Sin amor (Loveless)
Desvíos del proyecto-nación Por Paula López Montero
“Todos los males del mundo provienen de que el hombre cree que puede tratar a sus semejantes sin amor”
Podríamos discutir largo y tendido sobre si el concepto y la percepción de lo bueno y lo malo es algo occidental. Pero desde que se creó aquello de la democracia en la polis griega no hemos dejado de promover intentos por generar ese mejor proyecto para nuestro pueblo-nación, aunque la historia haya pasado por por percepciones muy ideológicas sobre lo que es mejor o peor para ese “nosotros”. Desde este punto del mapa parece singular, y sobre todo después de las debacles de la Segunda Guerra Mundial, concebir que el amor debe estar inserto en la política del estado. No es un amor platónico sino un amor vestido de tolerancia, respeto, inclusión, etc. Chirría tanto ver las políticas del odio como cuesta comprender por qué un día Hitler llegó donde llegó. A lo que voy es que esa percepción de lo bueno y lo malo (e incluso si me apuras de lo bello y lo feo) está estrechamente relacionada con ese amor.
Ahora bien, juzgar políticas malas bajo la rúbrica del odio ¿es justo? Desde luego si analizamos ciertos personajes de hoy y sus políticas (Kim Jong-un, Trump, Putin) nos daremos cuenta que los discursos del odio contra el otro –tiñéndose bajo una ilusión de mejoría egocéntrica- no son nada fructíferos y de buenas a primeras pueden acabar generando un colapso global. Pero hay un slogan muy acertado que creo que da de lleno con la herencia de un pensamiento político-religioso del que no podemos huir: “Love always wins”.
La última película de Zvyagintsev, Sin amor (Loveless), no habla directamente de política, pero si habla de la influencia de las decisiones históricas de la nación en sus ciudadanos y familias y de cómo los proyectos identitarios quiebran o se desvían cuando la falta de amor es obvia. Considero por otra parte que no sería justa ninguna opinión al respecto si no tuviéramos en cuenta un plano mucho más, si se quiere, antropológico de la cuestión. Grandes llanuras heladas, con climas esteparios tremendamente duros, pieles insensibles por el frío gélido, el viento y la nieve generando un carácter muy concreto. Ahí es donde pone su mirada Zvyagintsev arrancando Sin amor (Loveless) con el paisaje pictórico y helado de la llanura rusa, con sus árboles desviados, tumbados o arrancados de sus raíces por esas condiciones extremas ¿quién puede seguir erguido ante una estampa así? Esta es la gran alegoría del director ruso, el clima, su geografía, marca todo lo que viene después.
Una vez escuché, creo que en una película de Isaki Lacuesta, que la revolución rusa era la más fructífera de las revoluciones porque tuvo lugar en diciembre, en ese frío y duro mes lo cual hace que su espíritu de sacrificio y sufrimiento sea mucho más evidente que las revoluciones primaverales pronunciadas en occidente donde las hormonas y el calor generaban otro tipo de clima, y claro está, otro tipo de revolución que acaba por disolverse. Creo, en cierta medida, que Lacuesta da en el clavo. Parece casi obvio pero nos han educado la mirada para pensar que la frondosidad y fertilidad de los valles, el calor y la luz son indisociables de cierto espíritu festival y alegre, mientras que el frío, la falta de luz y las semillas congeladas por las duras condiciones están vinculadas a un carácter mucho más tosco, triste, desilusionado. Y este paradigma de la fertilidad, si se quiere de la maternidad, es uno de los que refleja Sin amor (Loveless).
Sin amor (Loveless) habla de un matrimonio, Boris y Zhenya, que se encuentra en pleno proceso de divorcio. El amor está acabado entre ellos y ahora medio conviven con otras personas mientras venden la casa que tienen en común y donde vive su hijo pequeño Alyosha. Aún separados las discusiones y la poca comunicación siguen siendo la tónica habitual entre ellos y ninguno de los dos parece estar interesado en Alyosha que vive atormentado por la falta de cariño y comprensión que recibe de sus padres hasta que desaparece dejando a sus padres en una tesitura sobre todo moral.
Zvyagintsev vuelve a apostar por el conflicto familiar, un conflicto que es escenario de mucha de la cinematografía última de Rusia y que pone encima de la mesa la quiebra de la unidad y la falta de amor (pienso en la reciente Tesnota) no es el único hilo que cose sino que, de nuevo, de fondo, el rumor de la iglesia ortodoxa, la propaganda en los medios, la corrupción en la política, la guerra de Ucrania donde desde la postura rusa Occidente está colonizando y aprovechándose de la nación ucraniana, la figura ausente del padre, la figura insípida de la madre, y la tremenda influencia en los hijos como ya viene aludiendo desde sus inicios con filmes como El regreso (Vozvrashchenie, 2003), Elena (2011) o Leviatán (Leviafan, 2014). Todas ellas, de una forma u otra, con un mismo clima de marcada estética azul, de luz tenue y fría, con planos de arquitectura vacía, de silencios donde se cuela el rumor de la ventisca; acaban hablando de lo mismo, es el sello de Zvyagintsev. Probablemente el director no nos vaya a ofrecer una perspectiva fuera de la llanura rusa, y sin embargo me cuesta creer que se vaya a quedar sin argumentos para proponernos films tan excepcionales como esto últimos citados.
En relación a esto último, y a lo que puede parecer un enclaustramiento del propio Zvyagintsev en su nación, a veces me pregunto de qué parte está el director dando tan duro y de lleno contra la armamentística de su tradición ¿si no eres pro Rusia, qué eres?, ¿un occidental encubierto? ¿Nos deja alguna alternativa esta crítica y este pensamiento binario? Para mi gusto, Zvyagintsev es uno de los directores más atrevidos que, sin tapujos, se mete de lleno con su madre patria, sin por el contrario vagar en el exilio o venderse al otro bando. No hay más bandos sino la cruda realidad, ya no hay las viejas naciones sino una necesidad de renovar y deshacernos de los viejos corsés. Creo que de esto va su filmografía. Siguiendo con este hilo, me parece también interesante traer a colación un mensaje subliminal en Sin amor (Loveless): la femineidad está directamente asociada al consumo de redes sociales, sobre todo al Instagram, al prototipo de mujer objeto y curiosamente al modelo de Apple y sus Iphone. Mientras que el padre utiliza un smartphone, es evidente el recalco de la vinculación de la madre al Iphone más que nada porque no se separa de él. Considero que Zvyagintsev en este sentido nos pone una lectura encima de la mesa respecto a ese binomio.
Otro de los puntos que más llama la atención de Sin amor (Loveless) es que en realidad no se menciona muy bien el lugar exacto donde tienen lugar los acontecimientos, se menciona Moscú donde viven, la guerra ucraniana, y de repente aparecen unos espacios que recuerdan demasiado a Chernobyl, como lo es el edificio abandonado donde solía esconderse Alyosha. Zvyagintsev juega con esta desorientación, nos pierde en los mapas de Rusia para sentirnos tan desorientados como sus personajes y a su vez aludir a otra de las debacles de la nación como fue el desastre radioactivo.
La verdad es que desconozco si Rusia tiene productos culturales más “lights” y más del tipo cómico, pero lo cierto es que sobresalen desde antaño sus tragedias. No puedo dejar de mencionar a los grandes de la cultura como Dostoievsky, Tolstoi, Pushkin y en clave cinematográfica al gran Tarkovsky. Todos manejaron magistralmente el drama, la desorientación, y los pasadizos de la tragedia y del comportamiento humano.
En relación a esto último, creo que tienen mucho que decir las grandes obras que han concursado en los festivales de cine del año pasado como The Square (Ruben Östlund, 2017), o Happy End (Michael Haneke, 2017). Mientras que Haneke propone un título muy irónico para otra de sus tragedias, The Square se instaura en el reflejo del espectador ya aburrido de profundidad y drama e instaurado en un plano mucho más cómicamente liviano. Sin amor (Loveless) encaja en este tándem (al que para mi gusto se suman otras como El sacrificio de un ciervo sagrado o madre!) donde sobre todo las películas no dejan de hablar de posiciones frente a la moralidad. También tengo que mencionar que el tema que presenta Sin amor (Loveless), esos dramas de la educación maternal están teniendo su apogeo y están muy bien representados en filmes como Mommy (Xavier Dolan, 2014) o Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin, Lynne Ramsay, 2011).
Pero ante un final que no queremos ver, ante una crisis, ante el desasosiego y la desorientación ¿qué nos queda? Zvyagintsev lo tiene claro, ponernos el chándal de nuestra selección e ir a muerte con ella en el único plano donde la ideología nos reporta algo de satisfacción. Toda nación es un viaje de ida y vuelta, de cuestionamiento y de identidad. Difícil es salir ileso de este corte de raíz, o de raíces, que ya nos venía aludiendo el director con esos planos paisajísticos.
Encuentran al niño???