujeres son personas condenadas a lidiar con una ristra de hombres inapropiados y abusivos, que, incluso cuando no son personajes negativos —Pug (Josh Segarra)—, no se libran de tener pocas luces: da la impresión de que el único que se salva en toda la serie es Matt Murdock/Daredevil (Charlie Cox), un personaje que consigue tener entidad propia y que no se utiliza para ensalzar a la protagonista al ser escrito de manera mediocre. Esta última, tendencia muy habitual en las ficciones woke, resulta quizás la peor decisión creativa, pues lo que esconde es en realidad una pobre construcción dramática, tanto de ellos como de ellas, así como un desarrollo torpe e hiperexplícito de las intenciones reivindicativas de la obra —especial mención merece el sonado discurso de Jen durante el primer episodio, cuando explica que es perfectamente capaz de controlar su ira porque, como mujer, la sociedad la ha forzado a aprenderlo—. Sin embargo, la fantasía woke que propone She-Hulk: Abogada Hulka, equiparable a las fantasías masculinas de dominación física propias del cine de acción, ofrece inesperados momentos de valor cómico, con especial mención al episodio sexto, Solo Jen (Just Jen, Anu Valia) y el caso legal de Mr. Immortal (David Pasquesi), que consigue funcionar con soltura como situación humorística. Es por ello que, incluso en sus horas más bajas, y a pesar de la mala recepción que ha tenido, She-Hulk: Abogada Hulka cuenta con virtudes más destacables que las de otras ficciones del UCM que han sido más celebradas —o menos atacadas—.

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II. Fricciones con lo superheroico

Ya se ha planteado en el texto que a lo largo de la serie se expone una serie de fricciones entre Jen y She-Hulk, entre la identidad privada, humana, y la identidad pública o mediática, superheroica. Este choque de personalidades permite colocar al personaje en la misma línea que otros personajes que no buscaban ser superhéroes —el Steven Grant (Oscar Isaac) de Caballero Luna (Moon Knight, Jeremy Slater, 2022)—, o que, aunque lo buscaran, se encuentran con la realidad de que la convivencia de ambos tipos de vida es difícilmente sostenible —las diferentes encarnaciones de Spider-Man, o la reciente Ms. Marvel (Bisha K. Ali, 2022)—. La máxima arácnida de que todo poder conlleva una responsabilidad ya se muestra al final del primer episodio de She-Hulk: Abogada Hulka, cuando, estando en medio de un juicio, Jen debe convertirse en Hulka —y desvelar públicamente su identidad— para enfrentarse a Titania (Jameela Jamil). Aparte de ser una decisión inherente al UCM, donde apenas existen superhéroes cuya identidad privada se mantenga desligada de la pública, el éxito social de She-Hulk desencadena una serie de cambios que afectan de manera directa a Jen. Aparte de lo comentado en materia laboral, en el ámbito personal se producen variaciones que son fundamentales para comprender el arco dramático del personaje.

Estos se manifiestan en lo ya expresado a nivel romántico, y se combinan con otras facetas de lo social, tales como la relevancia mediática de la nueva superheroína. Todo confluye en las escenas en que Jen decide comenzar a conocer personas a través de una aplicación de citas. Si inicialmente no consigue matches como Jen, todo cambia cuando decide utilizar el servicio virtual como She-Hulk, como se manifiesta en la riada de hombres interesados en ella. Sin embargo, esta decisión es, en realidad, una losa todavía mayor para Jen. Aprovechándose de dinámicas propias de este tipo de servicios, que de manera nada inocente fomentan actitudes compulsivas basadas en la satisfacción instantánea del ego, incluso a costa de dilemas éticos asociados a la manera en que tratamos a la persona al otro lado de la pantalla, la serie expone que Jen toma esta decisión desde el despecho y la frustración, desesperada por encontrar atención. Como cabe esperar, posteriormente se desvela —en la escena de terapia grupal del episodio El retiro— que esta decisión ha acabado mermando todavía más su autoestima. ¿Cómo competir con una persona que es mucho más atractiva y cool que uno mismo? La protagonista siente que hace trampa al utilizar a su alter ego para ganar atención, todo para darse cuenta de que lo único que quiere en realidad es ser querida por quien ella realmente es, simplemente Jen —y, lo que es peor, la asunción de la diferencia entre ambas personalidades acrecienta las posibilidades de que su potencial pareja sienta desinterés por ella—.

Otro tipo de fricción entre lo privado y lo superheroico se da en el plano legal. Desde el primer momento, Jen manifiesta su desinterés por ejercer como superheroína, pues su vocación es la abogacía. Sin embargo, además de lo expuesto previamente en torno al poder y la responsabilidad —una escena que, de manera nada casual, sucede en un juzgado—, el personaje va descubriendo paulatinamente que quizás ambos mundos no están tan distantes entre sí. La conjunción de ambos fructifica cuando conoce a Matt Murdock, un abogado que combina el trabajo alimenticio para grandes empresas con su labor vocacional de protección de los más necesitados en el humilde barrio neoyorquino de Hell’s Kitchen. Esta combinación de mundos resuena con un dato que Jen desconoce pero el público no: Matt Murdock es, a su vez, el superhéroe Daredevil, lo que explica su insistencia en animarla a que trabaje a ambos lados de la ley para proteger a quien lo necesite: por un lado, como abogada, y por otro, como superheroína. Probablemente le hubiera sentado mejor a la serie haber confiado en las posibilidades del relato, y en la capacidad del público, para atar los cabos y entender que la defensa de Murdock de su modelo de negocio es en realidad una analogía de su combinación de identidades, pero lo cierto es que la relación entre ambos personajes es de lo más destacado de la producción, puesto que el juego con los paralelismos entre ambos acaba desembocando en un tira y afloja propio de la comedia romántica, tamizada a través del filtro de lo superheroico, consiguiendo, como pocas veces ha sucedido en el UCM, una verdadera tensión sexual entre dos de sus personajes. Así, pasan de ser rivales a trabajar en equipo, tiranteces mediante, y acaban teniendo un encuentro romántico-sexual —la escena en que Jen lleva a Matt a que conozca a su familia recuerda, nuevamente, a Cómo perder a un chico en 10 días— del que probablemente se sabrá más en futuras entregas de este universo de ficción. En otras palabras, aquí las fricciones con lo superheroico solo son iniciales, y aparentes, pues en realidad atienden a los tropos del género de la comedia romántica.

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III. Fricciones con Marvel

Una escena en el último episodio de She-Hulk: Abogada Hulka podría hacernos creer que existe en Marvel una verdadera voluntad de cambio y transgresión. Uno de los aspectos más señalados de la She-Hulk de los cómics, principalmente la desarrollada en el guion y en los dibujos por John Byrne, es la autoconsciencia narrativa, lo que provoca constantes reflexiones en torno al acto de contar historias en este medio, y rupturas de la cuarta pared para apelar al público y señalar la condición de entes de ficción de la obra y sus personajes. A pesar de que, antes de su estreno, ya se conocía que esta sería una línea de inspiración importante para la adaptación televisiva del personaje, lo cierto es que, a lo largo de los primeros ocho capítulos, la autoconsciencia apenas se manifiesta. Es más, se podría pensar que los escasos momentos de este estilo —que se reducen a rupturas jocosas de la cuarta pared, que apenas trascienden, más allá de fomentar el habitual humor cool de guiño y codazo que se estila en este estudio— parecen adiciones forzadas para poder justificar que se ha tomado la obra de Byrne como referencia.

Esto cambia en el último episodio, ¿De quién es esta serie? (Whose Show Is this?, Kat Coiro), que comienza con un prólogo que juega a situar al personaje de She-Hulk en una ficción setentera de terror de serie B y posteriormente convierte el clímax en una extensa y paródica ruptura de la cuarta pared, imagen IMAX mediante, donde la superheroína se sale de su ficción y visita las oficinas de Marvel Studios para hablar con el productor y mente maestra detrás del UCM, Kevin Feige, para descubrir que Kevin es en realidad una inteligencia artificial todopoderosa, regida por algoritmos, que responde al nombre de K.E.V.I.N. —Knowledge Enhanced Visual Interconnectivity Nexus (algo así como «Nexo de interconectividad visual de conocimiento aumentado»)—. Aunque quizás un espectador poco versado en las posibilidades del lenguaje audiovisual —recordemos que en pleno 2013 se habló de Historia del medio y atrevimiento radical cuando en House of Cards (Beau Willimon, 2013-2018) el personaje interpretado por Kevin Spacey hablaba constantemente a cámara— o el fan de Marvel entregado a la metarreferencialidad vacua pueda sentirse fascinado ante este festín de supuestas transgresiones, lo cierto es que, a la hora de la verdad, poco afecta al resultado final. Aunque se pueda argumentar que, en efecto, la secuencia sirve para que She-Hulk tome el control de su narrativa y, utilizando la jerga de este tipo de propuestas, «se empodere», lo cierto es que todo sigue y seguirá igual en el UCM, por mucho que se juegue a satirizar la figura de Kevin Feige y se muestre que los responsables del estudio conocen bien las críticas más habituales que sus creaciones reciben.

En última instancia, a nadie se le debería escapar que las series de Marvel son, en muchos casos, una especie de What If…?: pequeños experimentos, exploraciones de otras posibilidades, pero que en realidad tienen escasa relevancia en el UCM. Aunque She-Hulk: Abogada Hulka profundice en el amor y se la permita ser una comedia romántica de abogados y superhéroes, acaba como también lo hizo Bruja Escarlata y Visión (WandaVision, Jac Schaeffer, 2021) y como cualquier otra ficción del estudio: como una claudicación ante las necesidades de unificación narrativa, estética y estructural del universo cinematográfico. En otras palabras: por mucho que hayamos conocido en cierta profundidad los dilemas emocionales de Jen, así como su abierto desinterés en convertirse en una superheroína, todo en la serie conduce al personaje a, en efecto, acabar siéndolo, a relacionarse con otros miembros del universo, como Emil Blonski/Abominación (Tim Roth) o Wong (Benedict Wong), y a pasar a engrosar las filas de los múltiples cruces de líneas narrativas fácilmente adaptables a la cadena de producción del UCM.

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La conclusión es, por tanto, similar a la extraída cuando se analizó Ms. Marvel: las ficciones Marvel son mejores cuanto menos se parecen a los estándares de Marvel. Esta es, en última instancia, la verdadera fricción que se da en la serie, y que es común al grueso de las obras de este universo. No obstante, si en el texto de la joven superheroína de origen pakistaní se apuntaba a una especie de juego, que consistía en descubrir en qué momento la serie perdía su personalidad para convertirse en otra entrega más del UCM, en She-Hulk: Abogada Hulka se produce la evolución contraria, pues, durante los tres primeros episodios, la ficción se desarrolla plenamente insertada en las dinámicas Marvel —entre otras tendencias, una constante referencia al propio universo, y la insistencia en hacer que personajes del universo interactúen—, para, a partir del cuarto episodio, encontrar su tono y comenzar a ofrecer algo distinto a la planicie habitual de este tipo de ficciones. Como cabe esperar, esto es solo un espejismo, pues los dos últimos episodios reconducen la narración hacia el terreno conocido de la apenas-nada Marvel.

Por tanto, cuando uno analiza este tipo de ficciones, debe asumir que las perlas del relato serán escasas y estarán siempre sometidas a los designios de la macroestructura del universo cinematográfico. Lo que parece inalterable es el desinterés por rodar con unos mínimos estándares, no ya de excelencia artística, sino de profesionalidad artesana. No deja de sorprender la capacidad de los equipos de realización de Marvel para crear imágenes intrascendentes, que parecen estar construidas a conciencia para repeler la capacidad de permanencia en el subconsciente del espectador. A esto se suma un ya habitual montaje con escaso sentido del ritmo del gag, la conversación, la escena o la secuencia. Quizás precisamente por esto resulta especialmente notable el trabajo actoral de una serie de secundarios, que consiguen crear escenas cómicas a pesar de los destrozos formales. Dentro de esto, y profundizando en la paradoja de que las ficciones Marvel son mejores cuanto menos se parecen a una ficción Marvel, resulta paradigmático que los secundarios mejor construidos y más carismáticos sean, precisamente, aquellos ajenos a lo superheroico, tales como los dos compañeros de trabajo de Jen, Nikki (Ginger Gonzaga) y Pug, o incluso un personaje terciario como el de Madisynn (Patty Guggenheim), que le roba todas y cada una de las escenas a Wong —a quien por otro lado hay que reconocerle que funciona como punto de apoyo para que su compañera de escenas brille—. Si estos tres actores están especialmente bien, y consiguen sortear los problemas de montaje, probablemente sea porque basan su actuación, no tanto en el golpe de efecto de la punch-line, sino en un modelo interpretativo basado en el clown.

Quizás la última lectura que se pueda extraer, a tenor de que ocupa el tramo final de la serie y apunta a que la continuación del personaje evolucionará por esta vía, está relacionada con el personaje de Murdock/Daredevil. A la hora de sortear las fricciones entre las posibilidades de la ficción y los requisitos de producción de Marvel, la inclusión de este secundario superheroico en la trama de She-Hulk: Abogada Hulka sí funciona, y lo hace porque se integra de manera lógica dentro del tono general del relato. En última instancia, tiene sentido que un abogado-superhéroe abierto a una relación romántica seria encaje en una comedia romántica de abogados que transcurre en el contexto de un universo donde existen los superhéroes. La presencia de Daredevil no arrastra la serie a pasar por puntos clave de la ficción Marvel, sino que se adapta a las necesidades de la serie con soltura y fluidez. Ya que ciertos requisitos Marvel son y siempre serán innegociables, quizás no sea necesario poner la casa patas arriba, sino encontrar nexos y conexiones con sentido, que aporten a la ficción. Las creaciones Marvel no tienen por qué dejar de llevar su sello; es una simple cuestión de trabajar y cuidar la idea de relato.

Notas:

[1] La idea se la tomo prestada al crítico Ignacio Pablo Rico.

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