Stories We Tell

Por Sofía Machain

Me imagino una estantería que se va llenando de cajas y otros objetos que contienen palabras, imágenes, músicas y perfumes. Imagino como algunos de éstos se desvanece en cualquier golpe de alegría o en un susto aterrador. Aquella cajita que una vez guardaste con tanto cariño se rompe y hasta siempre. En cambio, hay otras más fuertes que hacen por permanecer, que resisten a los golpes y sobresaltos. Esas, las supervivientes, se van quedando atrás empujadas por nuevos objetos: esa foto que empieza a amarillarse, o la canción que sonaba aquel fatídico día. Todo acaba siendo arrastrado por las cosas del presente que, al final, se irán cubriendo de polvo como las anteriores.

Supuse que más o menos así era como el individuo almacena los recuerdos, pero la ciencia acabó rápido con mi vaga metáfora y me enseñó que los recuerdos no desaparecen tan fácilmentede nuestra mente, como intentaba hacer Michel Gondry en la mal traducida ¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the spotless mind,2004). Al parecer, nuestros recuerdos se quedan a vivir en nosotros, es sólo que nuestra conciencia es inaccesible a buena parte de ellos. Es decir, tenemos el disco duro pero nos falta el lector del disco duro. Algo así.

El cine se vale de recuerdos para existir. No me refiero a las películas en sí, ni a sus tramas o temáticas. Ya fue mencionado Gondry y podría seguir con la fallida Recuerda de Hitchcock (Spellbound, 1945), esa con la secuencia onírica diseñada por Salvador Dalí. El cine ha hablado de los recuerdos infinidad de veces. Pero no, me refiero a que el cine nace de recuerdos. A lo largo de la vida uno va creando su depósito de momentos, emociones y situaciones a raíz de ese almacén de memorias que ordenamos inconscientemente en nuestra cabeza. Lo que vemos, escuchamos y lo que leemos también empieza a crear ese imaginario inventado. Una vez inseridas todas esas imágenes en la mente se escapan de nuestro control. Por eso, idealizamos un beso bajo la lluvia o a veces nos sorprendemos parafraseando una frase propia de película. Alonso Quijano creyó ser el valiente hidalgo Don Quijote de la Mancha, creyó montar un gran caballo y conquistar a la mujer más hermosa. Todo ello producto de tantos años leyendo novelas de caballería.

Stories WeTell

“Nuestra mente es porosa para el olvido, yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz”. Así se cierra El Aleph, el hermoso cuento que Borges escribió allá por 1949. Porosa memoria, memoria permeable y confundida: ¿Hasta qué punto lo que recordamos es verdadero? ¿Ocurrió realmente, fue un sueño? ¿O es que alguien me lo contó?

La polifacética Sarah Polley gira en Stories We Tell alrededor de todas estas cuestiones. Recuerda a la reciente Los Ilusos (Jonás Trueba, 2013), pues las dos resultan ser películas, como el propio Jonás llegó a denominar la suya, de “entretiempo”. Son ficciones documentadas o documentales ficcionales, poco importa. Son películas que “se están haciendo”, es más el proceso que el resultado. La ficción se construye partiendo de realidades, o mejor, de recuerdos (¿no es así como ocurre siempre?). Historias que se van pensado, armando y re-construyendo, todo al mismo tiempo y sin pretensión más allá que el placer por el hacer, por el ir descubriendo. En Los Ilusos, Trueba crea pequeñísimas historias inspiradas en la vida que él conoce, la del cine. Algunas más elaboradas, otras menos, pero siempre liberado de artificios. En el caso de Stories We Tell, Sarah Polley se reúne con miembros de su familia en busca de una inquietante verdad. Su madre, que murió cuando ella tenía apenas once años, dejó una vida cargada de misterios e historias por contar. Contar, narrar, rememorar historias, de eso trata todo esto. Sarah Polley plantea la misma cuestión a cada una de las personas de las que se sirve: “Cuéntame la historia de mamá tal y como la recuerdes”. Es a partir de entonces donde comienza la ficción,ya que cada personaje contará su relato desde perspectivas dispares correspondientes a la experiencia del mundo de cada uno. También ella se despoja de tretas y artimañas sirviéndose únicamente del lenguaje cinematográfico como salvador de recuerdos, como herramienta fundamental para estructurar, expresar y hacer presente algo que ya no está, que ya pasó. De tal manera que, paralelamente a lo que se cuenta, Polley recrea a través de la nostalgia de una cámara Super-8, las imágenes y escenarios narrados, haciendo de lo incierto de cada historia un retrato hiperrealista de lo que pudo haber sido, de lo imaginado. Si Jonás Trueba hace una película sobre cómo hacer una película, Sarah Polley la construye donde no existe. Convierte a su madre en cine. De nuevo, la memoria porosa de Borges y los recuerdos edificando historias.

Entonces, ¿dónde acaba la realidad y empieza la ficción? ¿Dónde reside la verdad indiscutible? Si el cine es el arte que más se aproxima a la vida, ¿dónde establecer las fronteras? ¿Hasta dónde estoy recordando y no inventado? Stories We Tell está considerada una película documental. En cambio, Los Ilusos, un drama, un filme de ficción. Pienso en ellas y me cuesta encontrar el punto exacto que las divide en ese sentido. Se me cruzan otros títulos por el camino: la poética y maravillosa Le quattro volte (Michelangelo Frammartino, 2010) y El Desencanto (Jaime Chávarri, 1976), otro documental familiar que, de forma similar a Stories We Tell, traza el crudo retrato de una familia que se derrumba. ¿Existe, pues, frontera entre el  documental y la ficción hoy en día? Pienso en los efectos del cine en la memoria,  en cómo implanta innumerables falsedades, y otra vez aparece el clásico personaje de Cervantes, el cual murió desesperado cuando, de vuelta al mundo de la cordura, entendió que nunca fue un gran hidalgo galán, y que la vida que había vivido era un lastre de mentiras que jamás pertenecieron al mundo real.

Como en Stories We Tell, las historias que contamos pueden no haber ocurrido y no por ello dejan de ser verdaderas. Como los recuerdos que uno puede repetir una y otra vez con todo lujo de detalles y al mismo tiempo no tener la certeza de cuándo, ni cómo, ni por qué ocurrieron, si es que lo hicieron alguna vez. Por eso Sarah Polley representa a su madre como una autentica diva, como la actriz espectacular que revolucionó Canadá. Verdad o mentira, documental o ficción, qué importa.“El cine es contar mentiras para llegar a una gran verdad” dijo alguna vez Abbas Kiarostami. El cine, al final, como la vida y como el recuerdo más vívido o fugaz, es sólo otra historia por contar.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Angel dice:

    De hecho yo creo que el recuerdo es el material básico para iniciar la ficción, de recuerdos está repleta nuestra tradición literaria, que se lo digan a Jorge Manrique, San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Antonio Machado, tu bien recordado Cervantes-Don Quijote y tantos y tantos momentos de la historia del cine, ahora me acuerdo de clásicos como Centauros del desierto o Casablanca o situaciones vividas por mí mismo en la salita de mi casa viendo películas con mi hermano y mi padre o leyendo clåsicos literarios con los alumnos en la biblioteca del colegio.
    En definitiva, los recuerdos nos reconfortan con el presente y nos sirven para ficcionar el futuro.
    Angel

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