Sonne

H Por Yago Paris

A la hora de representar a las nuevas generaciones (la millennial, y especialmente la centennial) en la pantalla, el cine teen suele acudir a una serie de recursos formales y narrativos con los que tratar de plasmar la realidad adolescente. Sin afán de dictar sentencia o marcar una visión totalizadora sobre este cine, sí me atrevería a decir que resulta habitual encontrar en este tipo de ficciones un interés por la penetración de las nuevas tecnologías (principalmente, los smartphones) y la manera en que estas modifican la comunicación, un intento por representar las inquietudes de estos jóvenes, y la voluntad de exponer sus conductas. Teniendo esto en cuenta, al analizar filmes como Bang Gang: Una historia de amor moderna (Bang Gang (une histoire d’amour moderne), Eva Husson, 2015), FOMO (FOMO: Megosztod, és uralkodsz, Attila Hartung, 2020) o Lovecut (Iliana Estañol, Johanna Lietha, 2020) se observan tendencias comunes en la representación de este tipo de personajes, que nos llevan a preguntarnos hasta qué punto se está acertando con la representación, y hasta qué punto no se están en realidad creando estereotipos y lugares comunes, que, por un lado, a duras penas aciertan a representar la realidad, y por otro, muestran una lectura moralista sobre las nuevas generaciones, incluso en casos donde se pretende, aparentemente, tender una mano o incluso defender otras maneras de encarar la existencia. La plasmación del móvil como un apéndice del cuerpo humano, una tendencia a la ideologización de los actos, y una suerte de nihilismo irreverente, donde la moral a duras penas aparece y la liberación sexual se retrata de manera sórdida, parecen ser los tics más habituales de cierto cine que se siente transgresor cuando repite patrones desde hace tiempo apolillados.

La principal virtud que se puede señalar de Sonne (Kurdwin Ayub, 2022) —programada en la Sección Oficial de la 19ª edición del Festival de Sevilla— es, por tanto, que sea un cine teen transgresor que, de hecho, consigue serlo. Esto ya se observa en el prólogo de la cinta, donde las protagonistas, que portan vestimentas musulmanas conservadoras, graban un videoclip de Losing my Religion, de R.E.M., en clave paródica. El lenguaje, los comportamientos y las actitudes de las jóvenes consiguen ofrecer algo que difícilmente aparece en este tipo de ficciones, y que consiste en un comportamiento realista, basado, precisamente, en la carencia de intenciones. Si en las ficciones teen el comportamiento suele venir determinado desde fuera, desde la mente pensante que busca crear un discurso férreo y habitualmente únivoco, aquí la transgresión llega por la capacidad de la cineasta para captar momentos de auténtica naturalidad, quizás improvisados, donde las dinámicas entre personajes fluyen con desparpajo y no se teme a caer en la carencia de sofisticación. Así, el prólogo funciona de dos maneras, siendo capaz de exponer con frescura la dinámica de las protagonistas y, al mismo tiempo, marcar con claridad la línea de reflexión del relato.

El otro aspecto que se manifiesta a raíz de dicho prólogo es el aspecto mediático de los materiales digitales que se crean con los móviles. En este caso, el vídeo es subido a internet y, para sorpresa de las responsables, se viraliza. La obra es polémica, pues muestra a las jóvenes en actitudes y posturas que se pueden interpretar como ofensivas por la moral musulmana conservadora, pero, lejos de desarrollarse una trama en este sentido, lo valioso del filme consiste en exponer que el conflicto está en el propio acto, y por tanto en sus protagonistas, no tanto en la recepción y posible escarnio público, que fácilmente hubiera sido la línea de reflexión de una película al uso de estas características. Lo que aquí se expone es una realidad tantas veces obviada por filmes que acostumbran a reducir la complejidad de la realidad para poder instrumentalizarla, como se ha observado en este mismo festival en filmes tan problemáticos ideológica y discursivamente hablando como Holy Spider (Ali Abbasi, 2022) o My Love Affair With Marriage (Signe Baumane, 2022). Kurdwin Ayub decide, como Alice Diop en Saint Omer (2022) —también perteneciente a la Sección Oficial del festival—, que lo humano está por encima de lo identitario, y que separar los diferentes aspectos que conforman la identidad está condenado a no representar la realidad. En esta ocasión, lo que sucede es que el vídeo frívolo acaba teniendo un impacto inesperado en las tres protagonistas, que a partir de entonces sufren una crisis existencial, lo que da pie a reflexionar sobre los distintos puntos de conexión entre la vida social adolescente, la religión y la cultura.

Sonne

El arco dramático más rico en matices, y quizás el más inesperado, es el de la más protagonista del trío principal: Yesmin (Melina Benli). La joven ha nacido en Austria —el país donde tiene lugar la ficción—, pero es de origen kurdo. De las tres, es la más influenciada por la cultura de sus padres, y es la única que habitualmente lleva hiyab en su día a día. Aunque participa abiertamente en el vídeo, las repercusiones del mismo provocan que se dé cuenta de que, en realidad, su religión y su cultura, tan interconectadas, le importan más de lo que ella creía. Esta es toda una declaración de intenciones, si tenemos en cuenta que, en el ambiente cultural en el que actualmente nos movemos, donde cualquier referencia a lo religioso es automáticamente interpretada como reaccionaria y castrante, y por tanto una protagonista al uso de este tipo de películas será representada como rebelde contra su cultura o como víctima sumisa ante la misma.

Otros aspectos relacionados con las posturas de las otras dos protagonistas terminan de cerrar el círculo reflexivo que se propone en Sonne. Bella (Law Wallner), de origen kurdo y yugoslavo, se sitúa entremedias de sus dos amigas, Yesmin y Nati (Maya Wopienka). Debido a su origen, Bella no puede sentirse como Nati, que es austriaca y no tiene conexión de ningún tipo con el islam y la cultura kurda, pero tampoco se siente como Yesmin, quien está más implicada que ella. De esta manera, observa a Yesmin como exageradamente sensible con el tema, pero, tras su desaparición del grupo, comienza a sentir en sus carnes la frivolidad de su compañera, pues ahora ella es la más implicada en esta cultura. Por último, varios detalles de Nati demuestran que Ayub no da puntada sin hilo. Por un lado, a pesar de que el vídeo ha sido creado sin ninguna intención reivindicativa, la joven es la primera en subirse a este carro, y en ser una especie de portavoz de dicha iniciativa, lo que deja entrever hasta qué punto ciertos discursos socioculturales actuales están llenos de impostura y en realidad vacíos. Como muestra el filme, solo la persona que en realidad no tiene nada que decir sobre la situación que aparentemente se está denunciando en el vídeo es la que habla al respecto. Para las otras dos, el tema es suficientemente cercano como para no tener claro que decir, pues ambas viven la complejidad del mismo. Por último, que Yesmin acabe demostrando ser el personaje más maduro, realista y con los pies en la tierra de los tres, sin que en ningún momento en el filme se construya el arco de opresión en torno a la hiyab —que solo se quita, precisamente, para una de las actuaciones del grupo, es decir, para el momento donde la supuesta reivindicación es en realidad impostación—, deja en evidencia la simpleza de los otros dos, principalmente Nati, la que supuestamente está más concienciada y sin embargo acaba demostrando ser la más manipulable. Yesmin es, por tanto, un personaje lleno de matices y contradicciones, tan reticente a dejarse someter por aspectos de su cultura como inherentemente identificado con otros de la misma. Al mismo tiempo, la reflexión sobre la toma de conciencia no cae en el lugar común de observar a sus compañeras como frívolas irrespetuosas ante su cultura; la evolución del personaje no avanza por ese camino, sino, precisamente, por el de la diferencia de perspectiva que provoca el haberse criado de manera distinta, y que a estas edades puede verse como un abismo insalvable. El filme, que principalmente se posiciona con Yesmin, no defiende, como tampoco ella lo hace, que haber creado el vídeo sea un error y una falta de respeto. Más bien, no existe un lugar concreto al que se quiera llegar, como así refleja ese final tan abierto con el que cuenta el filme. La idea es, más bien, la de señalar que los actos tienen implicaciones, y que muchos de ellos pueden alcanzar una complejidad humana considerable.

Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>