Siempre Alice

¡Traedme la cabeza de ese muñeco dorado! Por Enrique Campos

¿Qué tiene que hacer, en esta vida o en las siguientes, Julianne Moore para que le den el dichoso Oscar? La pelirroja más brillante que ha parido Hollywood ha interpretado a estrellas porno, a esposas ricas adictas a los lexatines, a mujeres atrapadas en relaciones prohibidas, a madres coraje, se ha dado a Malle, a Altman, a los hermanos Coen. Tanto dolor, tantas lágrimas, para que los escalones del escenario del Teatro Kodak sigan tan lejos como lejos de su nivel estaban las comedietas al lado de Hugh Grant, la debacle de turno de Madonna o las correrías entre dinosaurios que tuvo que echarse a la buchaca cuando ser Julianne Moore aún no era garantía de nada.

No, no le han faltado trajes a medida para ascender al Olimpo de las estatuillas doradas, pero la enfermedad –el Alzheimer, casi nada-, las historias de superación, los cantos de esperanza, parecen (parecen) un seguro a todo riesgo para que Moore se haga con el premio antes de tener que resignarse al Oscar de consolación, el honorífico, que uno disfruta poco. O bien no tardas en desfilar para el otro barrio o, peor aún, ni siquiera te percatas de que te lo dan porque la memoria está ya tan agujereada como la de la protagonista de Siempre Alice. Ahora o nunca, Juliana.

Siempre Alice

Protagonista, reina y señora, habría que añadir a la descripción de lo que Julianne representa para Siempre Alice.
La película de Glatzer y Westmoreland empieza y termina en ella, y es ella la única razón de peso para acercarse a un artefacto construido con la pericia del arquitecto celestial si se trata de arrasar la sala de cine con un tsunami emocional. No es complicado, si uno lo piensa. Cualquier historia que lidie con el Alzheimer es dramática, trágica; pero el Alzheimer de una ilustre profesora de Columbia, dolorosamente joven, amiga de sus amigos, amante amantísima de su marido (y viceversa) es mucho más dramático y mucho más trágico. ¡Éramos tan felices! ¡Y neoyorquinos! De la zona alta.

Siempre Alice 2

Subyace en Siempre Alice la terrible ironía implícita en perder las palabras cuando las palabras lo han sido todo en la vida de esta Alice Howland, experta en lingüística para más señas. Pero se queda en eso, en un apunte, en un eco subterráneo. Una nota de color (muy negra) diluida en las bajas pasiones a las que se prefiere apelar. Es la Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) del Alzheimer. Sin baladas de Springsteen pero con el mismo carácter de excepcionalidad. Es lo que mejor funciona. Al fin y al cabo, ¿cuántas telenovelas se ambientan en Usera o el Bronx? No sólo es el nivel de vida de los personajes lo que se utiliza con fines sensacionalistas, el pecado mortal de Siempre Alice es su distancia para con las problemáticas asociadas al Alzheimer, cómo sustrae de la ecuación el bombazo que cae sobre el núcleo familiar. En ese sentido, Sarah Polley sí que hizo los deberes cuando se decidió a debutar detrás de la claqueta con Lejos de ella (Away From Her, 2006). Bien es cierto que Polley venía espoleada por un texto de Alice Munro al que se le supone mayor calado que a la novela de la neurocientífica Lisa Genova; sin embargo, con mimbres similares, los resultados son la noche y el día. La pareja de Lejos de ella eran tan ricos, tan felices y tan cultivados como los Howland. Antes que tirarse al monte con la épica de la superación de algo que no tiene superación posible, Polley hablaba de olvidar a tu amor, de residencias para apagarse en paz, del desasosiego propio y del de los otros. Todo esto en Siempre Alice tiene poca presencia. Tan poca que los que rodean a Alice parecen encajar el asunto como verdaderos campeones. Es duro, pero Alec Baldwin, el esposo perfecto, Kristen Stewart, la rebelde patológica, y Kate Bosworth, una pija troquelada, asisten al desvanecimiento de Alice con resignación cristiana aunque en ese hogar Dios no esté ni se le espere.

El traje es clásico, quizá hasta demodé, pero se ciñe bien a las formas de Moore. La alfombra roja está preparada. Arriba, en el ring, esperan Marion Cotillard y el mejor trabajo de Rosamund Pike hasta la fecha. Todavía nos volvemos a ir de vacío, Juliana. Pero tú a lo tuyo. Los Oscars… ¿A quién le importa un Oscar?

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