Tangerine
No es Navidad sin nieve Por Matias Colantti
“Feliz Noche Buena, perra!”, le dice Sin-Deerella a Alexandra en un bar de Santa Monica en un ambiente cálido bañado de una luz dorada que atraviesa el ventanal. Tangerine, marca su impronta estética y de contenido social en esa primera escena.
Alexandra y Sin-Dee son dos transexuales que se ganan la vida en las calles de Los Ángeles en la víspera de Navidad. Sin-Dee, recién salida de una estadía en la cárcel, se entera que su novio Chester está engañándola con una “chica real”: “Si perra, una chica real. Con vagina y todo”, le dice Alexandra. La trama central va a girar en torno a una búsqueda frenética de aquella chica y resolver la situación amorosa con Chester que es el proxeneta y narcotraficante del vecindario.
En esas primeras líneas, Sean Baker define un abordaje socio-cultural que permite posicionar la perspectiva sobre mundillos de diversidades sexuales, realidades suburbanas y personajes excéntricos que viven en las sombras del mundo contemporáneo y en la burbuja de la antropología posmoderna que pretende analizarlos y nunca dejarlos contar su historia. Así es como se van deconstruyendo diferentes géneros clásicos para contar historias divergentes que jamás aparecerían en la cartelera hollywoodiense. Partiendo de la idea de que la trama se desarrolla en la víspera de Navidad, hay una clara intención de mostrar una versión opositora al clásico paisaje blanco americano con una propuesta estética deslumbrante que muestra, desde la paleta cromática, los colores dorados de la cálida Santa Mónica y que también rompe la esquemática historia cómica familiar de la cena navideña, mostrando mundos heterodoxos de trabajadoras sexuales y taxistas inmigrantes que conviven en una realidad alejada del arquetipo tradicional que configura la industria. Desde la perspectiva genérica, tambien, el realizador compone algo sumamente innovador a las “road movies” haciendo de Tangerine un “film a pie”: los personajes atraviesan la bellísima ciudad de los Ángeles a través del ritmo de las clases trabajadoras; a pie y transporte público. La acción dramática se acentúa en el traslado de la protagonista, Sin-Dee, a través de un estratégico recorrido por los vecindarios que permite adentrarnos en el universo realista de los suburbios (donde conviven prostitutas, proxenetas, policías, colas de indigentes y guardias de clubes nocturnos), además de que nos brinda un preciosismo visual que explota la belleza de la estigmatizada “zona roja” de L.A.
El propio Sean Baker, reconoce la intención de mostrar con autenticidad esas realidades y por ello mismo declaró que se trabajó intensamente en la etapa de investigación, para lograr un retrato fidedigno y desprejuiciado de la cotidianeidad de esas calles, permitiendo salir de las miradas despectivas que desde otros lugares siempre se reprodujeron. Y esa búsqueda de lo realista se profundiza aún más en el trabajo aplicado a la posproducción, construyendo coherencia entre el mundo que intentaba representar y su estética genuina:
“Cuando comenzamos a filmar, a testear lugares y gente, desactivamos los colores, y me parecía que no hacía justicia con ese ambiente que habíamos elegido y que tanto habíamos estudiado. Entonces tomé la dirección opuesta: saturamos los colores. De pronto me pareció que era un filme mucho más honesto. Y adquirió ese estilo hiperrealista, más colorido de lo que ven nuestros ojos. Y eso era mucho más auténtico, porque el lugar, y sobre todo las personas que habíamos elegido eran todas muy coloridas. Transmitía la energía del ambiente…”
Así se expresó Baker en una entrevista al Diario Clarín de Argentina.
Mucho se ha hablado de la hazaña visual y de producción que ha logrado esta película, teniendo en cuenta que Tangerine fue rodada completamente con tres iPhone5. Esta experiencia cinematográfica permite reflexionar sobre las posibilidades de la producción audiovisual contemporánea y como las innovaciones tecnológicas van abriendo nuevos panoramas. Con tan solo una aplicación móvil (Filmic Pro) y algunos adaptadores de lentes que permitían mejorar el enfoque, el balance de blancos y la exposición, agregando el uso de bicicletas para realizar los movimientos de grúas y dollys, queda en evidencia como se están ampliando las oportunidades de hacer cine y hacer buenos productos, sin la necesidad de someterse a las demandas industriales que con gastos multimillonarios siempre cuentan las mismas historias. Esto no solo es un logro valiosísimo para toda la comunidad del Cine Independiente, sino que es una oportunidad para transformar el circuito de la producción y atravesar las fronteras de lo establecido en el audiovisual, permitiéndonos generar propuestas alternativas. Con respecto a este tema, en un sitio web, a Sean Baker le preguntaron: ¿Cree usted que estas innovaciones habrán tenido un impacto global positivo o negativo en el arte cinematográfico, ahora que el equipo cinematográfico es accesible a cualquiera? A lo que respondió: Muy positivo. Permitirá a aquellos que nunca tuvieron los medios poder hacer una película. Por supuesto, esto puede conducir a una sobre-abundancia de contenido, pero sinceramente, esto ya es un problema. Siempre he sentido que la crema sube y buenas películas se verá (incluso si se tarda años). Así que esto sólo puede ser un cambio positivo para el paisaje cinematográfico. Los artistas no deben ser restringidos por la falta de dinero y recursos. Estas innovaciones están levantando esas restricciones.
Esto demuestra que los múltiples accesos que nos brindan la tecnología de hoy es solo una herramienta que democratiza la producción de contenidos, pero que no es suficiente hasta que consideremos que es mucho más importante contar buenas historias, y sobre todo de aquellas que nunca son contadas. Tangerine no solo es una demostración de las diversidades desde el punto de vista del relato diegético, sino que también lo clarifica en el proceso productivo: Mya Tylor y Kitana Kiki Rodriguez, son actrices transgenero que no solo hicieron un papel deslumbrante con total profesionalismo, sino que fueron parte de un trabajo colaborativo en donde participaron de la escritura del guion en su preparación, durante el rodaje y en la fase de montaje. Esto quiere decir que todo lo que se ve delante de pantalla funciona a la perfección cuando en el backstage se reconoce el valor de lo colectivo y sobre todo la inclusión de la perspectiva de géneros y diversidades que son tan importantes reflejar en las historias como también en las dinámicas laborales.
Por último, no puedo dejar de hacer mención especial al soberbio tratamiento en la banda sonora, que desde la música marca el pulso rítmico de la película y acompaña el planteo visual de la dorada ciudad de Los Angeles. Ademas de que es fascinante la inserción de estéticas de videoclip del tipo MTV que pronuncian esa búsqueda pop-urbana que exhiben la paleta de colores saturados de sus locaciones.
Sean Baker, reconocido por obras de corte indie como Estrellita (Starlet, 2012) y El príncipe de Broadway (Prince of Broadway, 2004) convierte a Tangerine en una obra completa y única que significa mucho más que una reseña favorable en cualquier sitio de crítica: Tangerine es el nombre de la revolución cinematográfica y el camino a seguir para aquellos que amamos el cine por su pureza, pero que también buscamos un cine de nuevos aires y divergentes como la página que presenta esta lectura.