Sweet Home
El sabor amargo del refrito Por Jose Cabello
Sweet Home no será ni la primera ni la última película de terror dónde la acción se desarrolla en una casa. Larga es la lista de directores cuyo propósito radica en intentar transmitirnos una sensación de pánico dentro del ámbito cotidiano, y para tal objetivo nada mejor que la casa de uno. No obstante, mientras construyen el camino, en ocasiones son olvidados los pilares básicos. Es el caso de Rafa Martínez -el director de Sweet Home– que, recurriendo a la casa como piedra angular de la cotidianidad, se despoja de la lógica requerida para enmarcar la acción en un punto determinado.
La localización debe ser una casa, pero el precio no puede ser la película, como ocurre en Sweet Home. La premisa de la película recuerda a aquélla de la que ya partió Alex de la Iglesia en La comunidad (2000) -llegando a resultados muy diferentes-, una asesora inmobiliaria que en el desarrollo habitual de su jornada utiliza un piso ajeno para beneficio propio. En ambos casos el inmueble provocará el desencadenante de la trama principal. Sin embargo, mientras Carmen Maura decidía pasar un tiempo (aunque luego acabara instalándose) en un piso de lujo en el centro de Madrid, Ingrid García Johnsson desvela su estupidez al optar por una vivienda en ruinas, cochambrosa e inmunda donde nadie pasaría una noche. El grado del sin sentido alcanza mayor cota todavía cuando entendemos que la protagonista quiere llevar a cabo una velada romántica bajo esas condiciones, celebrando así el cumpleaños de su novio. Incluso, yendo más allá, Sweet Home vuelve a patear la lógica cuando advertimos que la chica conoce de antemano la situación del inmueble: un edificio casi vacío donde no existen vecinos y el único que aún continúa habitándolo no exhala salubridad mental.
La decisión de contextualizar la acción en plena crisis económica resulta tan innecesaria que a ratos puede llegar a ser ofensiva. El oportunismo de Sweet Home para establecer un diálogo sobre los desahucios parece estar construido una vez finalizado el rodaje ya que la consecución de los acontecimientos no atiende, en ningún caso, a esos parámetros, y viaja por trayectorias paralelas.
Rafa Martínez da un salto de gigante -tanto técnica como narrativamente- si comparamos su último trabajo con su anterior cortometraje, Halloween Before Christmas (Rafa Martínez, 2010). Incluso, si de manera aislada observamos Sweet Home, la obra consigue un acabado óptimo, teniendo en cuenta la complejidad del rodaje de la acción. Aún así, a estas alturas, una película no puede salvar los muebles cobijándose exclusivamente en la técnica, debería entender que resulta más importante cómo están narrados los acontecimientos que los acontecimientos en sí mismos. Porque en esto radica, al final, la intencionalidad, el ingenio y el saber hacer del director. Jaume Collet-Serra o los hermanos Pastor podrían funcionar como el paradigma perfecto de un cine sin autoría donde prima qué cuentan por encima de cómo lo cuentan.
Los vestigios de Rec (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007) surcan el continuo espacio-tiempo de Sweet Home -a ratos parece estar rodada dentro Rec-, pero a diferencia que la primera, la segunda no aporta nada nuevo al género. Una película más. Una película que al transitar estrictamente por el sendero marcado, sin arriesgar, cae uno a uno en los arquetipos del slasher, hasta tal punto que podemos ir adivinando, sin ningún miedo a equivocarnos, cuando irá ocurriendo cada uno de los giros de guión hasta llegar el estadio más alto del hastío. Adiós emoción. Adiós atención. Sweet Home encuentra su alter ego -sentimental- en otra película española que, con el mismo éxito, intenta crear un aura de suspense, Séptimo (Patxi Amezcua, 2013).
En la debacle, Ingrid García-Johnsson defiende con dignidad la película a través de su personaje. Un personaje sencillo pero no simple que esconde más profundidad de lo que a priori puede parecer. La actriz doblega su interpretación entre un rol frágil y agresivo, pues a priori exhibe una cara amable y vulnerable para luego mostrar otra faceta más dura y violenta. Pero Sweet Home hace aguas por todas partes. Incluso, en última instancia, recurre desesperadamente al semi-desnudo de ella, sin ningún tipo de justificación argumental, dando carnaza a lo que el director considera el target de la película.
‘Lo mejor de la comida japonesa es que nunca se enfría’. Esta frase sale de la boca de Ingrid García-Johnsson mientras besa a su novio. Sería el símil idóneo para explicar el sentimiento que suscita la película. Porque el espectador, al igual que la comida japonesa, no puede enfriarse; para ello debería haberse cocinado antes. Y no. Desde el principio permanecemos inalterables, estáticos, inmutables. Sin frío ni calor frente al plato de Sweet Home.