Tadeo Jones 2: El secreto del rey Midas
La momificación del entretenimiento Por Samuel Lagunas
Hacia el final de Las aventuras de Tadeo Jones (Enrique Gato, 2012) Max Mordon, famoso arqueólogo primero admirado por Tadeo y luego convertido en villano (movimiento calcado de Up [Pete Docter, 2009]), alardea de haber obtenido antes que todos el Indio de oro, el cual le permitirá alcanzar el preciado don de la inmortalidad. Para sorpresa de Tadeo y Sara, la inmortalidad acaba siendo la maldición del antagonista y lo que él esperaba que fuese la juventud eterna se revela como la degeneración en una esquelética y desvencijada momia que acaba refundida en algún rincón de Patiti, la ciudad perdida de los incas. El destino de Max Mordon puede servir para ilustrar la trayectoria del director Enrique Gato quien tiene como mérito el haber creado una industria (que incluye cortometrajes, largometrajes, comics y cápsulas educativas) a partir de un solo personaje y en tan poco tiempo. Me explico. En el acto último de Max Mordon se condensa el riesgo de una película como Las aventuras de Tadeo Jones y de una obra como la de Enrique Gato: sacrificar un estilo y una voz propia a costa de mayor éxito en la taquilla y un mayor presupuesto para futuros proyectos, o sea: convertirse en más de lo mismo: en otra momia más del panteón de la industria. Con su segundo largometraje Atrapa la bandera (2015), se intuye algo que se confirma desde los primeros minutos de Tadeo Jones 2: El secreto del rey Midas (2017): el retorno y triunfo de la momia.
Desterrada de su propio hogar, Momia (Luis Posada) emprende una marcha desde Perú hasta Estados Unidos en busca de su único amigo, o al menos eso es lo que informa el personaje a Tadeo (Óscar Barberán) en una apurada síntesis para justificar su abrupta aparición. En esta nueva entrega de la saga, Tadeo regresa a su itinerante empleo como albañil ahora con la ventaja de tener una experiencia nueva que contar a sus compañeros: él besó a la chica de la portada de la National Petrographic, Sara Lavroff (obvio remedo de Lara Croft). Él la besó y además está a punto de pedirle que sea su novia. La ocasión: la develación de su último gran descubrimiento en el prestigioso hotel “Luxurious” en Las Vegas. Allí, Sara (Michelle Jenner) enseñará al mundo la prueba de que el mito del rey Midas es cierto y de que en algún lugar del mundo están las tres piezas del collar que Apolo le obsequió, el cual tiene la afortunada capacidad de convertir todo lo que uno toque en oro. O en palabras más propicias para el argumento de la película: el instrumento con el que puedes dominar el mundo. En medio de la suntuosa ceremonia, Rackham (Miguel Ángel Jenner) y su equipo especial robarán el documento y además tomarán como rehén a Sara quien alcanzará a darle a Tadeo su nueva misión: “Ven por mí”.
En esta aventura Tadeo, sus viejos amigos, el perro Jeff y el loro mudo Belzoni; y dos nuevos, Momia y la joven asistente de Sara, Tiffany (Adriana Ugarte); se embarcarán en un viaje hacia el Viejo Mundo donde serán perseguidos por las estrechas calles de Granada y por los mercados de Capadocia hasta llegar al templo que el mismísimo rey Midas edificó para Apolo.
Hasta aquí, queda claro que el argumento de Tadeo Jones 2: El secreto del rey Midas no evita el lugar común ya no sólo de las cintas de la franquicia de Indiana Jones, su referente más inmediato, sino de cualquier saga de aventuras producida por Jerry Bruckheimer. Sin embargo, Enrique Gato había demostrado ya sus intenciones paródicas y desestabilizadoras del género en su primer cortometraje Tadeo Jones (2004) donde presentaba a su personaje atorado entre la infancia y la adultez además de que desplegaba con ingenio el engaño central: Tadeo no es explorador ni arqueólogo, sólo quiso serlo y no importa las ficciones que tenga que inventar para vivir su sueño. En ese primer corto, lo que para Tadeo era una aventura tan atemorizante como increíble, para los demás niños no era más que otra forma de obtener chocolates y un poco de diversión. Esa ambigüedad en la personalidad de Tadeo resulta su rasgo más encantador, sobre todo en un tiempo como el nuestro, cargado de ingenuidad millenial (en palabras de Momia). En el primer largometraje, Tadeo padece como el resto de sus coetáneos el problema de la flexibilización laboral: lo despiden de aquí y lo despiden de allá. Ahora Tadeo ha crecido un poco: ya estudia y trabaja. Y está a punto de lograr que su crush sea su novia. Ya no tiene ídolos que admire, solo la preocupación de salvar a la chica que ama. Ahí los puntos más fuertes y débiles de Tadeo Jones 2: El secreto del rey Midas. No es posible afirmar categóricamente que el acento paródico haya desaparecido de la historia, pero sí que se encuentra mucho más dulcificado. Se echan de menos los momentos tremendamente autorreferenciales e incluso chocantes de Las aventuras de Tadeo Jones como aquél en el que Belzoni anuncia que repetirá una secuencia completa o el uso sinrazón de “What makes you beautiful” de One Direction para acompañar la caminata de los personajes por las zonas arqueológicas de Cuzco. Ahora, Enrique Gato y David Alonso se muestran mucho más preocupados por hacer que todo en la película encaje y que el espectador pueda sentirse a gusto con ella: la canción central “Todo es posible”, interpretada por David Bisbal y Tini Stoessel, apunta irremediable y facilonamente a la moraleja de la fábula y a la solución del romance, la inclusión de nuevos escenarios y paisajes (eso sí, con un nivel técnico envidiable) como el de la Alhambra vuelven la cinta más local al mismo tiempo que global, y las referencias cinematográficas (como la copia de la aeronave y la puesta de sol tomada de Apocalypse now) son tan fugaces y transparentes que pasamos de largo por ellas.
Los directores, no obstante, se cuidan de no repetir por completo la fórmula previa, aunque tampoco logra sorprendernos lo suficiente. El giro que tiene el personaje de Tiffany, bastante fácil de anticipar, es, no obstante, síntoma de que algo cambió en el universo de Tadeo Jones: los traidores pueden ser también quienes te admiran. Ese signo de madurez de la saga juega con el inclasificable (e irregularmente efectivo) comportamiento de Momia —una especie de Tiresias-for-dummies— y con un romance entre los protagonistas que constantemente se toma demasiado en serio, dando como resultado una película familiar y entretenida: igual que un montón de películas más. Sí: Enrique Gato puede estar seguro de que ha conseguido la inmortalidad que da la industria, pero si se mirara en el espejo descubriría la momia en la que tan pronto se ha convertido.