Tales (Ghesse-ha)
Teherán de puertas para adentro Por Edu J.Moreno
Me lo merezco por quejarme. Si existiera un demiurgo dentro del mundo del cine y de la crítica, sin duda habría sido él quien, tras leer mis quejas por la vacuidad emocional de la película argentina Dos disparos, habría movido los hilos del azar para que mi siguiente elección en mi recorrido por el Atlántida Film Festival fuera la cinta iraní Tales (Ghesse-ha). Aunque hay que ser sincero, la apuesta en búsqueda de emociones fuertes era poco arriesgada al provenir la propuesta de Irán, un país del que normalmente nos llegan noticias sobre sus conflictos religiosos, políticos y sociales, y cuya cinematografía ha facturado en la última década películas tan sobresalientes como Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, Irán, 2011, Ashgar Farhadi) o Las tortugas también vuelan (Lakposhtha parvaz mikonand, Irán, 2004, Bahman Godhabi), cintas que en ningún caso pueden calificarse como de digestión fácil. Siguiendo sus pautas, la directora iraní Rakhshan Bani-Eteman presenta su nueva película de ficción, un terreno que había aparcado desde el 2006 para centrarse en dos documentales, aunque como se podrá ver desde el inicio su intención no es otra que la de radiografiar el estado actual de la sociedad iraní.
La realizadora deja clara su vocación ya desde la primera escena en la que nos presenta a un director de documentales filmando las calles de Teherán desde el interior de un taxi. Este personaje, del que apenas conoceremos nada salvo su profesión, servirá como nexo de unión entre las diferentes historias de las que seremos testigo y también funcionará como reflejo de las dificultades que Rakhshan Bani-Etemad tuvo a buen seguro para mostrar las miserias de un país como Irán. Un reportero que, a modo de historia circular, también protagonizará un epílogo en el que abandonará las calles de la capital tras no haber conseguido su objetivo. El consuelo que tenemos es que su alter ego sí logrará captar buena parte de la problemática social y política de este país asiático. Ya la primera escena contiene los parámetros que veremos repetidos en la mayor parte de las secuencias que se van engarzando sin solución de continuidad en este retrato urbano propuesto por la realizadora. Para empezar, por el lugar en el que transcurre: el interior de un taxi. Y es que a pesar de saber captar con acierto el latir vital de una ciudad como Teherán, la mayoría de las escenas transcurren en interiores o lugares cerrados, ya sea un autobús, el metro, coches particulares, oficinas, tribunales o domicilios particulares. Ello da idea de que la vida en un país éste, donde las libertades sociales y políticas no son precisamente protegidas por las autoridades, se desarrolla principalmente de puertas para adentro, en especial para las mujeres.
Tal planteamiento casi obliga a la realizadora a utilizar durante buena parte del metraje planos medios o cortos, aunque dicha opción es sin duda la idónea para encuadrar a unos personajes que en sus apariciones comparten con el espectador sus emociones más íntimas. Eteman juega incluso con el recurso de mostrar las imágenes que graba el documentalista cámara en mano como si fuera el propio espectador el que mirara a través de su visor y con los personajes interpelando directamente a ella, con lo que consigue una mayor aproximación e implicación con la problemática, en este caso laboral, que se nos narra. A diferencia de lo que sucedía en la película que supuso mi bautizo en la presente edición del Atlántida Film Festival, cada escena, si exceptuamos la de la presentación del documentalista, tiene una carga dramática notable. Nada de lo que se nos muestra o cuenta es intrascendente o baladí. Cada conversación, mirada o silencio de la galería de personajes que iremos conociendo tiene calado emocional, apenas hay concesiones o instantes de transición para un espectador que asiste a momentos de vital importancia en la vida de unos personajes que, en cuestión de minutos, pasan de ser completos desconocidos a personas cuyos problemas nos afectan de forma directa.
Tales (Ghesse-ha) sigue la estela de películas como la mencionada Nader y Simin, una separación o la israelí Gett: El divorcio de Viviane Amsalem (Gett, 2014, Ronit Elkabetz y Shlumi Elkabetz) pero con una importante diferencia.
Mientras que en aquellas sus directores centraban el foco en la ruptura de un matrimonio y sus consecuencias a nivel social y familiar, historias que a su vez le servían para mostrar el mal funcionamiento de la burocracia y las instituciones judiciales de sus respectivos países y la situación de dependencia e inferioridad que padecen las mujeres respecto a sus maridos-es decir, de lo particular se trascendía a lo general-, Tales (Ghesse-ha) amplía su radio de acción. Además de ser testigos de problemas derivados del matrimonio como los celos, el maltrato o el divorcio, la película crea escenas que sirven para denunciar el pasotismo de los funcionarios estatales, la mala situación laboral de muchos trabajadores, la falta de libertades sociales básicas como las de reunión o manifestación y, como novedad respecto al cine iraní que había podido ver hasta hoy, los estragos que la drogodependencia y el VIH están provocando entre la juventud del país.
La mirada caleidoscópica de la directora iraní se plasma en un tramado de historias cruzadas cuyo desarrollo narrativo es muy similar al ya visto en Dos disparos. Como en aquella, la cámara va saltando de un personaje a otro sin un orden concreto y aunque todas las escenas tienen un punto de conexión, no hay ninguna historia o personaje que vertebre todo el relato. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía en la película argentina, el poco tiempo que permanecemos acompañando a cada uno de ellos es más que suficiente para interesarnos en saber más sobre ellos, deseo que en la mayoría de las veces no se verá cumplido ya que son más bien pocos los personajes que aparecen en más de una escena. Pese a ello, la directora consigue nuestra implicación gracias a unos diálogos que en ningún momento suenan a impostados y que ganan aún más vitalidad y fuerza en boca de unos actores que desprenden naturalidad en todo momento. Su labor también es magnífica tras la cámara ya que pese a la sencillez de su propuesta y, seguramente, la escasez de medios con los que contaba, logra imágenes de gran belleza y potencia visual. Un ejemplo de ello es la escena en la que únicamente vemos la sombra del marido maltratador a través de los cristales del centro donde ha acudido su mujer huyendo de sus abusos. Un acto de justicia social robarle el rostro a ese ser cuyas acciones obligarán a su mujer a tapar el suyo de por vida. Un detalle más que engrandece una película que consigue captar con nervio el momento vital de Teherán. Así, mientras vemos como el documentalista que abría la cinta abandona sus calles lamentándose por no haber completado su misión, yo espero regresar algún día para conocer algo más de una ciudad que a buen seguro todavía tiene muchas más cosas que ofrecernos.