Spring Breakers
Go, Korine, Go Por Manu Argüelles
Si empezamos hablando de la recepción de la comunidad cinéfila española al film, advertiremos que se ha encontrado profundamente dividida. Pero eso no es negativo, al contrario, ya que estamos ante un film que moviliza y que provoca reacciones. Lo pude comprobar en el pase sorpresa de la pasada edición de Sitges donde la vi. Unas filas más atrás de donde yo estaba situado la estaban silbando y abucheando mientras yo paralelamente estaba hipnotizado como si estuviese en un viaje lisérgico. Se habla de hype, se la identifica como la película de moda del momento y eso provoca las mismas reacciones habituales que me hacen preguntar hasta qué punto podemos hablar de una nueva cinefilia si me da la sensación de estar viviendo lo de siempre. De esta manera, aunque parezca signo de otros tiempos todavía sigue existiendo una preocupación por figurar al precio que sea. El criterio de gusto aristocrático sigue imperando con la misma violencia, por mucho que la alta y la baja cultura se hayan diluido completamente y éstas se hayan absorbido en la legitimación de la cultura de masas.
Así, si te posicionas a favor de Spring Breakers automáticamente quedas bajo sospecha. Según parece, careces de criterio y te has dejado llevar por la corriente de opinión mayoritaria. Sí, ya ven, seguimos obsesionados por distinguirnos ondeando la bandera de la autenticidad. Yo soy auténtico y tú no dado que te apuntas al hype. Es una simplificación para no extenderme en este punto y dejar paso al film en sí. Pero lo que sí me parece más execrable, al margen de la pervivencia de esa pose de mirar por encima del hombro, es que la descalificación hacia el film se extienda al crítico y espectador que sí la valore. Me da igual que se haga en broma, medio en serio o se manifieste para polemizar. Es algo que no puedo compartir bajo ningún concepto. Creo que la actividad crítica debe regirse bajo otros principios, alejados tanto del snobismo como de la descalificación gratuita.
¿Cuál es la significación de Spring Breakers para haber provocado estas reacciones? Aunque no puede considerarse que Korine haya resurgido de sus cenizas estrictamente hablando como sí puede afirmarse de Leos Carax, lo cierto es que nunca se había colocado tan en el ojo del huracán como lo hace en esta ocasión. La adolescencia reflejada en Spring Breakers, no alude a los canis poligoneros de baja extracción social como algún miope asevera. Eso es clasismo del que lo afirma. Recordemos que son chicas universitarias, una secuencia del inicio lo certifica, y aunque no está explícitamente señalado, las señas aluden a una clase media, especialmente visible en el personaje de Faith (Selena Gomez) y su participación en una congregación religiosa. Deténganse en la indumentaria cuando practican sus rezos grupales.
Si echamos la vista atrás y revisamos sus guiones de Kids (Larry Clark, 1995) y Ken Park (Larry Clark, 2002) como sus propios films dirigidos -por ejemplo, Gummo (1997)-, detectaremos fácilmente cómo Korine situaba el ojo de la cámara en la periferia, escarbando en la white trash, desde el posicionamiento del francotirador que saca a la luz el excedente social en términos capitalistas y productivos; la putrefacción de los márgenes para evidenciar los mecanismos perniciosos de un sistema injusto, desigual y totalmente cancerígeno. Al fijar su foco en las nuevas generaciones, en aquellas que deberían ostentar el porvenir, el diagnóstico resultaba siempre desolador y desesperanzador, dado su descarnado tratamiento visceral, su grafismo rutilante de la amoralidad más desestabilizadora y su apología del mal gusto en un tratamiento tosco, abrupto y claramente feísta. No obstante, se podía apreciar una diferencia de sus guiones puestos en imágenes bajo la dirección de Larry Clark de los que él mismo dirigía. Si el antiguo fotógrafo tendía hacia el efectismo, recreándose en la explicitud de lo visual y preñando a sus films de un moralismo tremendista, Korine cuando asume la dirección ejerce más una postura de documentalista observacional, que prefiere agazapar a toda costa cualquier juicio moral, bastante visible en el caso de Clark.
Dicen que debe existir una cierta fascinación secreta por aquello que registras, aunque te resulte aborrecible o lo estés ejecutando desde una postura de denuncia. Eso es algo especialmente notorio en Spring Breakers, cífrese el personaje de Alien con un tremebundo James Franco sin ir más lejos, donde pone toda la carne en el asador en términos ideológicos y explicita con una cargada ambigüedad una mirada que siempre se había resguardado desde el parapeto de la tabula rasa o grado cero. El cambio viene motivado porque aquí -y ahí tocamos lo espinoso y lo que provoca reacción- Korine juega claramente a la provocación mediante una interacción más explícita con el espectador. Por decirlo de otra manera, el estatismo de su tradicional lente distante aquí es una óptica participativa y dinámica, sumamente envolvente y engatusadora, ya que juega siempre a desencajar y a seducir al mismo tiempo, en una doble operación que se ejecuta simultáneamente y que puede provocar tanto confusión como rechazo. El espectador está siempre retado a resignificar continuamente la sucesión de imágenes, mediante un habilidosa y virtuosa edición, muy basada en el montaje de las atracciones que postulaba Eisenstein, mediante una dialéctica de contrarios que busca el impacto y sustenta una progresión narrativa basada en el contrapunteo y el contraste asincrónico de la imagen con el sonido.
Los pensamientos y reflexiones de las chicas se van repitiendo en forma de samplers, pero la inserción de ellos se ejecuta desde la ironía y el humor negro, especialmente notorio en la coda final. El film juega a una estructura de la repetición continua bajo un patrón hipnótico, configurando una atmósfera que trata de martillear la conciencia del espectador. De esta manera se compone, nunca mejor dicho, como si fuese una melodía tecno, con su exceso del sampleo tanto visual como sonoro creando una horma rítmica no lineal formada a base de loops, ralentizaciones y asociaciones que buscan la reverberación. Esta composición labra un estado narcótico y de ensoñación alucinatoria, porque el film se enclava en nuestro presente más inmediato al sustentarse bajo el postulado de la música electrónica.
Pocos films rigen su médula por el componente sonoro como lo hace Spring Breakers. Ya sea el dubstep para todos los públicos de Skrillex como, sobre todo, el ambient de Cliff Martínez son los que marcan el tratado formal y el tono del film. De hecho, Drive construía sus parámetros bajo un similar prisma, ya que contaba con el mismo compositor. Pero si tenemos que ser rigurosos, tanto Drive como Spring Breakers le deben muchísimo a las pautas fantasmáticas que ha fijado Michael Mann para retratar la nocturnidad urbana bajo el neón digital. Antes de que el juego de citas devenga en discurso obsesivo y reiterativo, asumamos una cosa rápida. Lo original y lo nuevo no existe. Ya, punto, lo asumimos y cambiamos de una santa vez nuestro sistema caduco de valoración, que el posmodernismo ya se está haciendo viejo.
Así pues, Korine utiliza los recursos rompedores de los nuevos cines de los años sesenta cuando trataban de empaparse de la cultura pop -Godard a la cabeza con su nihilismo de Pierrot el loco (Pierrot le Fou, 1965)–, pero los actualiza adhiriéndose a la arquitectura de la música electrónica y la configuración visual del neón y el metal nocturno, el kitsch de los videoclips melosos de Britney Spears y compañía, y la onda psicodélica post industrial de la rave. Además desde un tratamiento totalizador y coherente. Porque la luz y la fotografía sigue el mismo modelo ya sea para retratar el ambiente religioso, con las vidrieras de la iglesia, como las clases universitarias con la multiplicidad de luces artificiales de los portátiles, o los ambientes gangsta en su hipertrofia del fuckin’ american dream como repite Alien, muy fraguado por el imaginario construido alrededor del cine (de ahí la cita a Scarface). Ese régimen integrador que aúna ambientes tan dispares también indica el sutil discurso crítico que va haciéndose patente mediante la ironía externa del observador y la adhesión del participante en los sueños de sus protagonistas. Para ellas destina el esquematismo del cuento pero rige la moraleja de esa fórmula narrativa mediante el sistema de valores de esa adolescencia que suplanta el artificio por lo real (“imagina que estás en un videojuego” como sugestión de la acción criminal), el hedonismo basado en el desenfreno de sexo, drogas y fiesta, y una extraña inocencia que cree todavía en lugares idealizados como si la playa californiana fuese un viaje a Oz. Es más, incluso la derivación al entorno gansteril y la caricatura grotesca del ambiente del hip hop, podrían leerse como si fuesen una lectura perversa que da la vuelta al cuento de los 3 cerditos, 4 en este caso, donde el lobo Alien pasa a ser de agente mefistofélico -algo que todavía funciona en el caso de Faith, para una Selena Gomez que preserva su imagen pública más que el resto de sus compañeras-, a proveedor sumiso y garante de las pulsiones de violencia, lujo y exceso. Las pistolas de juguete con las que fantasean al principio no tardarán en ser armas reales, pero el sustrato mental de las chicas, especialmente de las descaradamente más bitches de todas, en realidad no sufre modificación alguna en su itinerario vital. Alien les permite hacer realidad algo que ya estaba inherente en ellas. Así que la experiencia idealista, esa que tanto verbalizan a sus allegados, sí que se cumple pero no desde la escala previsible. Y ahí es donde Korine juega con el discurso satírico.
De esta manera, Spring Breakers no solo ofrece una lectura ácida de la generación MTV más reciente, la de los reality-shows y sus peliagudos valores y menos la de los videoclips, sino que certifica algo muy interesante que comenta Eloy Fernández Porta 1 y que el cine todavía no había captado con la fuerza y radicalidad que acomete Korine. Fernández Porta nos comenta que:
la sustitución de la música pop por la electrónica implica una transformación que abarca la redefinición del autor, los espacios sociales y artísticos privilegiados y la reconsideración del público mismo desde el sujeto hasta la tribu urbana.
Así pues, frente a un panorama donde la autoría se encierra en un ensimismamiento regresivo, donde se busca preservar el sueño del cine y se añoran las esencias de antaño como refugio espiritual, Korine, con una calculada estrategia de radicalidad y polémica, siempre desde la estudiada planificación comercial, afronta el cine como una experiencia sensorial y enclava su film en nuestra contemporaneidad más absoluta, tomando el pulso al ambiente urbano de nuestra adolescencia a través de la música electrónica como el signo de nuestra era afterpop, post-pop o como demonios queramos llamarle. Y yo a eso digo: Spring Breakers bitches!!!!!
- Fernández Porta, Eloy (2010): Afterpop. La literatura de la implosión mediática. Anagrama, Barcelona, pág. 34. ↩
mucho analisi … innecesario para esta pelicula
Al contrario, el análisis nunca sobra. Como queda patente, no comparto tu opinión.
Totalmente de acuerdo en cuanto a lo de la «aristocracia cinematográfica»: los rancios críticos han huído escandalizados ante las letras de neón del póster, la pistola de James Francpo y las chicas en bikini. Un puritanismo que impide disfrutar de una obra fascinante.
Me permito invitar a leer mi análisis de Spring Breakers en un blog que anda sus primeros pasos: laretinadecine.blogspot.com. Enhorabuena por Cine Divergente: una crítica de cine de calidad es posible
Lorenzo, muchas gracias por tus palabras. No te creas, no sólo los críticos «rancios», como tú los llamas, se han opuesto frontalmente. Pero sobre ello, nada que objetar, cuando se argumenta, se reflexiona y se fundamenta en un ejercicio responsable. Es más, es muy interesante que exista un debate y que se produzca un intercambio de ideas.
Por otra parte, leeremos encantados tu punto de vista. Como te decía, lo enriquecedor es que exista la posibilidad de compartir diferentes puntos de vista y que se genere un diálogo de experiencias y razonamientos.
Un abrazo