The Duke of Burgundy
If you could just say Pinastri to end our torments… Por Fernando Solla
One day you’ll be back
When you’re done
At last…
La proyección del último largometraje de Peter Strickland dentro de la sección Direccions del D’A 2015 durante la segunda jornada del festival, nos sitúa posiblemente ante uno de los títulos distinguidos del certamen. The Duke of Burgundy supone una nueva inmersión en el estilo de un realizador y guionista que deshoja las múltiples capas de su nuevo filme en ambos sentidos, anverso y reverso, hasta conseguir la metamorfosis absoluta entre espectador y obra, tanto a nivel estético como en lo referente a contenidos y, sobretodo, a sus dos protagonistas.
Strickland abandona parcialmente la estrategia que tan bien le funcionó en Berberian Sound Studio (2012) de hablar del cine desde su interior pero sigue explotando exponencialmente las posibilidades que el medio le permite para contar la historia de Cynthia (Sidse Babett Knudsen) y Evelyn (Chiara D’Anna) y su amor sadomasoquista. Situándonos en un escenario de género categóricamente femenino, el autor nos guía a través de un ritual de dominación y sumisión al que la pareja protagonista recurre asiduamente sujeto a unas pautas muy específicas, escritas a mano, que marcará siempre una de las dos mujeres. Inusual premisa que no es otra cosa que la capa más superficial de la propuesta. Como las burbujas de jabón que ocuparán varios primeros planos, los espectadores entraremos a formar parte de una especie de cápsula cinematográfica que nos traslada a un espacio de fantasía que se desarrolla en la imaginación inagotable de la pareja, cuyo mundo muestra una ausencia total del género masculino y una sociedad donde las mujeres se dedican al estudio de las diferentes clases de mariposas y polillas.
Es curioso cómo a medida que avanza el metraje las etiquetas van perdiendo su significado y los componentes erótico y lésbico, por otro lado imprescindibles para el desarrollo de la trama, se difuminan en nuestra mente como si de un sueño lejano se tratara, ya que la anécdota se ve superada por la poderosa fortaleza de la historia de Cynthia y Evelyn. El erotismo lo entenderemos como la búsqueda de placer, sí, pero no únicamente físico, sino como una necesidad de querer y sentirse querido. Lejos de convertir la película en una fantasía masculina sobre las mujeres (no olvidemos que el artífice es un varón), el realizador conseguirá plasmar la vida emocional de ambas y los matices que las diferencian, no sólo en los roles sadomasoquistas sino en las motivaciones y frustraciones que convierten a una en sumisa, frágil y coqueta mientras que la otra pasará de jugar sus cartas como ingeniosa dominatrix a desmoronarse cansada e indulgente ante su amante. Al apasionante juego de descubrir cuál es cuál se impone el análisis y la observación que ambas hacen de la situación.
Las pautas de comportamiento de ambas protagonistas vendrán determinadas por objetos que usará cada una. En el caso de Evelyn un microscopio para observar y en el de Cynthia una máquina de escribir para preparar sus informes sobre el comportamiento de las mariposas y polillas.
Llegados a este punto en el ejercicio de estilo que también es The Duke of Burgundy, adquiere gran relevancia la fotografía de Nicholas D. Knowland, así como los efectos visuales y de sonido. La luz que se colará a través de las ramas de los árboles pasará por varios estados a lo largo de la película, en una nueva simbiosis con el estado de la relación de las dos mujeres. De la luz cegadora a la sombría oscuridad, del color de las hojas y los insectos a la sensación de movernos entre naturaleza muerta. La dirección artística y el vestuario servirán para que compartamos con las protagonistas las texturas de su microcosmos, tanto de lo material como de lo corpóreo.
Habrá momentos en los que parecerá que hay una vuelta atrás o retroceso para volver a empezar con el ritual, pero la clave está en lo que Evelyn observa a través del microscopio. Esa capa de la historia será la que lo envuelve todo y su núcleo a la vez. La que nos permitirá adentrarnos en la vagina de Cynthia como ejecutora de las fantasías a la vez que seremos los ojos de Evelyn y ambas mariposas o polillas, dependiendo del momento. Strickland convierte lo que sería una historia de amor, frustración y celos en un acontecimiento ultrasensorial e hipnótico, cuyas imágenes captan nuestra atención de principio a fin. ¿Qué pasa cuando la oruga se transforma en mariposa? ¿Pueden convivir dos crisálidas o, quizás, intercambiar sus papeles? ¿Quién necesita a quién y cómo lo demuestra? Esta habilidad del realizador y guionista de mostrar lo que no se ve, recuerda a la crueldad que mostró Jean Genet a lo largo de su obra y, en concreto Las criadas (Les bonnes, 1947). Allí, una mujer interpretaba el rol de su semejante, que obraba igual, para demostrar, captar y representar la verdadera opinión que tenían de sí mismas.
Aligerando la sordidez con la banda sonora de Cat’s Eyes y embelleciendo el contexto con la creación de imágenes inéditas como esa mansión con forma de calavera recubierta de vegetación, estrictamente femenina, el espectador se verá incapaz de tomar partido por una u otra protagonista y dejará que el realizador tome las riendas, sumiso igual que las intérpretes, que realizarán un trabajo sublime en lo referente a la fisicidad de los personajes, permitiéndonos captar hasta el mínimo movimiento de la costura de sus medias cuando sea preciso.
Finalmente, The Duke of Burgundy ofrece uno de los desenlaces mejor cerrados vistos últimamente. Por la naturaleza de la historia resulta imposible marcar un final concreto para este limbo en el que parece moverse la pareja protagonista. Y esa sensación que (gracias una vez más a la gran labor de Matyas Fekete en el montaje) nos queda de no saber si lo que hemos visto forma parte de una secuencia dentro de otra secuencia dentro de otra más, que nos lleva del principio al final o viceversa, lo que hará que quedemos en un estado de suspensión en el que no podremos discernir si toda la película ha sido el camino hasta llegar a la certeza de la imposibilidad de mantener la naturaleza de la relación o, al contrario, el recorrido hasta la culminación del planteamiento inicial.
Sumisión a los deseos o anticipación a los mismos como muestra de amor y conocimiento de las necesidades de nuestra semejante. ¿Puede haber punto de equilibro entre ambos conceptos? Quién sabe. Lo que sí que es seguro es que, cinematográficamente, Peter Strickland ha conseguido un trabajo en el que ha dado rienda suelta a la imaginación y a la fantasía desde el dominio absoluto de todas las teclas, permitiendo al espectador disfrutar con el largometraje de una experiencia sensorial que traspasa la gran pantalla; reservándose un rol principal en todo este juego, ya que el duque al que hace alusión el título (que nunca aparecerá en pantalla) es la única mariposa macho a la que se hace referencia durante la película.