Spider-Man: No Way Home

Hacer lo correcto a toda costa Por Yago Paris

En las innumerables conversaciones privadas que he mantenido a lo largo de estos años con Ignacio Pablo Rico en torno a la idea de lo superheroico en el cine, de manera recurrente acabamos diseccionando la problemática forma con que Marvel Studios lo afronta. Mi compañero crítico argumenta que en las ficciones cinematográficas de esta compañía los superhéroes son algo así como personas normales y corrientes, que se comportan como si el hecho de tener habilidades extraordinarias no les supusiera dilemas morales, no afectara a su perspectiva sobre la existencia ni condicionara sus vidas o sus decisiones. En pocas palabras, Rico ve a los superhéroes del Universo Cinematográfico de Marvel (UCM), simplemente, como personas de a pie, que resulta que tienen los trabajos más cool del mundo. Sus lúcidas reflexiones suelen confluir en Vengadores: Infinity War (Avengers: Infinity War, Anthony Russo, Joe Russo, 2018), la cúspide de una manera infantilizada de entender lo superheroico. En ella, argumenta Ignacio, los buenos no pierden por ser inferiores al gran villano, Thanos (Josh Brolin), sino por ser incapaces de renunciar a sus intereses personales, que anteponen a los comunitarios. En otras palabras, los superhéroes de Marvel fracasan porque, en realidad, no se comportan como tales. Thanos, en cambio, a su manera problemática y despiadada, se convierte en el verdadero héroe de la función, al ser capaz de sacrificarlo todo —como señala explícitamente en una de las escenas más recordadas del filme— por el bien de su causa, que, más allá de cuestiones morales, busca salvar el universo, y no el beneficio individual.

Thanos en Vengadores: Infinity War

A pesar de lo sucedido en dicho filme, posteriores entregas como Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos (Shang-Chi and the Legend of the Ten Rings, Destin Cretton, 2021) seguían ofreciendo momentos clave del relato donde los protagonistas se mostraban incapaces de sacrificar el lado personal. Por tanto, el visionado del trailer de Spider-Man: No Way Home (Jon Watts, 2021) me hacía temer lo peor en este sentido, pues la exposición de la trama que se ofrecía en este pequeño fragmento de vídeo mostraba una versión exagerada de esta aproximación narrativa. En él, un Peter Parker (Tom Holland) que ha perdido su anonimato como superhéroe debe confrontar las consecuencias de ir al instituto cuando todo el planeta sabe que es en realidad Spider-Man. Como consecuencia, acude nada menos que a Stephen Strange/Doctor Strange (Benedict Cumberbatch), quizás uno de los superhéroes más poderosos, y por tanto uno de los más despegados de cuestiones meramente sociales, para que le resuelva la situación, en un acto que luce como caprichoso e infantil. La facilidad con que Strange se presta a crear un hechizo que le lave el cerebro a toda la humanidad resulta tremendamente ridículo, y redunda en la idea expuesta anteriormente: los superhéroes de Marvel parecen incapaces de lidiar con el hecho de que ser un superhéroe implica, ante todo, estar dispuesto a sacrificarse por la causa. Que la premisa provoque un desbarajuste en el multiverso, que lo pone patas arriba, como se intuye en los fragmentos de acción, y que la película se tome en serio dicha propuesta, se podría calificar directamente de aberrante, una nueva decisión desnortada de una fase 4 de Marvel una vez más decepcionante.

Sin embargo, estas conclusiones se extraen del trailer inicial, que parece haber sido diseñado para crear pistas falsas y conducirnos a reflexiones que finalmente no tendrán cabida en el filme. Afortunadamente, esta pilla maniobra comercial permite que Spider-Man: No Way Home sea, en realidad, otra película bien distinta, y, en última instancia, una de las más ambiciosas del estudio —teniendo en cuenta lo pacatas que suelen ser sus propuestas—, así como una de las que con mayor inteligencia reflexiona en torno a la idea de lo superheroico. El tercer filme de Jon Watts al frente del personaje arácnido se puede entender como la culminación de una trilogía de robusta coherencia interna, donde se explora una de las ideas centrales del personaje, que consiste en la (in)capacidad para vivir una doble vida. Si Spider-Man: Homecoming (Jon Watts, 2017) consiste en los intentos del personaje por vivir como Spider-Man, y la manera en que factores asociados a la identidad Peter Parker se interponen en su camino, Spider-Man: Far from Home (Jon Watts, 2019) se podría entender como el caso opuesto, es decir, como los intentos del protagonista por ser Peter Parker, mientras factores relacionados a la identidad Spider-Man le sabotean el plan repetidas veces. Se trata de las dos caras de una misma moneda, la de la complicada conciliación de una doble vida, especialmente cuando no se está dispuesto a realizar sacrificios. En este sentido, la tercera entrega de la trilogía se podría leer como la confrontación final e ineludible de dicha circunstancia, con la intención de que el personaje pase de ser un adolescente egoísta a un joven adulto que, tras haber madurado, comprenda lo que implica ser un superhéroe, y la manera en que debe comprometerse con este modo de vida.

Spider-Man: No Way Home

Como se ha explicado, el filme comienza con un Peter Parker que, lejos de asumir los sacrificios personales asociados a convertirse en un superhéroe, pone el mundo patas arriba al ser caprichoso hasta límites aberrantes. No solo convence a Strange para que lleve a cabo un hechizo que consiga que toda la humanidad olvide que Spider-Man es Peter Parker, sino que, durante el desarrollo del encantamiento, interrumpe constantemente al hechicero, pidiéndole excepciones. Es decir, es incapaz de sacrificar sus momentos personales vividos con su pareja, su tía y sus amigos, a pesar de que lo que se está realizando —asegurar su anonimato— ya es, de por sí, lo contrario a un sacrifio. Como consecuencia, el hechizo sale mal, y los diferentes universos paralelos empiezan a entremezclarse, dando lugar a problemáticas situaciones que tendrá que solventar, como es la llegada de villanos de los Spider-Man de otras dimensiones. En otras palabras, su incapacidad para ser un verdadero superhéroe, para afrontar la responsabilidad y el sacrificio que ello conlleva, coloca su realidad al borde del abismo, y tendrá que trabajar desesperadamente por solucionar el desaguisado.

Spider-Man: No Way Home

No obstante, la película no expone estas problemáticas de manera inconsciente o irrelevante, como un rasgo inherente a todo superhéroe; al contrario, el tema se convierte en el centro del relato. No solo estamos ante un arco transformador de Peter Parker, que había comenzado en la primera entrega y se ha ido desarrollando hasta desembocar en el final de esta tercera parte, sino que, en paralelo, se exploran aspectos complementarios sobre la idea de lo superheroico. Así, la presencia de personajes de otras dimensiones —concretamente, protaganistas y villanos de las otras dos encarnaciones cinematográficas del superhéroe llevadas a cabo en el siglo XXI— no funciona (o no solo) como mecanismo con el que crear un producto de rancio fan service acrítico, sino, más bien al contrario, permite establecer sugerentes reflexiones en torno a qué hace que un superhéroe lo sea, y de qué manera las circunstancias moldean su personalidad y sus decisiones. Esto último se explora con especial repercusión en el caso de los villanos, ofreciéndose un conflicto moral de gran calado: ¿tiene sentido que un villano siga haciendo el mal cuando ya no se encuentra en el universo que lo formó como tal? Desde el otro lado de la conyuntura: ¿debe ajusticiarse a un villano que no ha cometido crímenes en el universo al que el protagonista pertenece? ¿Se merece la oportunidad de cura y reinserción? La mirada perdida, confusa, de Doctor Octopus (Alfred Molina) ante su nueva realidad, y la manera en que esta pone en cuestión sus decisiones pasadas y le hace dudar sobre las que debería tomar en el futuro inmediato, son el mejor ejemplo para comprender la profundidad de lo que se propone en el filme.

Spider-Man: No Way Home

El aspecto más comentado sobre esta mal entendida nostalgia barata es la reunión de las tres versiones de Spider-Man, encarnadas por Tobey Maguire, Andrew Garfield y el citado Tom Holland. Esta reunión permite una exploración profunda de las narrativas centrales del personaje, de tal manera que las variaciones, en vez de contradecirse entre sí, refuerzan el hecho de que, aun procediendo de realidades distintas, existe algo central en ellos que los lleva a ser quienes son. Temas como el poder asociado a la responsabilidad moral; la voluntad de llevar una poco sostenible doble vida, y la manera en que una puede sabotear a la otra; o el énfasis en la identidad secreta —un aspecto que apenas se explora en el cine de superhéroes post-2008—1 son los mimbres del relato del arquetipo Peter Parker, que se complementa, entre lo cómico, lo cómplice y la tremenda empatía que se desarrolla entre los tres personajes —la química de los actores es formidable—, con las pequeñas diferencias, que ayudan a complejizar lo que implica ser Peter Parker. En última instancia, la película refleja la realidad de lo que sucede en el mundo del cómic, donde, a pesar de que el personaje cuenta con más de sesenta años de historia, el mito fundacional de Stan Lee y Steve Ditko se mantiene prácticamente inamovible, más allá de las modificaciones de las posteriores interpretaciones por parte de otros creadores, que expanden el significado de la idea de Peter Parker/Spider-Man.

Todo confluye en la confrontación final de las consecuencias por las decisiones tomadas. Si hasta entonces Peter Parker había vivido en un precario equilibrio, incapaz de renunciar a nada, el desarrollo y conclusión del relato de Spider-Man: No Way Home lo fuerza a, de una vez y para siempre, tomar consciencia de su posición en el mundo y de la necesidad de que se comprometa de manera innegociable con su figura pública. Ser un superhéroe no implica renunciar a la vida privada, pero sí estar dispuesto a sacrificar lo que haga falta por un bien mayor. La vida personal debe situarse en un segundo plano, y el destino así se lo demuestra al protagonista: de haber aceptado las consecuencias iniciales del primer hechizo de Strange, solo habría perdido los recuerdos compartidos con su círculo cercano en relación al hecho de que él es Spider-Man. Haber querido ser demasiado ambicioso y no haberse conformado con esto lo lleva a tener que lidiar con el cruce de dimensiones, y la salvación final de la estabilidad del multiverso por parte de Doctor Strange, lo que provoca, en última instancia, que Peter Parker lo pierda prácticamente todo. Finalmente, Stephen debe aplicar un segundo hechizo, que en este caso no implica que la humanidad olvide que Peter Parker es Spider-Man, sino que la humanidad olvide a Peter Parker. El sacrificio es, por tanto, considerablemente superior, pero, aunque tremendamente doloroso, coloca al protagonista en una situación donde, por fin, aprende a renunciar y a aceptar el destino, en un proceso de maduración psicológico-emocional que lo convierte en una versión superior de Spider-Man.

Spider-Man: No Way Home

Spider-Man: No Way Home es, por tanto, un filme que logra ser tremendamente ambicioso sin perder por el camino su esencia de producto menor que siempre ha sido esta trilogía del hombre-araña. Más que una obra de acción trepidante y altas dosis de CGI, la obra es, en realidad, una película de relato subtextual que se sostiene principalmente en torno a las interacciones entre actores y a la gran química que se crea entre ellos —en realidad no cuenta con tantas escenas de acción, ni tan espectaculares ni largas, como los grandes proyectos de Marvel—. Jon Watts vuelve a demostrar su gran capacidad para la dirección de sus intérpretes, así como un solvente dominio del tono de este Spider-Man. El gran hallazgo de esta tercera entrega es, sin embargo, la exploración de lo superheroico. Si en la primera Peter tenía a Tony Stark/Iron Man (Robert Downey Jr.) como referente al que emular, y en la segunda su muerte y la asunción de que debía ser su sustituto se convertía en una losa demasiado pesada, en esta tercera se produce una evolución que lleva al protagonista a acercarse, de manera consciente o no, a otras formas de lo superheroico. La manera de encarar la vida de Peter tiene bastante más que ver con ese egocentrismo que transpiraba Tony, que en su caso escalaba a cotas de megalomanía cool, que con la visión humilde y altruista de la otra vertiente del UCM, la que representa Steve Rogers/Capitán América (Chris Evans). Sin embargo, la evolución que tiene lugar en Spider-Man: No Way Home lleva a a su protagonista a comportarse más como el portador del escudo que como el de la armadura mecanizada.

Spider-Man: No Way Home

Batalla final entre Steve Rogers y Bucky Barnes en Capitán América: El Soldado de Invierno

Su insistencia en guiarse por lo moral y lo humanista —con la tía May, por fin, adquiriendo un papel relevante, sirviendo de faro de la ética, como lo había sido el tío Ben en las anteriores versiones cinematográficas y, en general, en el material original de los cómics— provoca un acercamiento progresivo a los valores y actitudes de Rogers, que culmina en el paralelismo que se da entre este filme y Capitán América: El Soldado de Invierno (Captain America: The Winter Soldier, Anthony Russo, Joe Russo, 2014). Si en aquella se mostraba a un Steve capaz de rebelarse contra cualquier poder con tal de salvar a un amigo, en cuya recuperación y curación creía, sin importar el número de golpes que tuviera que recibir, o el número de recaídas que su compañero fuera a sufrir, en la útima entrega del hombre-araña se muestra a un Peter que es capaz de encerrar al mismísimo Doctor Strange en la Dimensión Espejo con tal de evitar la muerte de los villanos de los otros universos. Esta transformación es amenazada por el Duende Verde (Willem Dafoe), cuando este mata a tía May y Peter se debate entre seguir haciendo lo correcto y salvar a este villano, a pesar de todo —seguir las enseñanzas de su tía, quien le insta a que continúe por este camino incluso tras haber sido herida de muerte—, y moverse por el impulso vengativo y matarlo. La conversión del superhéroe se pone patas arriba con un personaje caótico e imprevisible, que recuerda al Joker y su manera de sacar la peor cara de Batman.

Esta circunstancia se refleja en la batalla final, que tiene lugar en la Estatua de la Libertad de Nueva York, donde se está instalando un inmenso escudo del Capitán América. De manera metafórica, el escudo cae durante el enfrentamiento y queda, por decirlo de alguna manera, boca abajo. Es en esta superficie donde Peter está a punto de matar al Duende Verde, pero es otro Peter, el de la versión de Tobey Maguire, quien lo frena. Esta versión del personaje ya le había expresado que no encontraría paz en la venganza, puesto que él mismo ha seguido ese camino y ha podido experimentarlo en sus propias carnes. Este Peter hace lo correcto, y también está a punto de morir, de nuevo a manos del Duende Verde. Este nuevo sacrificio por parte de su homólogo lleva al Peter de Tom Holland a entender cuál es la mejor versión de Spider-Man, por lo que recupera su voluntad de seguir los pasos de Steve y continuar luchando por ser siempre impecable, un profesional de lo superheroico. Al igual que en la película de 2014, el protagonista acaba obteniendo los frutos de guiarse por este camino, no sin importantes sacrificios. Entre el reseteo de la saga y la evolución hacia otras perspectivas sobre el personaje —el Peter Parker pobre, adulto, solo y con infinita mala suerte, que salva la ciudad mientras sufre los reveses de la vida cotidiana—, Spider-Man: No Way Home llega a su fin cerrando el círculo de un arco narrativo forjado en tres entregas; un arco narrativo que, desde la humildad inherente a estas tres producciones, se acaba convirtiendo en uno de los más valiosos hallazgos del UCM.

  1. Esta afirmación la extraigo del detallado análisis que Terence McSweeney ofrece en su libro The Contemporary Superhero Film: Projections of Power and Identity (Columbia Univeersity Press, eBook, 2020).
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