Superworld (Superwelt)
Mamá escucha voces Por Domingo López
Nada es lo que parece en la nueva película del director de la galardonada Breathing (2011), la historia de una cajera de supermercado que un día cualquiera de su rutinaria vida empieza a entrar en contacto con voces que solo ella puede escuchar. Un punto de partida que podría derivar en películas e historias muy diferentes; curiosamente, su realizador, Karl Markovics, nos reveló que su visión personal del relato no era sino la más insólita de todas las posibles.
Empecemos por el principio. Gabi es una mujer de mediana edad, que combina la ingesta hipercalórica con las tardes de aerobic en compañía de una amiga. Su familia es una típica familia austríaca aparentemente normal; bueno, todo lo normal que pueda ser un matrimonio que ha entrado en la rutina después de décadas juntos, con unos hijos que ya van a la suya y unos amigos que sirven de pretexto para hacer barbacoas ocasionales. En este escenario, y sin aviso previo, a la cabeza de Gabi le salta un fusible y comienza a escuchar una voz dentro de su cabeza (que más tarde se multiplicará) que interfiere en el desarrollo habitual de su vida cotidiana.
El espectador no llega a escuchar dicha voz en ningún momento, simplemente es testigo de las reacciones de Gabi (mediante una excelente interpretación de la actriz Ulrike Beimpold, todo hay que decirlo) quien, en un principio, parece empujada a embarcarse en una búsqueda de sí misma, alejándose de un núcleo familiar que tampoco parece haber reparado en que algo no está funcionando demasiado bien dentro de su cabeza.
La cinta, plagada de simbolismos (como el del contador de tiempo de la cocina que se estropea o el ascenso/descenso del coche, grúa mediante) no deja pasar la oportunidad de colocar sobre el tablero diversos temas de discusión, como por ejemplo el individualismo de la sociedad actual, siempre evitando aclarar la verdadera procedencia de las voces que acosan a la protagonista. Lo más sencillo para el espectador, naturalmente, es presuponer que el hastío de la vida cotidiana la lleva a experimentar una especie de brote psicótico-menopáusico que le sirve de huida (simbólica y literal) del mundo que le rodea. Pero no es tan fácil. El tono de la película, que transcurre mediante una elegante dirección (que trata de escapar de la corrección televisiva gracias a unos cuantos alardes de cámara, como los planos aéreos) y un sentido del humor de raíz europea, que asoma de una manera sutil incluso en los momentos menos adecuados (hay que agradecerle buena parte de esto al plantel de personajes secundarios, como el irritante vecino), nos proporciona unas sutiles indicaciones de que está sucediendo algo más allá de lo evidente. Que quizá la señora no esté tan loca como llevamos un rato pensando y que exista la posibilidad de estar ante un Take Shelter (Jeff Nichols, 2012) versión cajera de supermercado.
Hay un punto de inflexión en la trama cuando nuestra oronda protagonista entra en contacto con un par de testigos de Jehová que llaman a su puerta en plena barbacoa dominguera para predicar la palabra del Señor. Gabi, que ya estaba en pleno proceso de alucinación (o no) auditiva, recibe una iluminada pista sobre el origen de su misterioso interlocutor. Y esta, y no otra, es la solución al enigma apuntada por el realizador de Superworld, qué, descartando el origen psiquiátrico de las voces, nos confirmó que era Dios en persona el que estaba en contacto místico con la señora.
Con esto en mente, la película bien pudiera ser vista como el reverso divino de cintas como El exorcismo de Mikaela (Requiem, Hans-Christian Schmid, 2006), ya que, estructuralmente, la cinta transcurre en paralelo a este tipo de historias de posesiones satánicas, con la salvedad de que en esta ocasión es “el bien” el que se ha apoderado de su cuerpo y no “el mal”. El propio desenlace de la película (que tampoco es necesario revelar aquí) se presta cómodamente a esta teoría, aunque quizá la visión del director sea teológicamente más directa, colocando a esta prototípica ama de casa de clase media en el papel del Profeta, llamada a recibir los mensajes directos del Creador. Solo así cobra todo el sentido necesario esa escena digna de Luis Buñuel en la que la protagonista entra al barracón de unos obreros a pedir café, y termina presidiendo la larga mesa ante unos atónitos trabajadores-apóstoles.
Sea cual sea la opción escogida para disfrutar de la historia, es de recibo advertir que Superworld no pretende ser un ensayo serio sobre la felicidad, la familia o la religión, sino una película filo-comercial para ser disfrutada sin demasiadas complicaciones. Una cinta sencilla a la que no conviene demandar más de lo necesario porque tampoco se encuentra en disposición de ofrecérnoslo.