Sound of my Voice y The Tall Man
Por Manu Argüelles
Sitges es un festival que te obliga a practicar las dotes de espeleología. Ante la abundante programación, uno tiene que adentrarse en la oferta como si fuese un aventurero entrando en una frondosa selva. Pese a las objeciones de mis compañeros, en esta edición pueden encontrarse estimables producciones de género que están ocultas, que no tienen un lugar de privilegio y que hubiesen merecido mejor suerte y más atención de la que se le ha prestado. Esto es algo que suele ocurrir en todas las ediciones, pero hay que reconocer que este año las joyas escondidas en horarios imposibles son numerosas. Algunas de ellas ya se han reseñado: American Mary y Excision, por ejemplo. Otra a destacar es Sound of my Voice, segunda aproximación directa al mundo de las sectas por parte del cine independiente norteamericano, junto con Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin, 2011).
Sound of My Voice (EUA,2011). Director: Zal Batmanglij. Sección Oficial Fantàstic Panorama.
Si ésta última alcanzó cierta notoriedad, incluso llegó a estrenarse aquí, creemos que el filme de Zal Batmanglij merece la misma suerte. De hecho, contrastada en esta edición, puede asociarse con Compliance, como un atinado estudio del comportamiento de la sociedad norteamericana. En ambas se aborda los espejismos y el embrujo en el que cae el individuo cuando se inserta en una colectividad y acaba subyugado voluntariamente por lo que él cree que es la autoridad. Compliance lo aborda cuando ya es tácito, en una especie de psicodrama, donde nos situamos externamente como observadores privilegiados. Se trata de verlo como si estuviésemos detrás de un espejo con doble fondo.
Sound of my Voice, en cambio, mediante el comportamiento de la pareja que se adentra de incógnito en una secta para filmar un documental, sin embargo, nos interpela directamente. Mucho más atinada, especialmente en su resolución visual, y sin una conclusión un tanto tendenciosa, resulta muy intrigante, bien construida y muy bien enfocada desde ese minimalismo intimista que nos aclimata perfectamente dentro de lo que podría ser el ambiente de una secta. El proceso de inmersión resulta excelente y sabe potenciar con pocos medios la creación de una atmósfera que nos hace creer que estamos en un espacio y un lugar abstraidos, fuera de la circulación, en base al engranaje de clandestinidad en el que se mueven estas agrupaciones.
Sound of my Voice nos hace sentirnos dentro de la trama porque nos ubica y nos transfiere en la posición de la chica, que consigue resistirse y quedarse ajena a la trampa, aunque va viendo impotente como su novio acaba sucumbiendo en el hechizo. La película, por tanto, trata de comprender a esos sujetos que han quedado atrapados en esa telaraña, bien podemos ser nosotros mismos, y nos advierte, pese a lo que nos puede parecer, que no resulta nada difícil entrar en esa espiral que acaba anulando nuestro juicio.
A partir de aquí, concentra sus esfuerzos en radiografiar lo fácil que podemos acabar cayendo en esas situaciones patológicas de sumisión, cuando entra en juego la fascinación y el magnetismo que evidentemente irradia la líder de la secta, amparada en una capa de misticismo y misterio, aparte de ser una experta en explorar las debilidades y flaquezas de sus semejantes para apoderarse de ellos.
Tanto Compliance como Sound of my voice aluden a esta sensación de desamparo colectivo, a este desengaño que se ha vivido con el escándalo del quiebre financiero, cuando se ha tomado conciencia de la brutal mascarada que hemos vivido, con el beneplácito de los poderes fácticos que han sido incapaces, o no les ha interesado, a la hora de destapar los abusos de la banca con la población civil.
Sound of my Voice explora estos mecanismos de perdición, esta anulación de nuestra opción de ser seres capaces de tomar decisiones. La pérdida de nuestra autonomía y nuestro criterio como individuos despiertos y que interrogan. La obediencia absoluta y la docilidad excesiva, reflejadas a través del protagonista y su arco evolutivo, ponen nuestra atención en estos rasgos actitudinales que nos han abocado a esta situación de desestabilización que estamos viviendo.
Sound of my Voice
The Tall Man (Canadá, 2012). Director: Pascal Laugier. Sección Oficial Competición.
Ay Laugier, qué vamos a hacer contigo. Fíjate que tampoco ayuda verte en el bar del Melià con una chaqueta paramilitar. Nada, una tontería, solo es moda. ¿Como tu final? ¿O de verdad crees en ello? Lo siento, pero me parece que tu film no ha funcionado aquí en Sitges (lo siento por la distribuidora española). Porque es un contrasentido escuchar abucheos y silbidos en The Lords of Salem (Rob Zombie, 2012) y en Spring Breakers (Harmony Korine, 2012), y en la tuya, nada. Silencio absoluto. O nadie se tomó en serio tu provocación, no provoca quien quiere sino quien puede, o directamente el aficionado está ya para formar parte de la secta de Sound of my Voice. Creo más bien lo primero. Yo no te abucheé, nunca lo he hecho ni pienso hacerlo, pero me acordé de Roger Ebert cuando en una crítica suya fina y delicada decía que le habían entrado ganas de quemar la pantalla con queroseno después de ver un film que mi memoria ahora no retiene y tampoco importa. Mira, porque le tengo mucho cariño al Auditori, pero, ya ves, le entendí perfectamente. Porque tu final dan ganas para eso. Fíjate que con Martyrs (2008) ya apuntabas maneras. Tú tenías que hacer el film más bruto de todos del New French Extremitiy. Y, ojo, que lo tuyo era con discurso, con Bataille bajo el brazo. No te niego tu capacidad de crear angustia y de desasosiego. Lo reconozco. Supiste explotar muy bien la imagen shock, la violencia impacto. Pero, claro, tú tenías que distinguirte. Tú eras mejor que Aja, Alexandre Bustillo, Julien Maury y compañía. Lo tuyo era intelectual, no solo era una exploración extremadamente física del horror bajo el género. No era torture porn a la francesa, claro que no. Y has llegado donde querías llegar. ¿Tanto ruido era para eso? Me decepcionas. Ya has saltado el charco y has conseguido que hasta tu actriz Jessica Biel produzca tus delirios fascistoides. Y vuelves a demostrar con The Tall Man tu dominio de los resortes narrativos y tu potencia visual, a pesar de que aquí estás con un material bastante trillado y convencional. También es encomiable tu forma de engatusar al espectador llevándole por los vericuetos que a ti te interesan y provocando que éste no pierda la atención. Consigues apaciguarlo para que se entusiasme con los giros que tú tan bien sabes preparar y nadie te negará que manejas muy bien el desconcierto en la mirada espectatorial. Todo eso que ya nos demostraste en Martyrs, lo podemos ver bajo las pieles de un thriller mainstream. De alguna manera tenías que hacerte lucir. Y por aquí, nada que objetar. Pero dado que con The Tall Man nos puedes explayarte con el sadismo salvaje que tanto nombre dio a Martyrs, de alguna manera tenías que escandalizar. Así que nos dejas con una coda, que vamos a dejarla como un apunte fanfarrón. Porque si de verdad crees en esa asquerosa apología (respeto al lector y no lo desvelaré pero, créanme, es aborrecible), estás para que te encierren.
The Tall Man