Susurros tras la pared

La curiosidad mató al gato Por Fernando Solla

No creo en el azar. Nada sucede así por así.
Hasta lo más horrible acaba teniendo sentido
El experimento (Das Experiment, Oliver Hirschbiegel, 2001)

Hay ocasiones en que las mentes pensantes estadounidenses miran hacia el cine de autor europeo en busca de inspiración o, directamente, de material apto para fotocopiar. Bien sea adueñándose del argumento y modificando las localizaciones de la película original o convenciendo a realizadores de renombre para traspasar fronteras hacia el norte del Nuevo Mundo y rodar en lengua anglófona. Ejemplos hay muchos, quizá uno de los más recalcitrantes sea Funny Games (Michael Haneke, 2007), duplicado de su original homónima austríaca de 1997. Otro ejemplo desconcertante, y ya por acercarnos al cine de nacionalidad alemana, sería el Oliver Hirschbiegel, que ha pasado de rodar películas como El experimento (Das Experiment, 2001) o El hundimiento (Der Untergang, 2004) a otras como Invasión (The Invasion, 2007) o la británica y más reciente Diana (2013). Precisamente, Susurros tras la pared recuerda al primer largometraje de Hirschbiegel, no únicamente por ser un éxito en su país de origen, sino porque cuenta con los mismos puntos fuertes que El experimento: la meticulosa y detallista construcción psicológica de personajes y, sin duda lo mejor de ambas cintas, un rodaje en interiores que fomenta una sensación opresiva, angustiosa y francamente asfixiante.

En principio un telefilm, este proyecto de graduación del novel Grzegorz Muskala supone una vuelta de tuerca o mirada hacia el otro lado del espejo. Es decir, desde el cristal europeo hacia el cine de autor norteamericano, tanto clásico como contemporáneo, esencialmente hacia Alfred Hitchcock y David Lynch. Del primero, revisitaremos la fascinación obstinada por las mujeres rubias y el vouyerismo, claros referentes La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) y Vértigo: de entre los muertos (Vertigo, 1958). Del segundo, recuperamos a los personajes de Frank Booth (Dennis Hopper) y Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) de Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986) y esa urgente necesidad, villana pero irrefrenable, de satisfacer sus impulsos sexuales sadomasoquistas.

Rechazando la simple paráfrasis, Muskala, disuelve sus referentes cinematográficos con su expresamente reconocible trama para apoderarse, tras un modesto y necesariamente insustancial arranque, de la atención categórica y devota del espectador. Martin (Vincent Redetzki) se muda a Berlín para cursar sus estudios superiores de Derecho. Ante la dificultad de encontrar un piso de estudiante en condiciones, encontrará un destartalado y misterioso apartamento, cuyo inquilino anterior, Robert (Robert Stadlober), desapareció misteriosamente. Atraído por los gemidos y sollozos femeninos que se oyen a través de la pared, el joven auscultará (literalmente) a través del yeso y los ladrillos hasta conocer a su bellísima arrendadora. Tras un primer encuentro sexual con Simone (Katharina Heyer), Martin se debatirá entre sus dos recién adquiridas obsesiones: resolver el paradero de Robert y su obsesión lasciva hacia Simone, que provocará el choque contra Sebastian (Florian Panzner), anterior amante de la fémina, cuya ruptura sumirá en una especie de esquizofrénica diatriba entre el amor y el odio. A partir de este momento, el joven se convertirá en un títere en manos de su vecina.

Reafirmando una vez más, la atmósfera opresiva como el personaje mejor construido del largometraje, Muskala propone un divertido juego de quién es quién, evocando a otros personajes referenciales de una miscelánea cinéfila más o menos consensuada entre el espectro concurrente. La caracterización de Martin será semejante a la de James Spader en Crash (David Cronenberg, 1996) mientras que Simone aparecerá como una simbiosis entre Nastassja Kinski de Paris, Texas (WimWenders, 1984) y la Patricia Arquette rubia de Carretera perdida (Lost Highway, 1997). A su vez, Sebastian, recordará al ya citado Hopper, así como su relación con Simone a la del segundo con Dorothy. Terminando con el referente lynchiano la cortina roja será sustituida por una pared del mismo color, que en esta ocasión, provocará que Martin choque dubitativo entre refugiarse en la fantasía que supone la eternidad con su obsesión sexual o una vía de escape interior, en este caso invocada por estupefacientes. Los roles arquetípicos se verán reducidos a un simple patrón narrativo cuya necesidad de confundir su realidad tangible con otra paralela (en el caso de Muskala nunca llegará a ser ficción) coparán las mejores secuencias del largometraje, especialmente la escena del coito morfinómano y alucinada entre sábanas improvisadas de plástico y posteriores.

Susurros tras la pared 2

El acierto del guión, a seis manos entre Muskala, Robby Dannenberg y Phillip Kaminiak, es asimilar el punto de vista de Martin con el de los espectadores, quienes compartiremos progresivamente su curiosidad y fascinación por el oscuro objeto de deseo en forma de vecina de al lado, derivando de un divertimento contemplativo inicial a una excitación emocionante que no nos abandonará hasta el final del largometraje. Sonido y dirección artística serán imprescindibles para despertar nuestro apetito por participar del juego de Martin / Muskala, que, de un modo evidente aunque sutil, jugará con las texturas y materiales y la obsesión que tenemos algunos humanos por explorar lo desconocido (véase un agujero en la pared), y las connotaciones sexuales de los mismos, sirva el ejemplo de hundir las manos en un bloque de cemento todavía caliente y por secar (con sorpresa incluída). Sonido, texturas, humedad…

Con uno de los finales mejor resueltos que hemos podido ver últimamente en este tipo de propuestas, la mayor broma de Grzegorz Muskala resulta la utilización del género no como un ejercicio más de perpetuación del mismo, que también, sino como su celebración, convirtiendo parte del largometraje en una gran metáfora del altibajo anímico y emocional que supone para un estudiante novel abandonar el hogar paterno para iniciar una vida autónoma, ávida de riesgo y peligros y, maliciosamente, frustrada por inabarcable. Susurros en la pared, a pesar de algún detalle algo chirriante como sus amagos de denuncia social, supone un primer contacto con el cine de un realizador que ha sabido combinar con elegancia y soltura la referencialidad cinematográfica con la plasmación de un estilo propio, quizá más centrado en la forma que en el contenido, pero con resultados altamente estimulantes. Sin duda, una sorpresa dentro de la programación del Panorama de Cinema Alemany de Barcelona.

 

Share this:
Share this page via Email Share this page via Stumble Upon Share this page via Digg this Share this page via Facebook Share this page via Twitter

Comentarios sobre este artículo

  1. Trevkosky dice:

    Creo que se omitió las directas referencias a Polansky el corredor parecido al de los Cassavetts el patio, la ventana, los dientes, la casera, la enajenación del personaje, al quimérico inquilino incluso lo de la pared que se rompe la siento como alusión a repulsión

Comenta este artículo

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>