Starry Eyes

Resplandeciente luz negra Por Diego Salgado

“Si nunca te has topado con el demonio es porque caminas en su misma dirección”Andrew Wommack

En los momentos más abisales de la recesión económica iniciada en 2008, antes de que el cine de terror norteamericano materializado con presupuestos humildes claudicara ante los imperativos de las grandes plataformas de visionados online y las agendas ideológicas, el mumblegore y vertientes anexas del género acertaron a dibujar sin medias tintas los perfiles cruentos del mundo nuevo que se abría a nuestros pies. Entre todo aquel cine, que ha aprendido a componer sus rasgos hasta derivar en títulos como Déjame salir (Get Out, Jordan Peele, 2017), se distingue un ciclo involuntario de películas protagonizadas por mujeres que tiene como referentes canónicos Repulsión (Repulsion, Roman Polanski, 1965) y La posesión (Possession, Andrzej Zulawski, 1981).

 Mujeres presas de una inestabilidad a niveles diversos que las engullía, trituraba y expelía. El proceso, el rito de pesadumbre y sufrimiento en que se veían envueltas, provocaba en ellas una emancipación lunar. Nada que ver con las proclamas pueriles de red social y revista de tendencias. Una vez hechos a un lado los velos de la sumisión a los cuentos de hadas, los personajes de estos filmes asimilaban la otredad absoluta de cuanto nos rodea; discernían que la combinación de nuestra naturaleza animal y nuestro intelecto humano es “la fuente del incurable desasosiego de la especie ante la consciencia de lo inevitable y quizás hasta lo lógico de su extinción, en el seno de una naturaleza indiferente a ello por completo“ (Thomas Ligotti) 1.

Starry Eyes

Una tesitura que hace obligada la presencia del Mal; patrimonio, dada su clarividencia extrema, del primer ángel caído, Lucifer. El portador de la luz, la estrella de la mañana. Frente a la esterilidad de lo instituido como Bien para sofocar el horror a la nada, el Mal nos brinda la posibilidad de despertar nuestros instintos de crueldad y supervivencia, intérpretes supremos del auténtico sentido del mundo. La sangre, en especial la propia, tiene un sabor embriagador: el de la lucidez. Tenían ocasión de comprobarlo en Absentia (Mike Flanagan, 2011) dos hermanas, Tricia (Courtney Bell) y Callie (Catherine Parker), residentes en un suburbio de Los Ángeles que descubrían nido de un horror cósmico, insondable. En Entrance (Patrick Horvath & Dallas Richard Hallam, 2012), título influido por la obra de los hermanos Dardenne, Suzy (Suziey Block), una camarera también afincada en Los Ángeles, caía en un estado progresivo de alienación paranoide ante el que solo se mostraba compasivo un asesino en serie.

Compliance (Craig Zobel, 2012) recreaba hechos reales, las sevicias infligidas a una empleada —en el filme, Becky (Dreama Walker)— por los gerentes de un local de comida rápida, que seguían los dictados de un demiurgo telefónico representante en apariencia de la autoridad. La producción canadiense Thanatomorphose (Éric Falardeau, 2012) y la estadounidense Contracted (Eric England, 2013) compartían argumento, un retrato minucioso de la descomposición corporal de sus protagonistas respectivas, metáfora de su inadaptación a las disfuncionales rutinas sexuales y afectivas vigentes. Y, en The Blackcoat’s Daughter (Osgood Perkins, 2015), el único interlocutor emocional a disposición de una chica interna en un colegio católico resultaba ser el demonio.

Starry Eyes 2014

Starry Eyes, segunda colaboración en tanto guionistas y directores de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer tras la intriga dramática Absence (2009), tiene puntos varios en común con los filmes descritos. Se desarrolla en las barriadas menos atractivas de Los Ángeles. También opta por el body horror, el terror inspirado por la corrupción o las mutaciones del cuerpo humano, aunque en este caso dichos procesos ostentan un carácter menos destructivo que transformador. Y el personaje principal es otra mujer empleada en un restaurante, Sarah Walker (Alex Essoe), cuyo sueño pasa por hacerse un hueco en la Meca del Cine como actriz, o, seamos más precisos, icono cinematográfico de brillo equiparable al de las estrellas del Hollywood clásico.

Sarah recurre a autolesionarse para liberar el estrés que le provocan los castings fallidos y sus condiciones laborales, y no se siente demasiado afín a la comunidad de aspirantes a la interpretación con que trata habitualmente. Su estado de ánimo es crítico. Algo parece cambiar cuando un conocido estudio, Astraeus Pictures, muestra interés en que la joven encarne el papel principal de su nueva producción, The Silver Scream. Sin embargo, a medida que se suceden las lecturas de diálogo y las reuniones con los directivos del estudio, Sarah comprende que su salto potencial al estrellato no tendrá que ver con sus dotes como actriz, sino con la tentación de vender su alma al diablo, El Productor (Louis Dezseran). “La auténtica fuerza de voluntad solo puede revelar su esencia tras una metamorfosis mediante la que el individuo da rienda suelta a sus deseos reprimidos” (Aleister Crowley) 2.

Es posible que Nicolas Winding Refn se inspirase en Starry Eyes para dar forma a The Neon Demon (2016). Existen similitudes llamativas entre ambas películas: su fascinación por las casuísticas del mal y, en concreto, la plasmación en ambas del tránsito hacia otro estado de conciencia desencadenado por sesiones fotográficas a las que se pliegan tanto Sarah como Jesse (Elle Fanning). Pero las referencias más o menos irónicas de Refn son el esoterismo de Alejandro Jodorowsky y las pretensiones arty de las revistas de tendencias. En cambio, Starry Eyes traslada a la pantalla el espíritu suscitado por su irrisorio presupuesto: cincuenta mil dólares, sufragados en buena medida gracias a un crowdfunding.

Starry Eyes Kevin Kolsch, Dennis Widmyer

Resulta ilustrativo que la escena más salvaje de la película, aquella en la que Sarah asesina en un bungaló y el patio adyacente a quienes podrían dar testimonio de sus fracasos personales y profesionales, sea introducida con la emisión en un televisor de Evils of the Night (1985), delirante subproducto de terror escrito, producido y dirigido por una deidad menor del cine basura, Mohammed ‘Mardi’ Rustam. Con ello, Dennis Widmyer y Kevin Kölsch aspiran a dejar clara la filiación de Starry Eyes, que no tiene reparos en saltar de los estilemas indies a los del slasher y el body horror, pasando por el simbolismo paranoico, las leyendas negras de Hollywood y hasta los tropos lynchianos. Pero, además, Kölsch y Widmyer saben invocar, secundados por la cenicienta fotografía digital en formato panorámico de Adam Bricker, la atmósfera de miseria y desesperación que se respira en los márgenes de Hollywood; el purgatorio de las series B y Z y los trabajos de subsistencia en que naufragan las ilusiones, incluso las vidas, de tantos actores y cineastas.

En este aspecto, la odisea de Sarah tiene un cariz reivindicativo, de utopía demoniaca, que atañe a las ambiciones de los propios artífices de la película, a su concepción de las imágenes como vehículos del arrebato y la perdición. Frente al mal mezquino y consensuado, la hipocresía, que ponen de manifiesto a la hora de conseguir papeles y financiación para sus proyectos sus amigos y rivales —millennials indolentes que camuflan sus envidias y afanes bajo los oropeles de la mixtificación emocional— y la característica asimismo de su jefe en el Big Tater’s —que presume de la gran familia que forman sus empleados pero cuyo deseo por la chica es indisimulable—, Sarah reúne a la postre el valor suficiente para rendir tributo a su vocación y su auténtica personalidad sin enmascarar las consecuencias; para contemplarse en el espejo de frente, con ojos sabedores de que, quien se pregunta dónde se halla el Mal, ha de empezar por estudiar con mucha atención su propio reflejo.

 Starry Eyes evil

Mediada la película, en un suntuoso salón que adquiere tintes infernales merced a las llamas de una chimenea, Sarah acepta practicarle una felación al Productor como jalón temprano del ceremonial que culminará con su transfiguración en estrella de cine. Lucifer, ebrio de placer y poder, arroja una mirada burlona al cielo mientras interpela a la mujer que se arrodilla ante él: “las puertas están abiertas. Solo has de estar dispuesta a atravesar su umbral sin volver a mirar atrás. Liquida tu antiguo ser. Entiérralo, y habita los cielos con nosotros”. ¿Ha bastado la sumisión de Sarah para asegurarse un lugar entre las luminarias eternas de Hollywood? De manera perversa, Widmyer y Kölsch montan en los últimos compases del filme la respuesta que da la chica al Productor antes de precipitarse a libar su semen: “Sí”.

Lo que habíamos leído con paternalismo en clave de docilidad, se revela empoderamiento. Sarah firma su pacto con el diablo en plena posesión de sus facultades, asciende al estrellato, y participa de la resplandeciente luz negra que la verdad del mundo arroja y arrojará eternamente sobre todos nosotros. A pesar de los esfuerzos patéticos de la mayoría por eludirla, o por maquillarla con los afeites de la rectitud, el fariseísmo, la mediocridad.

  1. ANGERHUBER, Eddie M. & WAGNER, Thomas (2003): «Disillusionment Can Be Glamorous: An Interview with Thomas Ligotti», en SCHWEITZER, Darrell (coord.): The Thomas Ligotti Reader: Essays and Explorations. Wildside Press, Holicong, Pennsylvania. Página 71.
  2. BOGDAN, Henrik (2015): «Aleister Crowley: A Prophet for the Modern Age», en PARTRIDGE, Christopher (coord.): The Occult World. Routledge, Nueva York. Página 296.
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