Stop the Pounding Heart
Incluso cuando no tenga sentido Por Fernando Solla
Dios es mi personaje de ficción favorito
El D’A 2014 ha presentado en la sección Talents la última muestra de la trilogía documentalizada del realizador de origen italiano Roberto Minervini. Siguiendo con su filmografía localizada en el sur de Estados Unidos, y tras The Passage (2011) y Low Tide (2012), con Stop the Pounding Heart nos traslada de nuevo al interior de Texas, en este caso de pleno al centro de una comunidad germinalmente cristiana. Fiel a su hábito de trabajar con actores no profesionales que se reinterpretan a sí mismos, en el largometraje que nos ocupa Minervini se internará en el mundo de Sara, una adolescente, miembro de una profusa familia numerosa. Educada en la creencia de que una formación académica fuera del hogar corrompe al espíritu limpio y devoto en su predisposición a cumplir las leyes del cristianismo, su día a día transcurrirá entre el cuidado y explotación de la granja de cabras familiar, dar clases a sus hermanos menores y, por supuesto, recibir enseñanzas bíblicas impartidas por el patriarca familiar, así como asistir a misa.
Desde el primer momento podemos sentir la fascinación del realizador por la realidad que viven sus protagonistas, algo que no necesariamente entraña comunión con su estilo de vida, aunque tampoco desprendimiento, ni siquiera objetividad. Lo que sí que transmiten todos y cada uno de los fotogramas es una ubicua sensación de respeto. Sin dejar de lado la curiosidad pero evitando el intrusismo, el Minervini guionista excava profundamente en la vida de Sara y su comunidad, ofreciendo a través de su caso concreto una estampa de una cara de la cultura norteamericana no demasiado desarrollada cinematográficamente, más allá de la caricatura museística y habitualmente descontextualizada.
Se desprende durante el visionado de Stop the Pounding Heart un riguroso y cabal ejercicio previo al rodaje de la película, de acercamiento franco y cordial para (y con) los protagonistas del relato. Haciendo de la llaneza y naturalidad las constantes a seguir (y a excepción de una escena aislada), Minervini nunca participará explícitamente en la película, aunque no nos es difícil imaginarle detrás de la cámara que sigue a los personajes, labor que en realidad corre a cargo de Diego Romero, director de fotografía y, por otro lado, coguionista del film. A cuatro manos han querido que los espectadores veamos a través de los ojos de Sara, consiguiendo a través de la planificación reconducir muy sutilmente el punto de vista (y el interés) de todos aquellos que no compartimos ni en el entorno ni las tribulaciones de la adolescente.
Superado nuestro extrañamiento inicial y cualquier tipo de barrera (ética, física o moral), nos sumergiremos paulatinamente en un intuitivo retrato (casi alegato) feminista que nunca empequeñece ni se muestra condescendiente en su discurso, ni pierde en ningún momento la visión de conjunto. Impresiona y desconcierta por partes iguales lo asentados que resultan algunos principios de la comunidad estudiada, pero el realizador se anticipa a nuestro rechazo, propiciando la confrontación (espiritual, nunca violenta) de la protagonista, que impotente, verá como éstos resultan incongruentes con la vida que tiene en mente para consigo misma.
Feminismo y teología se enzarzarán en un súbito e irreconciliable debate que situará en el centro del dilema a una chica desarrollada como mujer fuerte e independiente pero educada para someter su figura a la del hombre, despertando en Sara una constante duda sobre su futuro. Desde el principio del largometraje notamos el interés que suscita en ella Colby, un chico que dedica la mayor parte del tiempo a practicar para participar profesionalmente de los rodeos (montura de potros salvajes) de la región. Plenamente consciente que nos ganará con el cómo antes de con el qué, Minervini contrapone la figura del joven a la paterna, de una devoción extrema. Cuanto más cómoda se sentirá con Colby mayor rechazo le producirán las exigencias de su progenitor y los trabajos en la granja. Por otro lado, buscará en su referente materno las señas de identidad que la definirán como mujer en un futuro cercano, encontrando a una mujer ya curtida, que a pesar de mostrarse comprensiva con su hija, le inculcará su visión como único modo de vida posible. Incluso cuando no tenga sentido.
Renunciando por completo a otra banda sonora que no sea el sonido ambiente, el entorno será filmado de manera muy particular en realización a los protagonistas de este largometraje. En contraposición a los primeros planos de los rostros de los personajes, el paisaje se mostrará en grandes panorámicas y planos generales, confiriendo (en aparente contradicción) una sensación verdaderamente opresiva. Como si nos encontráramos prisioneros ante la inmensidad de un horizonte que, por supuesto, nunca alcanzaremos. Por otro lado, todos los personajes que interactuarán con Sara se enfocarán frontalmente, mientras que cuando sea la chica la que interactúe con ellos, la cámara se situará uno o dos pasos a sus espaldas, confraternizando los espectadores con su punto de vista y, de paso, mostrándonos sus peinados y la evolución de los mismos. De las dos trenzas simétricas del principio a una algo más holgada para finalmente soltarse el pelo hacia la segunda mitad de la película. Sutil y figurativo recurso que se repetirá constantemente.
Otro aspecto en que el realizador hace especial hincapié es en la relación de Sara con los animales de la granja, con los que se mostrará extremadamente cariñosa y afable, obteniendo como respuesta el apego dócil e incondicional de las bestias. Las cabras convertidas en elocuente metáfora de la vida de la protagonista: por un lado, se sentirá como se debiera comportarse como una más, dócil y sin salirse del redil, construyendo para sí misma la cerca que delimitará su espacio en la comunidad. Por otro, muestra de su liderazgo y capacidad de controlar las riendas de su propio rebaño, algo que en un contexto tan concreto como el que vive puede desembocar (como veremos en la emocionante escena final) en un imperecedero paseo en soledad dentro del terreno que ella misma ha construido varias secuencias atrás.
Finalmente, a destacar la sensibilidad de Roberto Minervini para no juzgar, valorar o, directamente, criticar la situación reflejada en su largometraje sin renunciar por ello a mostrar el punto de vista de la protagonista, a partir de la reconstrucción en forma de película de la realidad de la muchacha. Sin duda Stop the Pounding Heart conmueve como ejercicio cinematográfico, especialmente cuando caemos en la cuenta de cómo un caso tan particular (en forma y contenido) puede implicarnos a través de las herramientas del documental hasta convertirse en algo universal, como es la búsqueda de nuestra propia identidad en medio de un colectivo que nos reduce y condiciona. Sutil, sensato y preciso largometraje.