Si decido quedarme
Adolescencia interrumpida Por Mónica Jordan
Tomar la adolescencia como centro neurálgico de una historia es una responsabilidad que muchos deberían plantearse a la hora de escribir. La delicadeza de ese período de formación de la personalidad es un campo de minas en el que crecen múltiples frutos, pero requiere de una aproximación que tenga en cuenta el público potencial al que, se quiera o no, acaba siendo dirigido. Época de formación de la propia personalidad, los grises y altibajos del adolescente tienen la atracción de la tabula rasa sobre la que poder crear desde cero, sin imperfecciones ni errores; es el momento en el que todo parece decidirse para el resto de nuestras vidas. Y ese sentimiento de bifurcación vital, de lugar en el que pararse a pensar (muy bien) hacia dónde dirigirse, queda capturado a la perfección en la historia que subyace al drama de Si decido quedarme.
Si logramos dejar de lado esa bastida dramática que rodea la película, Si decido quedarme se adentra a través de una doble trama adolescente en ese momento decisivo en el que tantísimo parece en juego. Por un lado, vemos cómo la protagonista reflexiona sobre su futuro profesional en el mundo de la música; y por el otro, el más efectista, se cuestiona seriamente si, tras sufrir un accidente y haber quedado en coma, merece la pena seguir luchando para sobrevivir. Esta segunda línea argumental, precisamente por su contenido vital y relevante, funciona como metáfora de la primera y de todo aquello que rodea a la adolescencia como momento de creación de la identidad. Mia, la protagonista, puede decidir si vivir o morir, de ella depende; como también depende de ella lograr ser una chelista profesional, médico, crítico de cine o cualquier cosa que el lector pueda haber deseado en su vida adolescente. Si decido quedarme es, si atendemos a su subtexto, una historia de liberalismos personales, de self-made teen, de perseguir aquello que se desea con ahínco y constancia. Es, ante todo, un grito a la perseverancia como puntal básico del triunfo.
A diferencia de otros adolescentes moribundos que hemos visto en las pantallas últimamente (Bajo la misma estrella – The Fault in Our Stars, Josh Boone, 2014 -, Pulseras rojas – Polseres Vermelles, serie de Albert Espinosa, 2011 -, o Ahora y siempre – Now Is Good, Gool Parker, 2012), a Mia se le repite que la posibilidad de seguir adelante está en sus manos. Mientras aquellos que están en fase terminal por enfermedades crónicas han asumido su paulatina desintegración como un proceso de envejecimiento acelerado en el que poco o nada pueden hacer, Mia se topa de sopetón con el momento en que debe reflexionar sobre su futuro. La lectura socioeconómica existe precisamente ahí, y no es complicado establecer que aquello que se le dice a Mia es típico de una sociedad liberal como la estadounidense (“eres dueña de tu propio destino”) en la que no ser capaz de salir de un problema tiene al individuo como único responsable. Así, tanto el éxito como el fracaso están en manos de cada uno, y lo único necesario para alcanzar los sueños de cada cual es talento y trabajo duro.
No obstante, y por muy relevante que pueda parecer en la película la trama vida/muerte para la construcción dramática y argumental del personaje, el esqueleto de Si decido quedarme no es otro que el de cualquier historia de adolescentes sintiéndose acechados por la insistente edad madura. Elegir si quedarse o abandonar a su primer amor, aceptar quién es sin que importe cómo son los de su alrededor, decidir la escuela o la carrera en que concentrar sus energías durante los años venideros… En resumidas cuentas, tomar las riendas de un futuro que, hasta ese momento, parecía casi conducirse con el piloto automático gracias a la educación reglada.
En efecto, Si decido quedarme habla de la adolescencia como momento relevante en la vida y tiene ese tesoro oculto en su más profunda construcción, pero lamentablemente queda del todo opacado por el exagerado dramatismo con que arropa su armazón argumental.
Esa ahogadora historia de una familia que ha sufrido un accidente se ve ligeramente mitigada por los flashbacks que nos permiten conocer el in crescendo de la historia de amor entre Mia y Adam, únicos momentos de respiro en la película junto a la presentación de esa familia de ensueño que parece sacada del imaginario de Amy Sherman-Palladino. Por lo demás, cuando esa bomba de oxigeno que es el primer amor empieza a toparse con los primeros baches, el drama invade totalmente la película hasta convertirla en un producto lacrimógeno. Llegados a ese punto, las burdas metáforas visuales de R.J. Cutler (representar el camino hacia la muerte con un haz de luz o reproducir los recuerdos idealizados del pasado con grano en la imagen y a cámara lenta) no hacen sino aumentar la tristeza de ver una bonita historia de crecimiento convertida en un dramón lacrimógeno. A veces en lo más sencillo está lo más valioso.