The Amazing Spider-Man
No tan asombroso, pero vale la pena la visita Por Fernando Solla
"La batalla más grande se libra en el interior"
“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad…” Cinco años esperando vibrar de nuevo con esta frase que tanto nos gusta escuchar. Cinco años desde que Sam Raimi nos regaló aquél impactante Spider-Man 3, denostado por algunos (quizá demasiados), pero defendido como punto cumbre, indiscutible, de la saga por un servidor, con un empeño fervoroso y agradecido, similar, aunque no tan necesario, al mostrado ante el personalísimo Hulk (2003) de Ang Lee. Cinco años desde la última entrega, ocho desde aquél maravilloso, más grande y mejor todavía que su predecesor Spider-Man 2 (Sam Raimi, 2004) y diez desde aquél taquillazo que se tituló sencillamente Spider-Man (2002), con el que Raimi no tuvo necesidad de recurrir al adjetivo amazing para conseguir que crítica y público se rindieran a sus pies. Aunque parezca increíble, ya ha pasado una década.
Marc Webb desarrolla en The Amazing Spider-Man (2012) otro punto de vista sobre este personaje, asumiendo y comprendiendo el sentido de la responsabilidad que conlleva un proyecto de tal envergadura, aunque sin llegar a mostrarse tan poderoso como su predecesor en la tarea. Hubo dudas, después de la muy refrescante (500) días juntos (500 Days of Summer, 2009) sobre la elección de Webb para tomar las riendas de una de las franquicias más exitosas de la historia cinematográfica. Quizá no era el nombre más sugerente ni evidente, pero, después del visionado de la película, afirmamos que los mandamases de la Marvel no se equivocaron, ya que este hombre arácnido, aunque descienda algunos peldaños, sigue manteniéndose en un alto nivel de nuestro escalafón cinematográfico.
A estas alturas, nadie duda que Spider-Man es un personaje imprescindible para entender el fenómeno de la cultura de masas contemporánea. Los más diversos dibujantes, guionistas, directores y actores han contribuido a construir y ensalzar su figura hasta convertirlo en el mito que es hoy en día. El primer cómic de las aventuras de Peter Parker y su alter ego se empezó a vender en los quioscos en 1963, revolucionando el arquetipo de superhéroe que había hasta el momento, copado por hombres más o menos maduros (Superman, Batman…). De este modo, las historias de Stan Lee y las viñetas de Steve Ditko, convirtieron en protagonista a un adolescente de dieciséis años, inseguro, torpe y despistado.
En 1967, nuestro joven personaje dio el salto a las pantallas domésticas con una serie de animación titulada Spider-Man, que consiguió mantenerse en la parrilla televisiva durante tres años. Una década más tarde la CBS lanzó The Amazing Spider-Man, primera serie de acción en vivo que, aunque fue cancelada debido a las quejas de los fans, disconformes con la baja calidad de producción y la poca adecuación de las aventuras mostradas respecto al espíritu del cómic, llegó a conseguir altos índices de audiencia. Desde entonces, y después de una insólita versión japonesa tokusatsu (término que vendría a traducirse como “de” efectos especiales) de 1978, nuestro superhéroe ha sido el protagonista de numerosas series de animación. La más lograda nos parece la de 1994, titulada Spider-Man, The Animated Series, la más fiel al espíritu original, ya que hacía hincapié en el conflicto personal de Peter Parker y desarrolla una historia completa durante cada temporada, dotando al producto final de una seriedad reservada habitualmente a los productos no animados.
Lo que Stan Lee y Steve Ditko no esperaban es que en el año 2011 se estrenaría, después de 183 funciones previas, Spider-Man: Turn Off The Dark, el musical más caro de toda la historia de Broadway. Julie Taymor, responsable de la mundialmente celebrada versión musical de El rey león (The Lion King, Roger Allens y Rob Minkoff, 1994) y de títulos cinematográficos plásticamente tan destacables como Titus (1999) o Across the Universe (2007) convenció a Bono & The Edge para componer unas canciones donde no se les reconoce ni a ellos ni al espíritu original de los autores del cómic. Una especie de refrito acrobático de la primera película de Sam Raimi con ínfulas del mito griego de Aracne. Libreto simple, llanísimo y risible. A pesar de todo damos fe (sí, lo hemos visto) que la escenografía es tan espectacular que poco (o nada) tiene que envidiar al 3D de la propuesta de Martin Webb que nos ocupa. Y Patrick Page ofrece una interpretación del Duende Verde que corta la respiración. Aquí un video para los más curiosos.
¿Qué aporta, pues Mark Webb con The Amazing Spider-Man? Una vuelta a los orígenes. Y no nos referimos a ese tan anunciado replanteamiento argumental. Un acierto de Webb es que otorga casi todo el protagonismo de los extensos 136 minutos de metraje a Peter Parker, interpretado por un convincente Andrew Garfielfd, aún falto del carisma que se le supone a un cabeza de cartel, pero de aspecto verosímil con respecto a la edad del personaje, que lejos de emular la creación de Tobey Maguire (su cara de alucine total cuando descubre su poder arácnido para trepar por las paredes es inigualable) consigue que nos creamos a este personaje que se rebela contra el poder adquirido a través de la picadura de una araña. Este acierto es, a la vez, el mayor riesgo de la película, que relega la acción y los efectos especiales al último tercio de la función. Efectos especiales no tan espectaculares como cabía esperar pero sí más verosímiles, no tan digitalizados (en apariencia) como los de la trilogía de Raimi. Este factor juega a favor de la humanización de los personajes, ya que en todo momento vemos al personaje y no a un simple muñeco creado por ordenador.
Gran acierto en la elección del villano. Consciente de que Raimi ya inmortalizó al Duende Verde, al Dr. Octopus, al Nuevo Duende, a Venom y al Hombre de Arena, Webb no se amedrenta y escoge al Lagarto, el villano más humano de los muchos que hemos visto últimamente, con una interpretación de Rhys Ifans menos histriónica, por suerte, de lo que nos suele tener acostumbrados. El realizador consigue plasmar los motivos de todos los personajes para actuar del modo en que lo hacen, evidenciando que el mayor enemigo de cada uno es, precisamente, uno mismo. Mención especial para esa persecución a dos bandas en la que Spider-Man es perseguido por el cuerpo policial mientras intenta detener al Lagarto.
Muy logrado también el uso de los símbolos, metáforas y elementos. La máscara como alegoría de la identidad oculta que, a su vez, lucha por salir a la luz, necesaria para dotarnos de la valentía y el coraje para liderar las situaciones más complejas. Esa constante, y algo reiterativa, duda sobre la propia identidad: qué/quién soy yo. Esa diferenciación entre los medios vitales de los protagonistas: agua para el reptil, aire para el arácnido. Esa localización del laboratorio del científico/monstruo en las cloacas de la ciudad. Esa política del miedo que parecen sembrar a veces los cuerpos policiales, más preocupados por mostrarse como figuras que infunden respeto y no tanto como una garantía de protección y seguridad. Efectivo, aunque algo ligero y obvio, reflejo de la función social del superhéroe y esa obligación moral de hacer el bien siempre que se tenga la capacidad para lograr un cambio o una mejora. Algo más creíble, incluso emotivo, el reflejo de la ayuda entre miembros de una misma clase social, con esos obreros ayudando a un herido Spider-Man a que consiga su objetivo.
¿Qué le falta, entonces, a la película de Webb? Algo más de garra, esa garra del personaje del Lagarto que tantos primeros planos ocupa a lo largo del film. Echamos en falta el dominio de Sam Raimi para caricaturizar personajes y situaciones. Donde había ironía aquí hay chistes más o menos fáciles, algunos de los cuales están bastante logrados, eso sí. Donde había sutileza y se le facilitaban al espectador herramientas para sacar sus propias conclusiones, aquí hay evidencias y lugares comunes. Una búsqueda de transcendencia, de hacer una película total que traspase los límites del género que no hace más que poner a prueba nuestra paciencia, ya que durante casi hora y media tenemos una sensación similar a cuando volvíamos al colegio y nos explicaban la misma lección que el curso pasado, con ligeras variaciones.
Volvemos a revisar el origen del personaje, sin que esa revisión aporte nada esencialmente nuevo o novedoso. También echamos de menos el protagonismo de la ciudad, de Nueva York como ámbito urbano, que Raimi supo incluir tan bien en sus tres entregas, y una construcción de los personajes secundarios más elaborada (Sally Field y Martin Sheen nos dejan bastante fríos, la verdad). La que sí que nos parece destacable es la interpretación de Emma Stone (gran acierto el de sustituir al personaje de Mary Jane Watson por el de Gwen Stacy, que ya interpretó Bryce Dallas Howard en la tercera entrega), que se muestra tan carismática como requiere la situación y como le permite el no siempre a la altura guión de James Vanderbylt.
En lo referente al formato, la fotografía busca planos imposibles, rigiéndose por ese 3D que durante la primera parte de la película es casi imperceptible, remontando espectacularmente en la última media hora, cuando realmente se nos ofrece lo que queríamos ver: ese Spider-Man que entra y sale de la pantalla a su gusto, al que podemos tocar si alzamos una mano o esa telaraña que parece traspasar la pantalla, directa hacia nosotros para enredarnos y succionarnos hacia dentro de la acción, durante la trepidante persecución final. Más destacable todavía esa evolución de Peter Parker de nerd a superhéroe consciente de que lo es porque explota esa característica que le hace destacar de entre sus semejantes, esos que se mueven en los pasillos de un instituto que parece salido de Smallville (2001-2011) o incluso Glee (2009-.2012). Formato televisivo que se adapta a la juventud que se le supone al personaje y, por lo que hemos podido ver en las salas donde se proyecta la película, a la de gran parte del público potencial de lo que seguro que será mínimo una nueva trilogía.
Nos quedamos con ese guiño cinéfilo a La ventana indiscreta (Rear Window, Alfred Hitchcock, 1954) y esa defensa del espíritu heroico inherente a cada uno de nosotros, que nos permite proyectar al mundo una imagen más cercana de lo que somos realmente, más allá de lo que solemos mostrar. En un día lluvioso, si miramos más allá de lo que nos permite el paraguas, y levantamos la vista, veremos que Spider-Man está ahí para ayudarnos y acompañarnos. Para hacernos sentir un poco más superhéroes ¡Y por muchos años!