Spencer
Un espejo deformado Por Raúl Álvarez
En recientes declaraciones 1 recogidas por IndieWire, Steven Knight, el guionista de Spencer afirmaba que no tenía sentido hacer una película sobre lo que todo el mundo sabe de Lady Di, así que él había intentado aportar una nueva visión, que comparaba con una fotografía robada por un paparazzo. Ciertamente, Diana de Galés fue una figura tan mediática y mediatizada que cualquiera que conozca mínimamente su vida sabrá de su apoyo a causas benéficas, su amistad íntima con la madre Teresa de Calcuta, su papel como rostro amable de la Corona inglesa, su pasión por la moda y su proximidad a estrellas de la música, el arte, el deporte o el cine de la época. Más difícil en cambio resulta encontrar indicios del nuevo enfoque que Knight y el director Pablo Larraín han adoptado en Spencer, filme de exquisita factura que retrata a la llamada princesa del pueblo como icono del feminismo. Se curan en salud advirtiendo al inicio que el público se dispone a ver “una fábula basada en una tragedia real”. Sin embargo, esta frase suena antes a excusa para el todo vale que sigue a continuación que a una, en otro caso, comprensible licencia poética.
Desde su primera aparición, a Diana (Kristen Stewart) se la envuelve en tonos pastel y se la retrata con primeros planos para dar vida a una hagiografía cuya, insisto, brillante puesta en escena no logra compensar una historia que avanza de cliché en cliché y de subrayado en subrayado. Spencer es una película sin matices: Diana es buena, muy buena, y el resto de los personajes son sus malvados carceleros. Se salvan sus hijos, por supuesto, y una asistenta lesbiana (Sally Hawkins) que cumple cuota en la agenda de la película. Según las distintas biografías publicadas desde su muerte, en concreto las de Andrew Morton, Georgia Ziadie y Lady Colin Campbell, parece evidente que Lady Di sufrió no solo las constantes infidelidades de su marido, el príncipe Carlos, sino que además fue objeto de la ira de la reina Isabel II, que la veía poco menos que como una plebeya. Son motivos que explicarían un acercamiento sin concesiones al carácter monolítico de la familia real inglesa y sus tradiciones, y algo se apunta en este sentido en el magnífico arranque del filme. Pero la película se desvía pronto de este camino para componer en su lugar una oda atemporal a la rebeldía y la resistencia de la mujer.
Es una opción legítima, por supuesto, aunque chirría ver a Lady Di comportándose y hablando como una mujer de la common people en la que en sus peores momentos parece una variación televisiva del clásico motivo ‘los ricos también lloran’. No porque no pudiera haberlo hecho, sino porque el guion le niega tramposamente la nobleza y los privilegios de su cuna. El más importante: la libertad de hacer lo que quisiera. Huele a oportunismo vender el sufrimiento de Diana en los mismos términos en que podría representarse el dolor de otras mujeres que jamás tuvieron alternativa. Ahí se le ven las costuras a un Knight acostumbrado en demasía en los últimos tiempos a serializar tramas y personajes para televisión mezclando de manera inverosímil características de diversas clases sociales; véanse si no Taboo (2017) y Peaky Blinders (2013-2022). También a un Larraín que no ha vuelto a encontrar el tono después de Jackie (2016), película que sí acertaba a decantar una nueva visión de un personaje histórico a partir de un momento de crisis, el asesinato de JFK; incluso a otorgarle la lectura feminista que siempre molestó al clan de los Kennedy. Ni Ema (2019) ni La historia de Lisey (Lisey’s Story) ni ahora Spencer se acercan a ese hito de sentido y sensibilidad que sabía conectar deseos del pasado con derechos del presente.
Lo que se intenta aquí en ese sentido a través de las apariciones fantasmales de Ana Bolena (Amy Samson) roza el ridículo. Un mínimo de rigor histórico o de sentido común habría desaconsejado tender puentes entre la primera esposa decapitada de Enrique VIII y la mujer de un heredero a la Corona real inglesa en el siglo XX. ¿Qué tendrá que ver la posición de una reina en una época absolutista con la de una princesa en una monarquía parlamentaria? Otro patinazo memorable es la revisión en clave onírica de la infancia de Diana, relatada como un cuento de hadas que contrasta con el infierno sobre la tierra que desatan los Windsor cada vez que aparecen en pantalla. No hay grises en ese lienzo, a la manera de los que sí coloreaban la compleja y sutil The Queen (La reina) (The Queen, Stephen Frears, 2006). En Spencer no caben contra-relatos ni contra-narrativas a un punto de vista esencialmente santificador, indistinguible de las crónicas que alimentó durante décadas la prensa rosa.
Los aciertos proceden todos del aparato técnico y artístico que adorna la narración, quizá para distraer al público de un concepto tan dudoso como el que manejan Knight y Larraín. La partitura de Jonny Greenwood habla más alto y mejor que cualquier diálogo –es probable que las de Timothy Spall y Sean Harris sean las peores líneas de la película– y la fotografía de Claire Mathon, cómplice de Céline Sciamma en sus últimos trabajos, logra una atmósfera espectral que acerca espacios y personajes al territorio de lo fantástico. En definitiva, la Spencer plástica se ve y se oye con agrado, como una exposición de fotografía de moda en la Tate Gallery. Es una experiencia audiovisual por momentos absorbente y deliciosa, pero sirve a un invent –Lady Di, icono feminista–que fía su credibilidad al marco fabulador en que se representa. La magia, la poquita que hay, se disipa cuando en el tercio final Larraín juega con el montaje a ser Malick y, aún peor, tiene la ocurrencia de acompañar el viaje liberador de Diana con el All I Need is a Miracle de Mike and the Mechanics. Tremendo.
- THOMPSON, Anne (2021): Oscar Contender Steven Knight Reveals the Truth and Fiction Behind ‘Spencer,’ the Ultimate Nightmare Before Christmas en IndieWire (https://www.indiewire.com/2021/11/oscar-contender-steven-knight-truth-fiction-spencer-1234678887/) ↩