Sinais en curto 2020

Un viaje mental Por Yago Paris

La memoria se podría entender como el hilo conductor involuntario que vertebra la edición de 2020 de la sección Sinais en Curto, que año tras año recoge los nuevos trabajos de artistas emergentes o consagrados del panorama creativo gallego. Seis piezas y seis cineastas que reflexionan en torno a las diferentes maneras de entender el legado cultural y/o familiar, que se adentran en el almacén de recuerdos personales para tejer reflexiones que van de lo realista a lo subconsciente, de lo individual a lo colectivo, de la percepción subjetiva al suceso histórico.

Sinais

Pons minea (Alberte Pagán, 2020)

Una de las inquietudes más evidentes de Alberte Pagán es la memoria histórica, tanto por su interés en la recuperación de sucesos de un pasado lejano como por su claro componente político de reivindicación. En Pons minea, el cineasta orensano ofrece una nueva entrega de su serie Superfícies II, y en esta ocasión recoge el caso de Portomarín, un pueblo que desapareció bajo las aguas del embalse artificial de Belesar, edificado durante el franquismo. Para reflexionar en torno a los problemas éticos asociados a una decisión como esta —el pueblo fue reconstruido en otra localización, pero la memoria asociada al entorno original se ha perdido para siempre—, el autor filma los alrededores de la localidad, lo poco que todavía queda por encima del nivel del agua, para posteriormente proyectarlos sobre diferentes superficies, estableciendo una suerte de primera barrera que comienza a fracturar el recuerdo del Portomarín original. A continuación, se pasa agua sobre dichas superficies, como metáfora del uso de dicho líquido para borrar el pueblo del mapa. A medida que avanza el metraje, las imágenes se vuelven cada vez más abstractas, hasta que al final estas desaparecen, y lo único que queda es la superficie de lo actual. Puesto que la memoria histórica es un bien tan preciado como frágil, obras como la de Pagán ayudan a mantenerla viva, aunque sea de manera precaria.

Sinais

Miña nai (Cintaadhesiva)(Area Erina, 2020)

En contraste con la memoria histórica, que en cierta manera aspira a cierta idea de objetividad, se podría colocar la memoria personal, de claro corte subjetivo y en buena manera emocional. Este es el caso de Miña nai, la obra de Area Erina. La cineasta utiliza la técnica narrativa del metraje encontrado, tomando para ello una serie de cintas que retratan reuniones familiares. Estamos ante vídeos caseros, donde la mirada de quien filma resulta determinante, y lo sentimental le gana la partida a cualquier aspiración narrativa. Erina, capaz de captar la emocionalidad de unas imágenes cuyo contexto en realidad desconoce, establece un juego audiovisual de diferentes capas. La pieza pertenece a una serie de obras que la artista realizó en colaboración con el grupo Cinta Adhesiva, formado por la poeta Silvia Penas y el músico Jesús Andrés Tejada, y combina el montaje visual con la voz de la escritora, quien recita uno de sus poemas acompañada de la música de Tejada. Al mismo tiempo, Erina juega con las texturas de la imagen, modificándolas y superponiéndolas unas con otras, o mostrando el mismo fragmento múltiples veces, a diferentes tiempos. El resultado es una composición donde la emocionalidad de unas imágenes enternecedoras parece cobrar vida a través de su combinación con los potentes estímulos auditivos.

A vella e o deserto (Lara Castro, Noa Castro, 2020)

Lo emocional es uno de los elementos de lo subconsciente, un campo habitualmente asociado al mundo de los sueños y a los traumas indescifrables. Aunque cargadas de emoción, la pieza de Noa y Lara Castro, así como las de Aldara Pagán, se asoman al abismo de lo que parece querer esquivar todo intento de simbolización. En A vella e o deserto, las gemelas cineastas ofrecen un tránsito por los parajes enrarecidos de la memoria filtrada por el onirismo. Valiéndose nuevamente del formato vertical, como ya sucedía en O ollo cobizoso (2017), las autoras exploran nuevas maneras de mirar y de encuadrar, al permitir que aparezcan en pantalla partes de la imagen que habitualmente quedan excluidas por el formato horizontal. Partiendo de la realidad más cotidiana —la familia, los amigos, el hogar—, las directoras convierten lo más pedestre en alucinante, o, quizás mejor expresado, son capaces de ver lo maravilloso que habita en aquello a lo que habitualmente no se le presta atención.

ALÍ SENTÍAME ETERNA

Alí sentíame eterna (Aldara Pagán, 2020)

Si las hermanas Castro tratan de representar la realidad desde el subconsciente, Aldara Pagán busca trasladar su subconsciente a la realidad. La creadora, quien basa su obra de manera radical en su vida personal, hasta el punto de aparecer en sus propias creaciones, y no necesariamente actuando, sino mostrándose como un elemento más de un mundo que en realidad es todo ella, ofrece dos cortometrajes donde explora aspectos como el dolor o la liberación. En Alí sentíame eterna, una Aldara en total libertad, en la plenitud de su desnudez, vaga por diferentes parajes naturales, en un intento por plasmar a qué se parece, a su juicio, la paz interior. Supone, pues, un importante contraste con Marcas, una cinta dividida en tres partes donde el tema central es el dolor emocional. Las imágenes se complementan con tres poemas escritos por la cineasta durante su tardoadolescencia, que hablan sobre amor, desamor y cerrar el duelo de la pérdida. Duro y por momentos inhóspito, en el filme la autora se desgarra frente a la pantalla, mostrando las cicatrices emocionales del hecho de vivir, pero en última instancia retratándolas como elementos indispensables para la formación de la personalidad, en el rito fructífero del proceso de madurar.

MARCAS

Marcas (Aldara Pagán, 2020)

Por último, un aspecto fundamental de la memoria es su componente de colectividad. La vida en la ciudad es, en buena medida, la experiencia de compartir el espacio con infinidad de desconocidos, a quien uno se siente unido aunque jamás haya cruzado palabra, hasta el punto de que ese Otro es en buena medida responsable de la conformación de una cultura compartida, y del desarrollo de la personalidad individual. Uno de los elementos más característicos de la vida urbana es el edificio, una construcción que en cierta manera fuerza a la convivencia de personas que no escogieron a los humanos con quienes comparten paredes. En Unidade veciñal, Tono Mejuto se centra en un edificio emblemático de La Coruña, la Unidad Vecinal nº3 del Barrio de las Flores. El cineasta se interesa por las limitaciones que ofrecen los sistemas, ya sea el urbano —como arquitecto que es— o el cinematográfico, debido al uso de diferentes soportes, formatos o medios técnicos. El autor establece un paralelismo entre las delimitaciones del espacio que ofrece todo edificio, con las limitaciones inherentes a rodar con una cámara Bolex, que le permitía grabar treinta segundos por toma. Al mismo tiempo, Mejuto utiliza el cambio de lentes como transición entre las diferentes viviendas, como una especie de ascensión piso por piso que culmina en un plano en la azotea, donde se sale del interior y se observa el exterior, el entorno en el que se encuadra el objeto de estudio de la cinta. En su conjunto, el filme se desarrolla como la relación tirante entre la repetición de la estructura y la variedad de quien habita los diferentes espacios.

VECIÑAL

Unidade veciñal (Tono Mejuto, 2020)

Ya sea histórica, emocional, subjetiva, subconsciente o colectiva, la memoria es un campo fértil para la experimentación formal en proyectos no narrativos. De manera asombrosamente involuntaria, las seis obras que conforman este año la sección Sinais en Curto ofrecen un panorama fértil para la reflexión en torno a uno de los aspectos más inasibles de la existencia humana.

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